Hace no mucho tiempo me enteré de un caso que me conmovió. Supongo que no es diferente a lo que escuchamos día a día en las noticias o nos llega como chisme, pero igual me conmovió como me conmueve cada que escucho algo así. En una plática supe de un hombre que había violado a su nieta –así comenzó la historia y no termino ahí. Debido a este hecho, la madre revivió un dolor que compartía con su hija, esté hombre también injurió contra ella cuando aún era pequeña. Ahora era a su hija a quien lastimaba, y eso no iba a quedar así. La historia fue gritada y aquellas que habían pasado por lo mismo se sumaron al grito. Resultó que había cometido él mismo acto contra todas sus hijas. No sé si exagero al calificarla como acongojadora, para mí lo es, pero quizá la sociedad me rebasa y sólo es un caso cotidiano más.
¿Qué hubiera hecho yo si me lo hubieran preguntado hace algún tiempo? Estoy seguro que me hubiera sumado al grito de venganza. Últimamente me ha regresado en repetidas ocasiones esta historia. Me ha sorprendido la facilidad con la que aceptamos este grito ensangrentado y lleno de dolor y odio. Grito de quienes llevan la bandera del caos, pero también de quienes el dolor los obliga a levantar su bandera caída, como fu el caso de aquellas mujeres. Ante situaciones como esta, como la de Ayotzinapa, como tantas que el narco nos enseña día a día, se llega a creer que la única salida posible es cobrar ojo por ojo. En una revuelta de un grupo anarquista, alguno de ellos escribió, «¡Muerte y sangre a quienes dan muerte y sangre!». Este grito rojo levanta las banderas de quienes cargan una gran pena. Caminan por las calles con sus banderas en alto hasta llegar a ser una turba. Es un grito seductor. La turba que camina con su grito en el alma y sus banderas en alto, recoge las piedras que halla en el camino y espera encontrarse a cualquier prostituta para hacer justicia.
La justicia sea el mayor beneficio para una comunidad. Hay que decir las cosas como son, pues el mal no puede ser ocultado con justificaciones, la venganza injusta que se cobra ante alguna injusticia, no es justicia. No es justo quien se venga del injusto, sino el que actúa correctamente.
Me sorprende con cuanta facilidad aceptamos la venganza en estos días, como si fuera la cura contra las injusticias; la salida no es la venganza de sangre. La barbarie va más allá de la apariencia. Para quienes dicen tener mucha conciencia social, no hay que perder de vista que lo aquello que distingue a una sociedad justa de un bárbara, no es su solvencia económica, sino su ley y su acción. El grito se escucha cada día más fuerte, cada día más claro y cada vez más común. Vi hace unos días en la televisión un anuncio, de un partido político, que se jactaba de haber conseguido cadena perpetua a violadores y secuestradores. He pensado bastante en él, se ha hecho más presente la historia con la comencé líneas a arriba y noto que estamos caminando con nuestras banderas a la barbarie. Ahora es más importante que el secuestrador pague a la vida en comunidad. “Conciencia social” no debe ser gritar venganza y alzar las banderas, debe ser preguntar si es justo hacerlo. Sí ahora me preguntan qué haría yo, diría que perdonar y ser justo. Por ejemplo, poniendo un caso concreto, ¿qué haría en el caso de aquel hombre que cometió tan grave injusticia contra sus hijas y su nieta? Lo que ahora nos es más complicado, perdonarlo. Sé que en estos días el perdón es más escandaloso que un linchamiento, así que debo una explicación. Seré breve. Hace algún tiempo un amigo me preguntó qué es mejor promover y más probable que sea para nuestra sociedad, el virtuoso aristotélico o el cristiano. Quizá lo mejor sería una sociedad de virtuosos aristotélicos, pero es lo más improbable; en cambio el cristiano, aunque no sea un virtuoso cristiano, por su misma fe, procura la vida en comunidad, es más probable que actúe con justicia. Así, ahora respondo que lo justo es aceptar la pena y perdonar. Aunque uno no sea cristiano, el perdón lo acerca a ese modo de vida –que en mi opinión acerca más a la vida justa. Pero no equivoquemos, hay que tener presente que el perdón es íntimo y no colectivo, y también que perdonar no es olvidar –quizá, en algunos casos, uno deba tener presente la falta para mantener el perdón. Por ello, lo correcto sería perdonar a aquel hombre. Mas hacerlo no significa que no pagué, él tiene que responder ante la comunidad por la falta que produjeron sus acciones. El problema que tenemos actualmente se debe a un gobierno que apoya la venganza, una ley que la promueve y turbas que la ejecutan. Estamos a caminando rumbo a la barbarie y no cambiaremos la dirección de nuestro andar hasta que entendamos que, parafraseando a Sócrates, es más noble recibir una injusticia que hacerla.