El amor a la verdad
Casi ajeno a la fama del poeta Alfonso Reyes es el exceso de toda emoción. Alfonso tiene fama de sereno, de poeta alejado de románticos lirismos y de arrebatos de pasión. A los ojos de quienes casi no lo han leído, Reyes es un roble de perfección. Los más alfonsecuentes, en cambio, saben que Alfonso Reyes es un seductor inigualable en su finura: te seduce con lo que nadie se atrevería a seducir, pasa por piropo lo que cualquiera creería definición y define como lanzando un piropo. Los más alfonsecuentes saben que Alfonso Reyes es la más grata de las compañías: en la ira te contagia ternura, en la resignación te inflama de esperanza, en el dolor te susurra consuelo y en el amor… En el amor Reyes te planta de frente al corazón. Hay un poema de don Alfonso que siempre me ha gustado, que casi siempre me hace llorar y que hoy templa la congoja que en el pecho han formado los tiempos difíciles. Se intitula Engañados.
Engañados del sosiego
con que los conduce amor,
llegaron tus pensamientos
a las puertas del temor.
En tus azorados ojos
quise beber tu estupor,
donde –entre esmeraldas y oros-
tuve otra suerte mejor:
porque vi cómo salían,
a modo de confesión,
dos lágrimas perseguidas
de cerca por otras dos.
De manera general, el poema prefigura el preludio del llanto. No es el arrebato del llanto, tampoco es la tormenta de los celos, mucho menos el aluvión de la tristeza; el poema es el preludio del llanto.
La primera estrofa, entre el sosiego y el temor, muestra que eso del amor mucho tiene que ver con el pensamiento y la vida bien pensada: el enamorado piensa bien cuando cuida del sosiego; el enamorado piensa mal cuando el sosiego sólo puede decantarse en temor. Amar, contrario a lo que dicen los bestialistas, tiene mucho más que ver con lo que pensamos y dejamos de pensar, que con lo que sentimos y comenzamos a sentir. Si dejamos de pensar en el amor, inevitable será que sintamos el temor.
La segunda estrofa es la médula del conflicto amoroso, de la pareja que de frente intenta reconocerse a mitad de la tormenta. Nuevamente el poeta contrasta la tranquilidad y la zozobra: los ojos azorados son la fuente turbia, los brillos enamorados un borbotón. Los amantes se miran a los ojos para saberse. En los ojos se sabe lo que se ha de pensar.
Lo más enigmático del poema es la enseñanza alfonsina sobre el amor, pues a la confesión de la tercera estrofa la llama suerte en la segunda. En el amor, como en la vida, la verdad siempre es preferible. La suerte del engañado está en saber la verdad, no en evitar ser engañado. Es inevitable que los hombres descuiden sus amores. Lo que sí puede evitarse es que los hombres descuiden la verdad. Y en el valle de los descuidados nada valen las lágrimas, así sean dos que perseguidas van de cerca por otras dos.
Námaste Heptákis
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