Un saludo de paz

Les dejo la paz, les doy mi paz. La paz que yo les doy no es como la que da el mundo. Que no haya en ustedes ni angustia ni miedo.

Jn. 14, 27

En estos días me he dado cuenta de que nada une más a una comunidad que un saludo de paz. Cuando vemos o damos un saludo así, nuestra vida cambia para siempre; no podemos seguir siendo los de antes si es que logramos apreciar con detalle lo que en realidad es un saludo de paz, pues éste guarda ciertas diferencias con el simple apretón de manos que se llegan a dar un par de desconocidos cuando han de cumplir con un ritual.

Para comenzar a ver un saludo de paz como lo que realmente es, necesitamos distinguirlo del mero saludo. Cuando saludamos le deseamos un bien al otro, generalmente salud y bienestar, casi siempre físicos, pues a veces hasta decimos que miestras se tenga salud se tiene todo; aunque hay algunas personas osadas para nuestros tiempos que entienden por salud cierto estado del alma, podríamos hablar de un estado de gracia, en el que el alma es saludable porque se aproxima lo más que puede a Dios, pero esos casos son los menos frecuentes en nuestra sociedad, y casi siempre entendemos el saludo como un acto público que nos deja como personas bien educadas ante los demás.

Al principio es difícil distinguir un saludo de paz de un saludo convencional, pues un saludo de paz también comienza por desearle bien al otro, sólo que ese deseo no se limita a la esperanza de que el otro pueda seguir trabajando como siempre debido a que no enferma o que pueda prosperar y progresar, menos aún se agota en un apretón de manos que pretenda señalar al mundo una buena voluntad que en el fondo no se tiene. Los deseos vacuos y  los apretones de manos que no salen del corazón forman los buenos modales y las fotos históricas, de tal manera que una vez teminado el saludo cada quien puede ir por su lado y continuar con sus negocios sin salir afectado por el encuentro. Es en la posibilidad de continuar como siempre o de haber cambiado para siempre en donde se encuentra con más claridad esta diferencia.

Considerando las diversas maneras en que nos saludamos, podemos ver que la distancia que hay entre un acto público, es decir, de buenos modales, y un saludo que no se limíta a lo que ven los demás consiste en el amor que sienten los que se saludan. Porque sólo en el saludo de paz es posible reconocer al amigo que se había perdido de vista, y sólo con la paz que brinda la precencia del amigo es posible formar una comunidad en la que ambos, saludante y saludado, comparten lo que son, de modo que no es posible seguir con el mismo camino que se tenía una vez que se ha dado un saludo de paz.

La paz viene de la gracia y es fruto del amor, sólo sabiendose inferior a lo divino y amando al otro es posible desear la paz, sin confundir a la misma con los saludos convencionales que decimos en la calle, o con los apretones de manos que cesan algunas hostilidades pero mentienen otras. La paz une a los amigos y les permite caminar juntos aunque sus senderos sean distintos, porque un saludo de paz hermana corazones y desvela los ojos de quien caminaba a ciegas.

Maigo.