De facto

A pesar de que vivamos a través de ellas, nuestras acciones no dejan de ser un misterio. Pese a que observemos parte de ellas, nunca alcanzamos a ver con plenitud su origen o su alcance. Subestimamos su arcanidad y nos quedamos con lo evidente. De ahí que enjuiciar una acción puede volverse como sumir nuestra cabeza en un ambiente brumoso: nos adentramos creyendo ver con claridad.

En tales circunstancias no es sorpresa que desdeñemos las acciones aparentemente inactivas, las creemos inútiles y una verdadera pérdida de tiempo. Solamente parecen apreciables si logran generar un cambio efectivo. Medimos su éxito a partir de los resultados obtenidos, todavía mejor si se consiguen casi inmediatos. Dicha concepción, por ejemplo, logra fundamentar un prejuicio muy arraigado en nosotros: el pensamiento no significa una acción. Como el manejo de ideas no es material, pensar equivale a permanecer en la inactividad. En las universidades sólo se acredita lo intelectual a través de sus productos culturales.

El viraje anterior trae consigo severos cambios en nuestra vida. Nuestra preferencia puede terminar inclinada por la acción llamativa, cualquiera que no sea así termina descalificada por ser, nuevamente, inútil. Actuar del mejor modo se vuelve perseguir la transformación más pronta y efectiva. Ahora el valiente resalta por vencer con mayor contundencia a sus oponentes, no por su buena acción frente a un contexto adverso: nos parece más valiente quien porta el antifaz a quien decide denunciar públicamente lo indignante.

La estridencia de estas acciones resta la importancia de otras silenciosas o paulatinas. En estos términos reservarse se vuelve insensato y hasta una muestra clara de apatía. Por ello no es sorpresa que toda protesta justificada deba parecerse a un torbellino: avanzar revolviendo y destruyendo todo. Cambiar solamente tiene significado por su ruptura con lo antecedente. No obstante, como bien experimentamos, existen acciones que resultan verdaderamente útiles al ser preparatorias, allanan nuestro sendero para caminar hacia lo mejor. Así guardar luto también resulta una acción valiosa.

Bocadillo de la plaza pública. Dicen varias personas y medios de comunicación que las elecciones son la celebración de la democracia. ¿Quién diablos se regocija en un festín blindando por los anfitriones donde convivimos en medio de asistentes corrompidos y asesinados?

Fe de erratas. En la anterior entrada omití un signo de puntuación, aquí va la corrección: «la vida puede acabar sin que realmente la haya hecho mía. ¡Sal a morir del mejor modo! […]» Una sincera disculpa.

Señor Carmesí