Biología

Su corazón latía con fuerza. Se podría decir que sus órganos sensoriales se aferraban a lo que les rodeaba: nunca había visto tan brillantes los colores, su oído no había notado tal cantidad de sonidos, su olfato se saturaba con todos los olores que había en torno suyo, su boca se inundaba con un sabor nuevo e indescriptible; y su piel vibraba, con tal intensidad que cualquiera diría que estaba temblando…el flujo de sensaciones terminó pronto para él, pues la muerte se apoderaba de su ser,  y los niños en el laboratorio aprendieron en ese momento que la vida es algo que se puede quitar sin culpa y que quizá algún día se pueda otorgar de nuevo, siempre y cuando haya más seres dispuestos al sacrificio en aras de una técnica capaz de redimir al hombre.

Maigo

Los Trols Amigos del Diablo

Amigo soy de Platón, pero soy más amigo de la diversión.
—Aristóteles

Existe una moda, que ha ido agarrando la indomable fuerza de tres caballos pura sangre. Sus practicantes abundan en el internet, más en el extranjero que en el nacional, pero no por eso es una cosa aislada, al contrario, creo yo que es una característica fundamental humana que nos constituye desde nuestra parte más primera por naturaleza y que nos da forma y sentido. Hablo, de los trols. Tal vez lo único que le voy a reconocer (mientras viva) que hizo bien a Jodorowsky a pesar de las discapacidades intelectuales de las que tanto hace gala cada que puede; fue haber tuiteado que él mismo inventó el termino troll, usado en el sentido que le dan los chavos que están de moda hoy en día y que se refiere a una persona a la que le gusta chingar (diríamos los mexicanos entendiendo perfectamente a lo que nos referimos). En otros países llamarían trols a las personas que gustan de llamar la atención molestando o incomodando a los demás, ya sea llevando la contraria o diciendo incoherencias deliberadamente. Todos los reconocemos casi de inmediato, incluso en la vida que transcurre sin necesidad de señal WiFi, estos seres Jodorowskianos aparecen hasta en la cola de las tortillas, en el Banco Azteca o en los puestos directivos de universidades y escuelas de menor categoría. Hace falta pasearse por un foro, o por facebook que es el pan de cada día para la mayoría de los mexicanos y encontraremos trols, felices y gustosos de hacer lo que más les gusta, escribiendo tonterías y burlándose toscamente de los demás, hablando de los siete maestros del revólver, de la magnificencia que la psicomagia puede traer a nuestras vidas y de cosas por el estilo. Bien por ellos, se van a ir derechito al infierno, porque si algo he aprendido en lo poco que llevo de vida, es que hay que luchar en contra de la naturaleza para ser feliz y santo.

Sin embargo, si he venido a hablar de la troleada y de su intrínseca relación con el alma humana, es porque me parece un motivo fundamental en ciertos géneros literarios, muy específicos, incluso prohibidos durante mucho tiempo, olvidados o arrumbados a su suerte en un frío y húmedo calabozo. La necesidad de trolear es cosa de vida o muerte, es tan propia del ser humano como lo es el respirar o el sexo que es igual de natural. Cualquier Trol podría elevar a ley universal la máxima de sus acciones, con una mano en la cintura y la otra en el teclado del internet, porque desde chiquitos nunca falta el morro que le gusta estar chingando al próximo, o la mujer que chilla y chilla para llamar la atención, la esposa aburrida que busca pleito con la esperanza de recibir unos bofetones. Los modos de troleo son variopintos y muy divertidos, solo basta con hacer una exclamación ligeramente subida de tono y ver cómo la gente decente pierde la cabeza, algo así como «Dios está muerto» o como el ese payaso llamado Marcel y el principio de su Aproximación al Misterio del Ser (si no es esa, es otra obra cuyo nombre no quiero recordar), bien pudo haberse bajado los pantalones y levantado el culo hacia la audiencia, hubiera mantenido triunfante su estilo vulgar de llamar la atención y hubiera asustado más filósofos de los que presume haber hecho. Bueno pues, el alma humana está en constante movimiento, y cuando se siente acorralada, inmovilizada se ve investida con una urgencia primordial de subirse al tren del mame y trolear para recuperar la sanidad. Lo que me ha traido aquí, el día de hoy, es mi vasto conocimiento sobre la profundidad de la naturaleza humana (que es múltiple pero por tradición se nombra como simple), la cual después de años de investigación seria y muy meticulosa, me ha llevado a tratar de dar luz a un fenómeno  bastante curioso y que no puede ser dejado de estudiar. Este fenómeno, puedo decir sin temor a errar en ningún momento, es el principio de toda necesidad de troleo humano, y al mismo tiempo da sentido a todas nuestras vidas y a todo tratado psicológico habido y por haber. Me refiero al Diablo.

