La lujuria de Damocles

Siempre queriendo más, siempre queriendo ser más. Lo peligroso del poder es que pervierte, lo peligroso de la lujuria es su seducción, canta como las sirenas. Hay dos maneras de tener el mundo a tus pies, antes y después de que lo destruyas. ¿Cuál es la diferencia? El tiempo que estés bajo la espada de Damocles.

¿Qué quiso decir con eso?

“Si quieres hablar consíguete un psicólogo o una esposa”
—Alguien de Before the Devil knows you are dead.

Hubo una vez hace ya muchas primaveras, cuando yo todavía era marxista y creía que el hombre se reconocía en su trabajo; sucedió en una tienda de juegos de mesa que un hombre llegó muy temprano con una extraña situación mientras yo trataba de reconocerme en lo que hacía. Hace falta acotar, antes de seguir con mi historia, que yo ese día, justo ese único día, no recuerdo haberlo hecho ninguna otra vez porque la verdad no valió la pena, me fui de pinta de la prepa para ir a trabajar, sí, así como lo leen, falté a la escuela no para irme a Chapultepec a beber en las lanchas y a pelearme con los vendedores ambulantes por el honor de una dama, sino para ir al trabajo, ¡qué ejemplar de hombre moderno era yo entonces! Seguro Lenin o Stalin se hubieran sentido orgullosos de mí. Dadas las siete en punto de la mañana, tomé el Ruta Cien que cruzaba todo Insurgentes y me dejaba justo después de la Glorieta, lugar donde estaba la famosa “Aldotower” donde yo trabajaba. Bueno, el punto es que abrí, barrí la acera y me puse a hacerme bien pendejo. No recuerdo bien qué día era, pero era entre semana, pudo haber sido un martes o un jueves, pero estaba bien alejado del fin de semana, eso era seguro.

