Reflexión auditiva

Al escuchar por casualidad varios corridos, de esos que datan de la Revolución y llegan hasta los que cantan las loas de quienes se ocupan del tráfico recordé que Aristóteles dice al inicio de la Ética a Nicómaco que toda acción tiende a un bien, y con ello señala que nadie hace algo pensando en que se hará daño al hacerlo: las malas acciones provienen de malos juicios respecto a la idea de lo bueno, y esos juicios errados son efecto de la ignorancia que tenemos respecto al bien, la cual nos es propia en tanto que somos incapaces de ver plenamente los efectos de todas y cada una de nuestras acciones. Somos seres limitados y finitos, y nuestra posibiliad de ser buenos también lo es.

Nuestro modo de ser, con límites y con fines, nos permite apreciar las dificultades que hay para llevar una vida virtuosa. No es fácil ser bueno, no sólo porque serlo implica un trabajo que parece abandonado por muchos y tomado en serio por muy pocos, sino porque el conocimiento de lo que es bueno no siempre se tiene a la mano, de modo que resulta muy fácil errar en el camino, en especial cuando el camino se desdibuja en medio de la exaltación del vicio y del desprecio por la virtud.

Si por vicio entendemos el exceso o el defecto respecto a la acción, y con esta consideración juzgamos lo que se enaltece en el medio en el que vivimos, se evidencia que hemos errado el camino, pues por todas partes vemos cómo es que lo bueno es el exceso y lo denesnable es la moderación, exageramos las potencias de los sentidos, y los complacemos o los torturamos según sea el caso, ya sea para mostrar que podemos acceder a lo placentero con facilidad o para saber que aguantamos más que los demás, si es que de sufrimiento se trata.

Nos complacemos o sufrimos, casi siempre a voluntad, pensando en que nuestros actos son justificados por una idea de bueno, que en caso de ser errada nos libra de ciertas responsabilidades por causa de nuestra ignorancia. No vemos que la ignorancia no borra la necesidad de responder por lo que hacemos, así como tampoco vemos que los primeros a los que hay que responder por nuestros actos es a nosotros mismos, conocedores de lo que nos mueve y lo que nos detiene.

Este acto reflexivo de dar cuenta de lo que hacemos nos convierte en jueces de miarada implacable y verdugos constantes, en especial cuando vemos que las obras realizadas han sido injustas y malvadas, y que las amistades formadas con base en esas obras sólo han sido encuentros casuales y de conveniencia, mismos que han acompañado al otro a ser malvado y mezquino, al igual que nosotros.

Maigo.