Endulzar el gargajo

Y tú no te perfumes con palabras para consolarme — Joaquín Sabina

Pido disculpas de ante mano, queridos lectores, por el montonal de malas palabras que se encontrarán a continuación, que aunque se encuentran justificadas por el tema, no deja de causarme escozor escribirlas desnuditas de todo adorno. La disertación presente comenzó hace varios años, unos diez o doce, y fue provocada por una amiga mía a la que yo le tenía especial aprecio y le reconocía su vasta cultura y educación (o al menos su buena disposición para con las cosas intelectuales porque iba todos los sábados al tianguis del Chopo conmigo). Sucedió aquella vez que estando yo en Facebook jugando alguna mamada como Farmville, mi amiga escribió una entrada que decía algo así:

“Qué desagradables son las personas que sin mayor problema les da por escupir en la calle, luego uno pasa y el gargajo lo mira desde el suelo con una carita de inocencia agitando la mano como diciendo: ¡hola!”

No pretendo condenar a los practicantes de tan ancestral tradición china en la ciudad de México, en lo personal no suelo escupir en público, pero no lo tengo por mal visto, siempre y cuando sea en la calle y no dentro de una casa como hacían ciertos gitanos que conocí una vez en un salón de póquer. La entrada de mi amiga llamó mucho mi atención, no por su encomiable pudor y consciencia cívica, sino por su modo de contar la anécdota: describía (como todos podemos ver) una situación grotesca, pero le añadía un toque caricaturesco y hasta cierto punto gracioso. ¿Por qué chingados? Preguntarme eso fue mi primera reacción cuando lo leí. ¿Qué no estaba tratando de que nosotros compartiéramos ese repudio por los bárbaros que escupen en la calle? ¿Qué no era evidente que caricaturizar el acto ayudaba a simpatizar con éste y por lo tanto justificarlo un poco? Al menos a mí me parece que sí. No podía comprender cómo alguien a quien le gustaba la música punk (y que años después teñiría su cabeza de rosa y la raparía porque la anarquía es lo más chingón del mundo) y era bien intelectual, tuviera esta contradicción en una entrada de Facebook llena de protesta contra la sociedad y su mala educación. En fin, con el paso del tiempo comencé a darme cuenta de que no era un caso aislado, incluso bauticé a esta tendencia con la expresión “endulzar el gargajo”.

No hay mucho que buscar en el subconsciente, ni hay que hacer grandes estudios del lenguaje y la moralidad, lo que hizo mi amiga no tiene otro nombre que pudor. Es una práctica común que todo el mundo realiza, es tan común que no nos damos cuenta de que la realizamos con frecuencia, pero está allí. Gracias a él, el mejicano (que si algo lo caracteriza no es lo ingenioso, sino lo mocho) tiene una gama extraordinaria de palabras sin sentido. Llama “pompis” a las nalgas, “popó” a la mierda, “doctor” al médico, “choninos” a los calzones, “gallo” al gargajo, “pollito” al pene y “ciencia” a la psicología; dice “Güero” en vez de decir güey (no importa lo que digan esos imbéciles fresas de la red cola en sus anuncios, no le decimos güero al que no está güero por el puro antojo), dice no “manches” en vez de no mames, está “cañón” en vez de está “cabrón”, si usted, querido lector es mejicano, tendrá un repertorio de vestiditos para las palabras tan amplio como el mío (si no es que más). Todas ellas solo muestran pudor y vergüenza a la hora de hablar, a la hora de usar palabras que dan mala imagen al hablante o que tenemos por mal vistas. Normalmente las ocultamos y mostramos una más agradable (para no incomodar), a los mejicanos nos gusta endulzar el gargajo porque somos agachones. Cuando me di cuenta de esto me volví malhablado y comencé a decirle pan al pan y vino al vino (lo más que puedo); sin embargo, yo aprendí a disfrazar mis palabras, mis groserías desde niño por temor a mis padres. Tiempo después me di cuenta que ellos mismos me enseñaron usando términos como popó y pipí cada rato que a uno le daba la gana.