Después de desempolvar el mostrador, acomodar las carpetas y leer la revista Proceso como buen revolucionario que era, no me quedaba nada por hacer, todos los clientes, que no pasaban de los dieciséis estaban, obviamente, en sus escuelas siendo adiestrados por los hábiles educadores mexicanos que les importa más que el niño aprenda a cumplir con el minucioso programa forjado en los hornos gigantes de la astucia y erudición llamados SEP; que entretenerlos para conservar su trabajo. Bueno, eran las ocho y dos de la mañana, de eso me acuerdo bien porque al no tener nada qué hacer vi el reló y maldije mi decisión que unas horas antes pareció una gran idea. Llegó un hombre, en ese tiempo me pareció viejo, ahora en mi recuerdo puedo apostar que no pasaba de los cuarenta, pero sí se veía bien traqueteado, como todos después de una noche de copas, de una noche loca, como María Conchita Alonso en la actualidad, justo así se veía. Llevaba un saco café viejo, una camisa de vestir arrugada hasta más no poder, el cabello desaliñado un bigote mal cortado, un pantalón de vestir, diría mi madre “hecho chicharrón”, si no hubiera ido tan limpio podría haber pensado que el pobre hombre había dormido en la calle un par de noches para entonces. Entró a la tienda, yo estaba detrás de la vitrina que servía de mostrador, un tanto extrañado por no ser uno de mis clientes habituales (los cuales casi siempre tenían la mitad de su edad y andaban limpiecitos y bien planchados), le ofrecí una sonrisa y le pregunté si le podía ayudar en algo. Él miró el lugar, los afiches de las paredes con dragones y sensuales mujeres semidesnudas lanzando luces de colores de sus manos. Me preguntó que qué era ese lugar, sin mucho interés, pero lo hizo, le expliqué que era una tienda de cartas coleccionables y juegos de mesa. Le dije también que si estaba interesado en aprender a jugar, podía enseñarle en ese momento (con toda la intención de entretenerme en algo que me ayudara a que el tiempo pasara más rápido), me dijo que no, tomó otra mirada larga al lugar un tanto extrañado por el recinto y se giró con algo de timidez diciendo: “no quiero causar molestias —yo pensé que me iba a talonear, por suerte en la caja no había más de diez pesos en cambio —, pero tengo sed, ¿sería mucha molestia si me regalas un trago de tu coca?” Por un momento, yo no supe a qué se refería, ni a cuál coca. Me quedé pensando y luego seguí lo que su mirada acariciaba con mucho anhelo en la distancia, descubrí que en un anaquel detrás del mostrador, arrumbada y olvidada había una Coca Cola de seiscientos mililitros a medio terminar, nunca lo he dicho cuando he contado esta historia, pero esa Coca Cola llevaba ahí más de una semana. Yo no supe bien si negársela por su bien u ofrecérsela con buena fe, no sé qué hubiera hecho Kant en una situación así, tampoco sé qué hubiera hecho alguien con más prudencia que yo; lo que sí sé es que se la di y con una sonrisa le dije que podía quedársela, beberla toda si era necesario. Antes de entregarla, le advertí que estaba abierta, le dije que si eso no le causaba problemas pero él respondió que no importaba. Le dio un trago y suspiró como en los comerciales de Sprite, luego echó otra mirada al lugar, que no era muy grande, y me dijo sin mayor preámbulo: “hoy me levanté y le dije a mi esposa: ahorita vengo, y ella me contestó: haz lo que quieras — tomó un momento de reflexión y luego me preguntó — ¿qué quiso decir con eso?” ¿¡Qué demonios va a saber un adolecente de pleitos maritales?! ¿Cómo se responde a una pregunta así cuando uno, en primer lugar, no sabía nada del amor y en segundo no alcanzaba a dimensionar la gravedad del asunto? Vamos, supongo que no estaba en sus cabales el pobre como para darse cuenta de que le estaba pidiendo consejos de amor a un chamaco que tenía un montón de acné en la cara. Enmudecí por un momento, ¿qué más podía hacer? No entendía ni qué me estaba preguntando ni mucho menos qué quería que le respondiera, así que contesté lo que mi cabecita marxista me dictó: “pues que haga lo que quiera, ¿no?” Le dio otro trago a la coca, la puso sobre el mostrador y le enroscó la tapa. Me dijo. “sí, que haga lo que quiera”. Siguió pensando, tal vez mi respuesta le había dado alguna luz sobre el misterio que es la mujer, tal vez estaba recordando cómo eso había sucedido hace muchos días antes, tal vez trataba de no llorar o de olvidar que había asesinado a su esposa a golpes después de una respuesta de ese tipo. No sé qué demonios pensaba y el silencio me incomodaba (no tanto como me incomodaría después el hablar), vamos a lo mejor ni tenía esposa y era un pobre demente que se había escapado del manicomio. No sé, después de un ratito, como si yo no hubiera contestado nada, me repitió la situación como si fuera la primera vez que lo hacía, yo un tanto extrañado repetí mi respuesta, el la paladeó, la balbuceó y trató de darle algún sentido (supongo), luego, pensativo volvió a contarme la misma historia como si no lo hubiera hecho un par de veces ya, y yo un tanto más incómodo le repetí mi respuesta. Un par de veces más contó lo mismo hasta que le dije que no había otra cosa qué decirle, que lo que su esposa quería era que él hiciera lo que quisiera. Tal vez entrando en razón, o tal vez dándose cuenta de que yo no podía brindarle más luz en su problema, se dedicó a mirar el lugar y repetir, “¿Qué quiso decir con eso?” una y dos y dieciséis veces más, levantando la voz cada vez más y más, siguió así hasta que el miedo y la incomodidad me obligaron a actuar. Le pregunté (sacándole del trance en el que se había metido) si podía hacer algo más por él y él me contestó con una sonrisa tímida que si le podía regalar otro par de tragos de mi Coca, yo le repetí que se la podía llevar que no había problema (porque ni modo que me la fuera a tomar a esas alturas, rancia y con babas de loco, ¿no?), me dijo que no quería ser abusivo, le dio dos tragos más y la volvió a dejar en el mostrador. Se quedó pensativo, mirando los autos pasar por la avenida de Monterrey y por fin se dio por vencido, se dio la vuelta y repitió que no quería ser abusivo (después de un rato) y me dijo que si podía prestarle dinero (que, bendito sea Dios, nunca volvió para pagarme). El miedo que ya era bastante, tomó completo control sobre mí, dije este está bien pinche loco, y temí que no tenía yo más de diez pesos para ofrecerle (porque lo que yo traía encima era para mi comida del día y para mi pasaje), así que le ofrecí literalmente la caja y le dije que solo le podía dar eso, que no sabía si le servía. Él tomó dos pesos y me dijo que era todo lo que él necesitaba, me dijo que no quería abusar, le dio dos tragos a la coca y la volvió a dejar casi vacía sobre la vitrina. Luego se fue, dando las gracias con voz baja como quien no quiere incomodar a la gente con su presencia. El resto del día transcurrió sin mayor ajetreo y muy aburrido hasta que llegó la tarde, donde mis clientes habituales se reunieron a jugar. Conté lo que me había sucedido a mis amigos ese día, y al día siguiente en la escuela, me parecía una situación como salida de la Dimensión Desconocida y uno no se encuentra a un loco todos los días.

