Dos poemas
Histeria
Mientras ella reía, era yo consciente de estarme involucrando en su reír
y de estar siendo parte de él, hasta que fueron sus dientes sólo accidentales estrellas
con talento para una marcha de escuadrón. Fui atraído por jadeos breves,
aspirados en cada recobramiento momentáneo, perdido finalmente en las oscuras
cavernas de su garganta, lacerada por un ondear de músculos invisibles. Un
anciano mesero de mano trémula extendía con prisa un
paño de cuadros rosas y blancos sobre la mesa de hierro verde oxidado,
diciendo: “Si la dama y el caballero desean tomar su té en el
jardín, si la dama y el caballero desean tomar su té en el
jardín…” Decidí que si acaso el temblor de sus pechos pudiera ser
detenido, algunos fragmentos de la tarde podrían ser
recobrados, y dirigí mi atención con cuidadosa sutileza
a este fin.
T. S. Eliot
Luna
Espejo de cenizas irisadas
y de pestañas platinadas,
pedí el peso de las aguas
y me diste marejadas.
En tu silencio dilatado
se adivina el corazón,
que, cual viajero limitado,
baila su eterna canción.
Tacitus