Entiendo, no me queda duda alguna de la importancia que tuvo o que tiene para los estudiosos de La Palabra de Dios, transcribirla lo mejor que se pudo, sin errar en la más mínima sutileza y dando el mismo sentido que Dios mismo nos señaló desde la primera hora de la creación. Pienso en el principio de la tradición judeo-cristiana, tal vez me pueda ver ambicioso como Locke y trasladarlo al principio de todas las culturas humanas cuando se trata de cultivar la religión y decir que (a diferencia de Locke) todos los hombres vieron la misma importancia a la hora de dar inicio a este complicado proceso de conocer a la Divinidad. Si es que Dios escribió la biblia, o fue Moisés o fueron un montón de escribas llamados Homero termina dando el mismo resultado, creo que no cuesta mucho trabajo ver que es importante para los hombres conocer el camino de la rectitud, conocer la Ley y el buen hacer (claro y promover su uso y los infinitos beneficios que estos hábitos adquiridos en tan solo veintiún días, pueden traer a tu vida mejorándola de maneras que jamás hubieras imaginado sentado frente al televisor con tu cerebro apagado). Entiendo que sea necesario escribirlo para que trascienda las vidas de los primeros, que a pesar de que la historia nos ha mostrado que la tradición oral es muy fuerte y tiene mucho alcance, también nos ha mostrado que los reinos no son eternos, sin embargo, las palabras tienen un modo fantástico de escapar al fuego, a la lluvia y a la corrupción con que colorea la naturaleza misma a todas las cosas y éste es el arte. Comprendo que en una segunda instancia, la Palabra de Dios sirva para lo que ahora se llama evangelizar, sencillo, ¿no? Bueno, lo que no comprendo, es por qué alguien escribiría sobre el Diablo, si no es por trolear.

Textos sobre el mal hay muchos, no hace falta andar escarbado bibliotecas esotéricas llenas de artes ocultas y prácticas prohibidas que tienen como finalidad enriquecimiento y poder (como los libros de superación personal), para encontrar tratados malignos. Si quieres leer sobre cosas extremadamente impías, ahí está el Ensayo sobre el entendimiento humano, que no es por nada, pero contiene un par de las mentiras más macabras que he leído (y sí, adivinaron, tienen que ver con peruanos). Si lo que buscamos es maldad, bueno, hay por ahí otros textos bastante buenos que tratan el tema a profundidad y que distan mucho de afán del trol moderno, medieval o clásico. Si lo que queremos es leer cosas sobre seres fantásticos, imposibles y tremendamente bellos, bueno ahora la fantasía épica se encarga de ello, pero también están los clásicos grecolatinos con su fauna fantástica de la que nacen todos los monstruos posteriores. Sin profundizar mucho en la simbología que estas figuras representan, me parece que el Maligno no las abarca todas, ni las supera (con perdón). Entiendo, pues, que la preferencia de tantos autores por el Diablo, no depende de una cualidad simbológica sobresaliente.