Recuerdo esta historia muy seguido, y lo he hecho desde que me sucedió, pero fue hasta el día de hoy que comprendí de qué se trataba el asunto. Vaya si soy miope, quince años después me viene cayendo el veinte de la gravedad del asunto. Lo único que me he dicho al respecto a lo largo de todo este rato es que el pobre hombre estaba loquito, punto, no hay mucho que pensarle ni mucho más qué decir. La locura llega de una forma imprevista, es como la gripa o la muerte, uno está bien tranquilito y sin darse cuenta ya está loco y sigue sin darse cuenta. Sencillo, a quienes les llegué a contar esta historia personalmente se admiran de la situación, hay quien se ríe de nervios y hay quien no le da mucha importancia, como yo. Sin embargo, si la estoy escribiendo hoy es porque por primera vez en la vida me plantee la posibilidad de que el hombre no estuviera loco, sino tremendamente deprimido. No sé, después de muchos años de escuchar “haz lo que quieras” en ese tono mordaz que ocupan las mujeres para zaherirlo a uno con su fingida indiferencia, uno se acostumbra, lo ve cotidiano y no hace la relación nunca. Los pleitos maritales son terribles, los dramas, cuando se les deja crecer pueden llevar al más cuerdo de los hombres a hacer tonterías, a emborracharse, a irse de juerga y a no llegar a casa (ni querer volver). En caso de que este hombre tuviera mujer, comprendo perfectamente su situación, su dolor, y su desesperación. Vaya, me siento de un modo culpable por no poderle ofrecer nada más que una Coca Cola añeja y dos pesos, pero yo era un chamaco, no culpo a la mujer por ser violenta, en las cosas de pareja la responsabilidad es de los dos, dirían con mucho gusto y orgullo los psicólogos con esa carita de póker que ponen, como si supieran lo que están diciendo. No, yo no culpo a la mujer sencillamente porque no conozco el resto de la historia, pero dentro de mi experiencia como hombre y como pareja, solo puedo ofrecerle, unos quince años después, mi más sincera compasión. Vaya, ¡qué afortunado era yo en ese entonces como para no reconocer el rostro de la soledad cuando literalmente me gritaba en mi propia cara que era ella y que era terrible!

 

La llegada de la caravana

«Ay, ¡pobre hombre! Me apena muchísimo lo que le ocurre. Supongo que no ha tenido descanso desde que supo la muerte de su hijo, su cara muestra lo duro de estos días. En medio de este suceso supe que se ha lanzado a encabezar un movimiento social. He escuchado sus discursos y me parece un hombre cuerdo. Por ello es una lástima lo que quiere hacer. Tiene tan buenas intenciones en un país como el de nosotros. México es corrupto. Así somos y seguiremos siendo. Me da lástima porque sus buenas acciones nunca lo llevarán a nada. Perder a su hijo lo convirtió en un pobre soñador. Aun así, nadie lo detiene para pelear por sus derechos (está en su derecho, ¡ja!).»

«Amanecí y me enteré del terrible suceso. Lo recuerdo perfectamente. No sé qué fue lo que me causó mayor impresión: pudo haber sido la sangre que volvió a correr o el hecho de que la desgracia ocurriera en un personaje cultural. O incluso pudo haber sido escuchar la gravedad en la voz de aquel hombre, pocas veces he sentido ese pesar en las palabras de alguien. Nunca había escuchado que una persona pública insultara a los políticos con tanto dolor y desesperación. La tragedia estaba encarnada en ese hombre. Posteriormente todavía me impresionó más el contenido de sus discursos, ya fueran proclamados o escritos. Sus palabras eran bastante reveladoras, ellas me hicieron ver la situación difícil y miserable que vivimos. De igual modo me mostraron un mundo desconocido y casi caduco para mí: el cristianismo. Hasta él pude darme cuenta que la vida dedicada a Dios no se limitaba a una convicción, asumir la fe involucraba el modo en que vivimos. Más allá de haberse acercado a las víctimas o haber conseguido una respuesta de las altas esferas, ese hombre pudo mostrarnos que la enseñanzas de Cristo aún son pertinentes.»

