Pienso. Pienso y extraño. Como un hoyo de arena que va creciendo poco a poco, siento mi estómago extrañar. Es algo realmente extraño esto de estar extrañando a alguien; se siente como una falta inexplicable. Los buenos recuerdos y junto con ellos la posibilidad de otros momentos plenos, quieren cubrir la ausencia. Pero extrañamente vuelvo a recuperar mi extrañeza, más débil, quizá mermada, pero fastidiosamente presente, un huésped que me cae mal. Lloro. Se me ocurre genialmente atiborrar mi mente con colores frescos y hasta chillones, escuchar risas gentiles y alegrarme por otro de sus situaciones, sólo me falta decidirme qué medio usaré: un libro o una película. Ésta me parece falsa y la abandono, aquél me distrae, me complace y me preocupa en otros asuntos. Vuelvo a recordar mi extrañeza. Me complazco creyendo que extrañarme es parte de mi madurez. Todos los que maduran pasan por esto, vaya asunto tan normal. Sonrío extrañamente. Qué extraño, pienso, es la primera vez que repito una palabra y no dejo de agotarle el significado, parece un licor inacabable, poco embriagante; a ver qué pasa con la resaca. Languidecen mis luces, junto con ellas paso a otros sueños.
Yaddir