Tengo muy grabado en la mente los regaños que me daba mi abuela, sus genuinas censuras cuando yo pronunciaba alguno de los nombres del Enemigo durante mi rebelde adolescencia metalera, y con esa clara imagen en la mente, me hace pensar que en tiempos anteriores a su nacimiento (el de mi santa abuela), este tipo de actividades eran mucho más frecuentes y mucho más terrbles, ahí está por ejemplo la inquisición. Uno se entera sin querer, de ciertas supersticiones peculiares, como que hubo gente (no sé si todavía) que escupía después de pronunciar o escuchar la palabra serpiente, no sería raro que también haya un sinfín de usos que escapan a mi conocimiento para “librarse” del Maligno después de haberlo nombrado. Una vez dicho esto, vuelvo a preguntarme, ¿por qué alguien escribiría sobre él? Vamos, en el más vulgar de los casos, pienso que desde la antigüedad hubo gente que escribían panfletos con procedimientos mágicos que garantizaban los excesos de placeres a quien los llevara a cabo, en términos muy llanos vendían papel y tinta a precios muy elevados. Pero no creo que termine en una mera artimaña mercadotécnica toda la figura del Señor de las Tinieblas. En una instancia un poquito menos baja, bien podría limitar su existencia a una especie de recurso didáctico, estoy pensando en algo así como el Coco, que si no te portas bien se te aparece y te carga, de la misma manera en que lo haría la mismísima chingada. Podría ser, el Príncipe de las Tinieblas una simple figura o símbolo un tanto complejo, pero sin mayor trascendencia, de esos hay muchos en un montón de culturas. En cualquiera de estas situaciones, me parece que no vale la pena arriesgar el pellejo, ni siquiera para educar al prójimo y enseñarle a no obrar mal. escribiendo sobre él, y divulgando su maldita palabra, si no es porque una urgencia vital como lo es el trolear, se encuentra como causa subyacente al acto. Si pensamos que los textos sobre el Diablo tienen un propósito ético, bien podemos darnos cuenta que hay muchos otros modos de mostrar el recto camino sin necesidad de condenarnos por mencionar su nombre maldito. Es más me cuesta trabajo pensar por qué algún exiliado, o un ermitaño, o un monje rebelde escribiría textos satánicos, en lo más profundo de su monasterio o cueva en la montaña (junto a su águila y su serpiente) y luego se los distribuiría a un selecto grupo de gente (trastornadita), gente que comparte las creencias y que gusta de las prácticas religiosas que el escritor satánico propone (olvídense de las orgías, y esas cosas que ahora nos vende la tele y su obsesión sexual, las cochinadas de la cama siempre han existido y se han practicado sin necesidad de andar invocando al Diablo), hablo de cosas como blasfemias, insultos y sonidos primordiales desarticulados que comulgan con el mudo lenguaje de la Naturaleza (que para disgusto de muchos trols, no es la matemática). Pienso en estos hombres en tiempos de la Inquisición o en tiempos romanos donde el Imperio era incluso más terrible en estos asuntos de la piedad (los primeros cristianos no me dejarán mentir) y entiendo que los hombres de Dios hayan arriesgado su vida en contra de la ley del Imperio, para llevar a los oídos del hombre La Palabra y la Ley verdadera. Me cuesta trabajo creer, esa mentira babosa de que los satánicos son bonachones equivocados, que piensan que el Mal, en realidad es el Bien, pero con un matiz más libre y más de acuerdo a nuestros deseos (más moderno, pues). Los adoradores del Diablo no son mensos, y apuesto a que serían menos fanáticos si pensaran que su deidad es buena en el fondo, pero incomprendida por la gran mayoría de los no iniciados, como ese artistucho chileno judio-ucraniano nacionalizado francés en 1980 según wikipedia, que tanto gusto trae a los despistados.

