Una de villanos

El sol se sonrojaba una vez más por abandonar a los viajeros, éstos, en sus caminos costumbristas, lo veían declinar tras las ventanas del autobús. Sus rostros aún permanecían pálidos, sus labios secos, y su corazón parecía el de un niño recién nacido. Con temor uno de los pasajeros volteó a ver a su vecino al mismo tiempo que le preguntaba: ‘¿Se encuentra usted bien?’, ‘sí, respondió éste, sólo un poco asustado’.

Ya van dos veces en este mes, indicó alguien al fondo de la unidad.

De esta manera, el asalto fue motivo de una gran charla entre todos esos desconocidos, que al parecer iban al mismo lugar, cada uno se fue enterando de la opinión de su compañero acerca de qué pensaba de la violencia actual, el papel del gobierno, así como de sus experiencias pasadas. Mientras esto ocurría, el camión llegó a un obscuro túnel que perdía a todos en las sombras.

Yo le iba a proponer –le dijo un hombre corpulento al hombrecillo de traje gris– que mientras yo amagaba al que se colocó delante de mí, usted hiciera lo mismo con el que se encontraba allá atrás, pero no contaba con que hubiera un tercero sentado entre nosotros. Habríamos sido héroes, pensó –pero olvidó decir: salvando a las demás personas. Mientras se decía esto, el último rayo de sol iluminó el borde de sus anteojos, pero pronto se apagó, devolviéndolo a la obscuridad.

Una mujer de aproximadamente cuarenta años, al escuchar lo anterior se santiguó y les dijo: -así es mejor, lo bueno es que no pasó nada, ¡ya ven a cuántos han matado por resistirse!, ¡lo bueno es que todos estamos bien! Y le vino el espantoso presentimiento de que sólo ella hubiera sido la asesinada.

Cuando llegaron a su destino, las luces de la ciudad estaban ya encendidas, y una suave brisa se llevó su falsa preocupación por los demás, pero al bajar cada uno se cuidaba del que había sido su acompañante en este último viaje, no  fuera a ser que un asaltante siguiera a cada uno.

Javel