La ciudad, en su lluvia de palabras, nos mantiene casi siempre empapados. Quizá sea exagerado afirmar que todos somos víctimas de aceptar fácilmente las palabras ajenas, lo que no resulta exagerado es afirmar lo difícil de eludir u observar las incesantes gotas que caen, pues son muchas y muy variadas. Pero el lluvioso ambiente no impide ofrecer esporádicamente un vaso de agua, poder beber agua de un pozo y saciar la sed en un río; no hay que olvidar que los vasos pueden ser arrojados directamente a la cara, los pozos estar demasiado profundos y los ríos a punto de desbordarse.
Existen personas que, al hablar, más que ofrecer vasos de agua a los sedientos escuchas, son como ríos: con un cauce visiblemente demarcado que se bifurca en varios puntos y pueden desembocar en lagos donde reposan sus reflexiones; no hay que olvidar el peligro del desbordamiento y el posible daño, incluso ahogo, que puede provocar a sus escuchas. Aunque comúnmente no escuchamos hablantes que sean como ríos, pues la mayoría parecen chorros de agua, siempre con breves ideas poco ordenadas. De entre ellos, algunos logran ofrecer sus reflexiones en charcos, mayormente, con agua puerca; otros aprovechan esos espacios para, con un arduo trabajo de escritura, armar cuencos (inclusive pozos) donde puedan reposar buenas reflexiones. El cuenco ni el pozo cancelan que el agua contenida pueda ser dañina o mortalmente venenosa.
Particularmente me sorprende que haya excelentes artesanos de cuencos que dan, periódicamente, escasa cantidad de agua, es decir, que sólo ofrecen el agua de sus reflexiones escritas, dejando con sed a ciertos lectores. Dichos cuencos pueden contener mayor cantidad de agua si son discutidos grupalmente, pues cuando se buscan diversas maneras de explicar las reflexiones escritas, se llegan a encontrar nuevas ideas; mucho mejor resulta si el cuenco no es colocado aparentemente en un punto alto (pretendiendo que deba ser alcanzado por los jóvenes sedientos), pues otros chorros o cuencos pueden ofrecer más ideas o nuevas maneras de reflexionar. Si el cuenco con pocas ideas se siente rebosante, difícilmente podrá ayudar a todos los sedientos, pues no todos necesitan la misma agua, así como tampoco requieren que les sea ofrecida en cuencos e incluso no distinguen, aunque pueden hacerlo, entre agua clara y lluvia citadina.
Yaddir