Le doy vueltas y vueltas y me parece que quien habló del Innombrable lo hizo sencillamente por chingar. Por hacer una declaración, algún tipo de desconocimiento a la Ley y hacerlo anónimamente, en las sombras, porque así siempre es más seguro y sabe mejor el poder. Me parece que en los primeros escritores diabólicos (que no tengo la menor idea de quiénes podrían ser) existía la misma urgencia de divulgar la palabra de su deidad, que hubo en Moisés o en los apóstoles. Porque resulta absurdo pensar que uno va a andar predicando el mal por el mal mismo (como muchos metaleros gustan de hacer) y esperar a que un montón de gente lo acepte así como así. Eso presupondría que los escritores Diabólicos no son muy brillantes ya que solo los despistados los seguirían. Sin embargo, hay un montón de textos que hablan sobre esta figura maligna en particular, y no dejo de encontrar gracioso pensar que a falta de tuiter o de un blog, algún monje hubiera publicado un libro sobre el Diablo y lo hubiera distribuido clandestinamente solo para incomodar gente, para burlarse de lo que él reconocía como autoridad o para mostrar, sencillamente, que él era más listito que los demás.

Pujando

Observamos nuestra sociedad a partir de estadísticas y encuestas. Representamos las preferencias de la gente en una ilustrativa gráfica y examinamos minuciosamente los resultados. Nuestra comprensión política, la del conversador en mesas de café y la del erudito en conferencia, se reduce a estos términos, los vemos y ya creemos entender algo de cómo vivimos. Sin embargo casi nunca nos detenemos para notar si es cierto o si nuestra maquinaria matemática termina por socavarnos.

Quizá estemos acostumbrados a esta comprensión, es decir, el modo de nuestra vida está ceñido por los números. Desde pequeñitos, cuando somos unos inocentes niños, hasta jovencitos, la escuela y nuestros padres —con su consentimiento y respaldo— nos forman para entender el mundo, a partir de ello vemos nuestro alrededor. En física aprendemos que el movimiento es desplazamiento y con esfuerzo podemos medirlo. O también rezamos el principio de impenetrabilidad y decimos que un cuerpo no puede ocupar simultáneamente el mismo lugar que otro. En biología aprendemos que el crecimiento es evidente en el desarrollo de nuestro cuerpo y metabolismo. Heredamos de los monos nuestra vida definida por nacimiento, reproducción y muerte (los angustiosos de cigarrillo le deben mucho a Darwin). Vemos que los números y la percepción son recursos para entender nuestra naturaleza. Así lo observamos y aceptamos como verdadero.

Formados de tal modo juzgamos nuestra situación política. Abrimos los ojos y asumimos este conjunto de individuos como una sociedad establecida. Pese a ello, aparecen disputas y roces entre los grupos integrantes del conjunto, cada uno intentando defender sus derechos o respeto a sus intereses. Los periódicos y espacios públicos se llenan de sus polémicas, pero lo creemos normal. Aplaudimos la libertad y la diversidad, los enaltecemos como triunfos de nuestro siglo. No importa lo ridículo o ínfimo de las agresiones entre los grupos, quien cuestiona aquellos principios termina por ser denominado fascista o saboteador del derecho de libre expresión. Hacia el final todos los grupos acaban como facciones, pero para los analistas políticos es el curso tradicional de la política.

A partir de aquel escenario, la paz llega con la aprobación del sector predominante. El triunfo de la democracia se encuentra en que el gobernante fue elegido casi por toda la sociedad, no puede haber dos ganadores en una misma contienda. El acierto político está en que la elección fue libre y consensuada: resultó buena elección porque fue decidida por la mayoría. Aunado a ello también tenemos el acierto del diálogo. Si no puede resolverse por una disputa, aplaudimos la civilidad en el arreglo de las partes ofendidas de la sociedad. De este modo los tiempos felices ocurren por medio del acuerdo.

Inmiscuidos en esta lógica perversa, olvidamos la tensión entre los grupos y la pregunta por la verdadera justicia. Y ese olvido lo pagamos caro: la violencia puede respirarse con facilidad aun en el supuesto regocijo de la paz. La defensa por nuestros intereses y nuestra estimación por la aprobación de la mayoría nos obnubila para descubrir lo mejor para nosotros. Nuestra multitud, orgullo de nuestra riqueza, termina por destruirnos.

