Hace unos días venía de regreso a mi casa. Era cercano a las cinco de la tarde y el sol perdía su intensidad. Pese a ello, el calor continuaba sometiéndome. Recibí una llamada de un amigo mío para solicitar mi ayuda. Me preguntó mi ubicación y me pidió de favor que me reuniera con él. En alguna otra ocasión me encontraba en mi casa y también recibí una llamada suya. Me hablaba para pedirme que —sí, igualmente— fuera con él. Al haberlo hecho me explicó que necesitaba mis datos, nada que requiriera mucho esfuerzo. Inmediatamente su prima dio un paso al frente y me saludó cordialmente (como una vendedora, estrechando mi mano y sonriéndome). A continuación empezó a decirme que recién pertenecía a la liga juvenil de un partido, la cual también en ese período estaba retomando un rumbo perdido. Según ella, a diferencia de otros momentos, el partido ahora intentaba atender a la comunidad juvenil y buscaba su preocupación política. Con tal propósito me invitó a pertenecer a las filas de los adherentes, aquellos ciudadanos que tienen puesto un pie en la región blanquiazul. Asimismo añadió una advertencia: me comentó que muchos aceptaban por los eventos de convivencia (mismos que eran amenizados por una que otra copita). Yo soy universitario y no cedo tan fácil ante dichas tentaciones. Mi nivel de cultura me salva de esas vulgaridades. Podrán algunos jóvenes aceptar con eso, así como algunas señoras muy tontas son convencidas al obtener lavadoras o despensas. Pero yo fui distinto: a mí me tuvieron que persuadir con la posibilidad de becas. A pesar de que en los siguientes meses me contactaban para varios eventos, nunca respondí sus invitaciones (todavía menos después de que al mes recibí una llamada de extorsión hacia el titular de mi línea).
Me reuní con mi amigo y llegué a la reunión entre el candidato para presidente municipal y los vecinos de la zona. Se había realizado un pequeño montaje para la convivencia: el público sentado en sillas desplegables frente al escenario, el cual era una tarima que tenía al rostro del candidato como telón de fondo. Después de una modesta presentación musical (como entremés contrataron a un niño perdedor de un famoso concurso), aparecieron los candidatos para los cargos en disputa. Al frente el aspirante a diputado local nos preguntó si estábamos satisfechos con el actual gobierno municipal. La respuesta no fue sorprendente. Ya fuese por el detrimento propiciado en el municipio o por ser el enemigo nacional en común, todos expresaron su inconformidad. En los últimos tres años la ciudad se ha venido abajo (¿tres o seis años?). Entre la violencia desatada y el desfiguramiento del rostro urbano, tenemos evidencia para creer lo anterior. El hartazgo ciudadano de hoy es mucho mayor al de ayer. Para algunos era motivo de risa, para otros un motivo de enojo, la campaña del actual presidente. No se veía con buenos ojos el esfuerzo desmedido en su promoción. Todos torcían la mueca al ver la ciudad tapizada con su rostro o con escuchar una canción modificada con su nombre (casi nos destrozamos la mandíbula al enterarnos de su busto en la Rotonda de Hombres Ilustres de mi municipio). En actos públicos prometió el cambio para la ciudad y crítico severamente el débil desempeño de su predecesora (sí, la misma al frente del Bansefi y que tuvo el mismo desempeño como diputada federal). A través de eso consiguió el triunfo, y el municipio se le vino encima.
Con gestos casi maquinales y con tufo a óxido, los candidatos hacían que la audiencia prorrumpiera en aplausos y gritos. Resaltaban sus logros conseguidos en los propios mandatos y pedían una oportunidad para corregir los errores del pasado. Concluía su discurso reafirmándose como la alternancia. Yo me tallé los ojos y creí que me está volviendo daltónico.
Bocadillo de la plaza pública. El presidente Peña Nieto afirma que México se encuentra estigmatizado por la violencia y que la situación de seguridad es equiparable con cualquier país del mundo. En una habitual revisión del lenguaje, el gobernador Aristóteles Sandoval calificó los hechos del 1 de mayo ocurridos en la zona metropolitana como actos vandálicos y no como narcoterrorismo. Acerca del helicóptero derribado dijo que «ese fue otro escenario». Sean actos vandálicos o no, teniendo el país una mala fama o no, hayan asesinatos en Caracas o no, es innegable el problema que enfrentamos: aún nos aterrorizamos por el fuego.
Señor Carmesí