«Me sorprende el alcance que puede tener un arrogante. Pudo derrotarme: yo creía que nada podía superar ese beso de fanfarronería ocurrido en Chapultepec (¡ay, Maximiliano, te retuerces en tu sepulcro ante nuestros ridículos!). Nadie imaginaba que se atrevería a integrarse a las filas de los desestabilizadores, hasta ahora muestra su verdadera cara (en una extrañeza coincidencia con el berreo de los maestros, ¿verdad?). Estoy preocupado y harto de su búsqueda por la justicia, esa persecución por la fama terminará por perjudicarnos. Pedir el voto nulo no sólo resulta un síntoma de apatía política, en realidad es un atentado a nuestra democracia naciente. Sé que varios de ustedes me replicarán que lo que afirmo es una vil mentira, que hablo de manera muy ingenua al tener esa esperanza con el PRI en el poder. Sin embargo me gustaría insistir en el hecho de que estamos en el proceso de aprendizaje de la ciudadanía, es decir, estos quince años nos han enseñado los errores y aciertos posibles en el ejercicio electoral. Cada triunfo de la democracia es un triunfo nuestro. Cualquier logro es signo de nuestra madurez política y todos tenemos el derecho de gozar de ese beneficio. Si alguien no los niega, debemos tener cuidado: nada lo diferencia del tirano que quiere suspender nuestras garantías individuales. ¿Eso no es pertenecer a la situación de emergencia nacional?

Comprendo su dolor y realmente me apena mucho la tragedia que vivió. No obstante, me parece que ese hombre ha exagerado. El supuesto horror que nos pregona no es compatible con el carnaval que realiza. Perdón, con la caravana que emprende. ¿Recuerdan a David Páramo? Sí, ese otro desdichado por la batalla contra el narcotráfico. Bueno, yo le tengo que admirar dos cosas. La primera está en haber soportado tantos vituperios de la población. Eso debe avergonzarnos a todos como mexicanos. Segundo, el señor Páramo vivió su luto como tuvo que vivirlo: en discreción. En unos días cambió el lazo negro por la corbata negra, y eso es de aplaudir.»

Bocadillo de la plaza pública. Interesante resulta la indignación suscitada por cierto vídeo de graduación. Los estudiantes del Instituto Cumbres México nunca imaginaron que sacudirían las buenas consciencias del país. Destacan entre éstas algunas defensoras por los derechos de las mujeres. Unas voces han calificado el vídeo como un insulto a la desigualdad sufrida en el país, otras voces, como aquéllas, protestan señalando el terrible sexismo contenido en la pueril grabación. Además de ser un episodio curioso o patético (en el país ocurren polémicas más importantes), lo interesante del asunto es la hipocrecía de los indignados. Atacamos a los fresas por ser unos despilfarradores de mal gusto o por denigrar a las mujeres como sumisas a la voluntad viril. Sin embargo cabe preguntarnos lo siguiente: ¿no se nos pregona la felicidad en la riqueza y lujo? ¿No todos nos regocijamos en el hedonismo de nuestros días? ¿Acaso nuestra vida no es orientada por la satisfacción en la recámara? ¿No aspiramos a llegar a lo más alto posible? Queramos o no, esos niños fresas son el espejo roto donde nos reflejamos.

Señor Carmesí

Gazmoñerismo nihilista

El nihilismo es la venganza del alma que se niega a ser reducida a movimientos meramente mecánicos.

Gazmogno

Una de villanos

El sol se sonrojaba una vez más por abandonar a los viajeros, éstos, en sus caminos costumbristas, lo veían declinar tras las ventanas del autobús. Sus rostros aún permanecían pálidos, sus labios secos, y su corazón parecía el de un niño recién nacido. Con temor uno de los pasajeros volteó a ver a su vecino al mismo tiempo que le preguntaba: ‘¿Se encuentra usted bien?’, ‘sí, respondió éste, sólo un poco asustado’.