Bocadillo de la plaza pública. Ya empezó la época electoral y, con ello, la aparición de muchos inconformes. Algunos se quejan de la basura de la propaganda, otros de cómo los políticos se arrastran por el poder. A estos últimos podemos objetarles con lo siguiente: aquí está el caso de un partido preocupado por el bienestar y los sueños de una niña (http://www.animalpolitico.com/2015/04/presentan-a-alondra-en-marcha-de-candidatos-del-pan-en-guanajuato-capital-vazquez-mota-le-promete-libro/). La susodicha ocupó los titulares esta semana por ser protagonista de un error en un operativo con agentes internacionales. Gracias al PAN la muchachita  —en palabras de esta misma— pudo regresar con su familia y obtener su fiesta de XV años. Hasta su pequeña aventura será sustento para un libro (¡puede que en unos años Danna Paola protagonice la película!). ¿Quién dijo que los políticos sólo ven por ellos?

Señor Carmesí

Gazmoñerismo ruso

Aunque Dios no exista, prefiero amar a mi prójimo que devorarlo.

Gazmogno

SIEMPRE ES LO MISMO

Siempre es lo mismo

Cada vez me voy convenciendo más de que la apatía es el problema central, actual, del alma humana. Apatía en el sentido más etimológico: no padecer nada, y si se le padece no preocuparse por ello. Rastrear esta enfermedad puede tener varios caminos, pero al menos comencemos por uno que parece el más próximo.

     Anteriormente los investigadores se apresuraban a leer o estudiar aquello que les interesaba tanto, ya fuera porque reconocían que la vida se les iba acabando y preocupados por saber algo antes del final, adelantaban todos los pasos que pudieran, o ya fuera porque temieran que aquello que estaban investigando, así como lo que posibilitaba su investigación eran inciertos, o mejor dicho, algo que pudiera esfumarse de un segundo para otro, hablo de que aquello podía derrumbarse, o morir o cambiar. Todavía peor, que tal si la razón, o su deseo se alteraban por alguna enfermedad grave, había que darse prisa, pero sin volverse loco. El deseo de saber y de llegar a ese saber estaba a flor de piel.

     Todo esto dejó de ser un problema cuando se dio fijeza a todas aquellas cosas perennes que habrían de ayudar a encontrar cualidades eternas, gracias a los avances tecnológicos que pueden ayudar a conservar más tiempo lo que se busca, el investigador moderno no tiene más que introducir en el rastreador electrónico lo que desea saber y ahí estará siempre a su disposición, no hay prisa en alcanzar algo que siempre estará ahí, puedo ocuparme de tantas cosas como quiera, pero mejor las dejo para más tarde, al fin y al cabo haciendo ejercicio y tomando lo que el doctor me receta podré vivir lo suficiente para saber todo lo que pueda. Y esto no sólo para el que desea saber, también para el que desea viajar, o poseer riquezas, la vida se ha extendido casi indefinidamente, que no hay de qué preocuparse. Algún día se hará todo eso. Se nos está olvidando que la mortalidad es parte constitutiva del hombre, gracias a que el conocimiento por el que lucharon algunos, hace unos cientos de años, nos permite dominar la naturaleza, al grado de acercarse tanto a los dioses que ya pronto nos burlaremos de ellos, aunque quizás lo dejemos para después, porque ahí van a estar siempre.

     La dominación por el saber ya ni siquiera es algo tan importante; presumir lo que se sabe ha dejado de ser señal de un claro intento de superioridad, pues cualquiera en cualquier momento podrá acceder a ese saber. Todo está a nuestra disposición, todo excepto el deseo. Todo está fijo, incluso los problemas, <<mañana le reclamo al agresor, ahí va a seguir mañana>>, piensa el hombre. Quizá un problema más serio sea que ya ni en lo fijo podemos ver alguna cualidad. Todo es igual.