¿Por qué vengo hoy a hablarles de mierda y de gargajos, de prostitutas y de lefa? Bueno, resulta que estando esta mañana en el trabajo, me encontré con un artículo desos que me gusta leer, desos que les gusta divulgar los estudios que hacen en las universidades del chiste y que demuestran todo lo que la imaginación no puede. En él, se trataba un tema interesante: la moral está íntimamente ligada al lenguaje. ¡Ah, no mames verga, güey! Dije y comencé a leer. Encontré cosas interesantes: comienza con un cuento muy corto (como los de tuiter) en el que se narra que un güey le da por comerse a su perro después de que lo atropellan. Según los estudios de doctores (doctores de verdad) de cierta universidad europea cuyo nombre no recuerdo, se le había presentado ese cuento a un montón de gente que hablaba alemán, a un montón de gente que hablaba francés y a una minoría que hablaba italiano. Luego al mismo grupo de gente se le presentaba otro caso donde se exhibía una pareja de hermanos incestuosos (no lo platicaré porque lo encuentro singularmente repulsivo y bárbaro en cualquier idioma) y para finalizar se les presentó el famosito dilema de si hay que aventar a un hombre a la muerte desde un tren andando para salvar a otros cinco pasajeros que viajan en el mismo. Según los estudios que señala el artículo al que me refiero, los individuos del experimento tuvieron una mayor aceptación de los problemas antes señalados cuando se les presentaba en otro idioma (sí, si esto les parece pendejo, esperen a leer lo que viene) según la explicación presentada en el artículo (y que por supuesto debe ser muchísimo más compleja en la tesis de aquellos doctores europeos) es que el idioma natal de las personas tiene un vínculo más fuerte con los sentimientos del individuo porque el subconsciente lo filtra (no me pregunten cómo, yo no creo en el subconsciente) mágicamente como hace con todo lo que percibimos y pensamos, para hacer sentir a la persona que está haciendo algo malo. Sin embargo, cuando se presentaban en una segunda y tercera lengua, ésta no dejaba actuar al subconsciente, por lo tanto lo único que actuaba allí era la razón y la lógica (que se sugiere en el texto sea la que rija nuestras vidas), es por esto que los conejillos de indias humanos, aceptaban el incesto como un acto de “libertad entre dos seres humanos, adultos y responsables”, y por lo que un 33% de chinos elegían tirar al pasajero del tren cuando se les presentaba el problema en inglés, contrastando con un veintialgo por ciento que lo había elegido al enfrentarse con el mismo problema en su idioma natal. Se sugiere, para finalizar, que la moral está en el lenguaje (de un modo impío) y que hay cierto modo de lograr una educación sentimental (y por lo tanto un modo de crear hombres moralmente superiores, y si no, con juicios morales más acertados) teniendo humanos políglotas.

What the fuck!? Es una expresión que se usa cada vez más en nuestros días, y la verdad es que me cuesta trabajo distinguir si es por moda o por pudor. Lo que sí sé es que en cuanto aprendí algunas malas palabras en inglés, no paraba de decirlas, rodeando así, la incansable vigilancia de mis padres. Por supuesto mis padres sabían que estaba diciendo una mala palabra (en inglés), pero les gustaba tanto que yo hablara otro idioma que no me reprendían. Como les comentaba unos párrafos más arriba, creo que tenemos la tendencia de ocultar con las palabras (y creo que esto es universal, sin importar si eres mejicano o belga  — esto se demuestra a la hora de terminar una relación amorosa, aquí y en china, quien termina la relación trata de hacer el acto lo más suave posible para la otra persona, le enumera sus virtudes y lo elogia un poco antes de mandarlo a chingar a su madre. Este es otro modo de endulzar el gargajo —), y por supuesto ocultamos las cosas que nos avergüenzan y eso sucederá mientras quede en nosotros una gota de pudor. La manera más sencilla de ocultar es cambiar el código con el que se muestra, es decir, el lenguaje, pero éste no necesariamente (como ya mostré anteriormente) debe ser un lenguaje extranjero, al contrario, las palabras ocultas dentro de la lengua madre son más asombrantes. Ahora bien, creer que uno va a comer caca porque se lo piden en inglés (o francés, o italiano, o Esperanto — si el esperanto hubiera logrado su meta y la moral estuviera efectivamente en el lenguaje, ¿no sería éste triunfo el holocausto de la libertad humana? —), me parece terriblemente absurdo. Si es cierto que a la hora de cambiar el idioma nos hacemos más abiertos a juzgar mejor problemas morales, no me parece que se siga que nos hagamos más propensos a llevar a cabo la acción que vemos como prohibida. Vaya, lo que quiero decir es que el problema que le veo a la propuesta de que la moral reside en el lenguaje, es que los chinos que aceptarían matar al hombre al leer en inglés el dilema del tranvía, no dejan de esconderse ante algo que les parece vergonzoso: el asesinato de un hombre (es como creer que asesinar con una máscara es un mejor modo de asesinar). Vaya, que endulces el gargajo usando otro idioma y no con una imagen caricaturesca como mi amiga, no quita el hecho de que aquella persona diciendo “fuck” en vez de “me carga la chingada”, siga encontrando vergonzosa la mala palabra (y por eso la oculta). Creer que no es así, es similar a creer que los travestis que salen en la noche a prostituirse en Puente de Alvarado, son, mientras están disfrazadas, mujeres de verdad.