Ya van dos veces en este mes, indicó alguien al fondo de la unidad.

De esta manera, el asalto fue motivo de una gran charla entre todos esos desconocidos, que al parecer iban al mismo lugar, cada uno se fue enterando de la opinión de su compañero acerca de qué pensaba de la violencia actual, el papel del gobierno, así como de sus experiencias pasadas. Mientras esto ocurría, el camión llegó a un obscuro túnel que perdía a todos en las sombras.

Yo le iba a proponer –le dijo un hombre corpulento al hombrecillo de traje gris– que mientras yo amagaba al que se colocó delante de mí, usted hiciera lo mismo con el que se encontraba allá atrás, pero no contaba con que hubiera un tercero sentado entre nosotros. Habríamos sido héroes, pensó –pero olvidó decir: salvando a las demás personas. Mientras se decía esto, el último rayo de sol iluminó el borde de sus anteojos, pero pronto se apagó, devolviéndolo a la obscuridad.

Una mujer de aproximadamente cuarenta años, al escuchar lo anterior se santiguó y les dijo: -así es mejor, lo bueno es que no pasó nada, ¡ya ven a cuántos han matado por resistirse!, ¡lo bueno es que todos estamos bien! Y le vino el espantoso presentimiento de que sólo ella hubiera sido la asesinada.

Cuando llegaron a su destino, las luces de la ciudad estaban ya encendidas, y una suave brisa se llevó su falsa preocupación por los demás, pero al bajar cada uno se cuidaba del que había sido su acompañante en este último viaje, no  fuera a ser que un asaltante siguiera a cada uno.

Javel

De ruidos y canciones

Hace casi dos semanas, en el festival Vive Latino, un cantante extranjero nos recordó las lastimeras condiciones de nuestro país, enfatizando el caso de los 43 normalistas. Otras voces, al parecer más estruendosas, cantaron y recordaron el mismo suceso durante dicho festival. Como las protestas no fueron manifestadas en lengua universal, lo que haría que todo el mundo recordara el caso de los 43, el gobierno mexicano no se preocupó en responderles, además el Vive Latino 2015 fue una tendencia esporádica, rápidamente se apagó. La música divierte más de lo que incita a pensar.

De entre lo que se dijo recordando aquel penoso caso, durante los conciertos del festival, la frase “terrorismo de estado” me resultó sumamente inquietante. Lo que me hizo pensar: ¿padecemos constantemente el terrorismo de estado? No nos explotan bombas, así que la frase suena más a estrofa o título de canción política que a la realidad del país; quizá lo dijo por ser extranjero. Aunque tampoco podemos decir que vivimos en una armonía política. Parece, más bien, que escuchamos cohetes (pequeños y grandes) por doquier (aunque hay colonias con más pólvora) y a veces incluso nos lastiman; algunos cohetes pueden lastimarnos tan sólo al escucharlos (como las frases explosivas) o cuando nos caen en la piel (como cuando somos víctimas de la delincuencia organizada), y también pueden advertirnos un futuro desolador (como las mejores canciones). Al pensar la frase “terrorismo de estado” como concepto nos damos cuenta de su contradicción, pues una de las principales funciones del estado es proteger a sus ciudadanos, mientras que el terrorismo, por alguna oscura razón, tiene como finalidad perturbar la paz de aquéllos. ¿El cantante que dijo la ominosa frase estaba consciente de cómo la entenderían quienes la escucharan? ¿Nos lastimó o nos advirtió?

Los artistas al reformar nuestra experiencia deben pensar qué efecto tendrán sus creaciones, pues, por ejemplo, con los asistentes del Vive Latino 2015 se pudo iniciar un suceso sumamente violento. Si los artistas pueden ayudarnos a vivir mejor, que se preocupen en hacerlo bien; ante todo deben pensar en cómo hacen pensar.

Yaddir

Dilapidados

Le dijo Pilatos: «¿Qué es la verdad?»,
y tras hablar así, salió de nuevo.

Se extinguió el pecado. Se burló todo rastro de vicio. Y entre mofas satisfechas de los mutuos alabados, cada uno, al mismo tiempo, lanzó su primera piedra.