Javel

Antes de la aurora

Puede verse, sin mucha dificultad, que la mayoría de las personas buscan estudiar para pretender competir por un mejor futuro. A veces el estudioso, hombre de amplia visión en el porvenir, mira como un ser inferior a quien no se cultiva en los altos recintos universitarios. Lo que no se da cuenta el licenciado o ingeniero en potencia (si pensamos lo que Nietzsche nos dice en sus reflexiones vertidas en su libro Sobre el futuro de nuestras instituciones educativas) es que él será igual, pues trabajará para conseguir dinero con el cual podrá satisfacer sus sofisticados placeres. Quizá, siguiendo el argumento, la única diferencia entre universitario y no universitario sea que aquél le tiene miedo al dolor del trabajo cansado.

Dejando de lado las exageraciones del pensamiento nietzscheano, y tomando lo que no parece tan precipitado, podemos ver que en nuestras instituciones educativas el placer se encuentra antes de trabajar, el placer está durante los años de la instrucción escolar. No se trata de que los estudiantes gocen el descubrimiento de lo que comienzan a aprender, como si se tratara de un fruto fresco y maduro encontrado por algún sediento en medio del desierto, más bien gozan otro tipo de los placeres, distractores constantes del estudio. Esto no anula el valor de las instituciones educativas, sólo vuelve a sus miembros medio estudiosos y medio viciosos. Quizá después sean medio trabajadores y medio viciosos.

Pero todavía podemos encontrar buenos estudiantes en dichas instituciones, completamente estudiosos. Más aún, también podemos encontrar especímenes raros, naturalezas con ansias de saber, personas insatisfechas con el conocimiento ofrecido por la academia; como con las que Nietzsche, nos cuenta en el texto referido, está platicando en un bello bosque. ¿Vería en ellas, el genio alemán, la posibilidad de una genuina búsqueda por el conocimiento? Me parece que sí, pero se necesita un grupo estrechamente unido, para una buena búsqueda. ¿Qué hacer cuando no están juntas, cuando no se encuentran dichas personas? Si la naturaleza las hace brotar con cierta regularidad y logran crecer, les queda por hacer a las otras personas (que han leído con gusto o quizá conocido con placer a algún alma elevada) los lugares idóneos donde aquéllas puedan madurar y puedan obsequiarnos sus bellos frutos, sus más bellas reflexiones.

Yaddir

La vida trágica de Midas

«Aunque puede ser difícil de creer, la respuesta se encuentra en una vieja leyenda:
la leyenda del rey Midas y el sabio sátiro Sileno, fiel acompañante de Dionisos».

Nietzsche, El nacimiento de la tragedia

Después de días en el bosque, los hombres del rey por fin le trajeron noticias del camino hacia la casa del eremita, una criatura innaturalmente anciana que, según se decía, desde tiempos sin cuento vivía allí escondida. Por supuesto, el monarca fue a verlo apenas amaneció el siguiente día. Los recibió el muy viejo, con la sencillez del que ha perdido toda paciencia para las charadas de la etiqueta. El rey, preocupado tanto que había olvidado hasta el gusto por el alimento y por el tacto del viento, con la cabeza nublada por graves pensamientos, no demoró tampoco en fórmulas de cortesía para hacer la pregunta: «dime, eremita, ¿qué es lo mejor, lo más preferible de todo?». El ermitaño se rió de él y respondió entonces: «ay, pobre hombre, hijo de hombres y del sol. Lo que tú preguntas para mí es imposible decírtelo, pero lo contrario fácilmente te lo contestaré, aunque no necesitarías escucharlo de mí. Lo segundo peor para ti y los tuyos es ya inevitable, a saber, haber escuchado al Sileno. Pero lo peor de todo, si quieres saberlo, es una vez habiéndolo escuchado, haberle creído».