Libros en oferta e ideas en barata

No me gustan las polémicas, mucho menos si mi interlocutor busca gritar y hacer berrinche antes de entablar un diálogo con pretensiones de verdad. Pero es indignante, molesto y hasta gracioso presenciar argumentos como uno que encontré en un comentario. Navegaba en diversos sitios electrónicos cuando me encontré, en el pueblo azul (Facebook), con un artículo relacionado con la ganga editorial más reciente: la biblioteca “grandes pensadores” de la editorial Gredos. En el artículo (Zedryk Raziel), resumo, el autor menciona la ferviente compra de los mexicanos por obras de filósofos ampliamente ponderados, lo que vuelve difíciles de localizar, incluso resulta imposible, dichos libros; buscando posibles explicaciones a suceso tan inusual, señala que no sólo los estudiantes de filosofía compran los textos, sino también los de otras carreras no tan afines, como los estudiantes de biología y hasta un abogado. De éste extrae una pregunta muy importante: “¿México es un país de lectores o de revendedores?” No se trata de moda intelectual, sino de saber si hay ansia de conocer la verdad, con la ayuda de los grandes pensadores, o ansia de tener más dinero.

Intrigado por el artículo, me di a la tarea de leer los rutinarios comentarios suscitados por un texto con diversas interrogantes y algunas respuestas aparentes. Encontré una opinión, ensalzada por muchos likes, escrita en el tono del más solemne decoro (permitido por las reglas variables de la multitudinaria red social), cuyo argumento se basaba en que los libros de los grandes pensadores sólo le servían a los párvulos de filosofía, a los demás (los no iniciados en el amor a la verdad) no les servían para nada; si les servían, era sólo para revenderlos (pues México es un país de revendedores). Incluso preguntaba: “¿el de derecho para qué los quiere [los libros de los grandes pensadores]?” El juez de aquel pueblo espetaba una fatal condena para la plebe inculta, o quizá sólo ocultaba su berrinche, al no encontrar los textos, con palabras disfrazadas de argumentos.

Después del primer impacto (causado por dicho comentario), comencé a pensar si esa rabieta (o edicto) buscaba dar a cada quien lo correspondiente o era un desgaste de líneas en una zona por demás desgastada. Una primera interrogación comenzó a asomarse en mi alma impactada: ¿al estudiante de derecho para qué le sirve la República de Platón, donde los problemas concernientes a la justicia se presentan desde las primeras páginas? La pregunta me mostró inmejorablemente la limitación de un estudiante de filosofía (pues el del comentario, me consta, estudia filosofía) ante un abogado: el primero pretende marcar distancias, mientras el segundo se pregunta por los afanes lectores del mexicano; las respuestas rápidas ante una situación confusa limitan la reflexión. El pequeño filósofo de Facebook no entiende la importancia de que todos intenten pensar; no me refiero tan sólo a lo que han estudiado, sino lo propuesto por los grandes pensadores. Las preguntas de la filosofía no deben quedarse en unos cuantos publicistas, es conveniente que se planteen en diversos ámbitos, mucho más preguntas como: ¿cuándo se actúa justamente? Gabriel Zaid, por ejemplo, con su increíble inteligencia, nos demuestra cómo el problema del original y la imagen puede pensarse desde un asunto político (Gobernar para las cámaras). Las grandes reflexiones nos incitan a vivir mejor y a ver nuestras dificultades para hacerlo.

Entiendo que no todos los compradores busquen los libros de la editorial Gredos para pensar, pero quizás algún distraído pueda ayudar a iluminar, con dichos textos, preguntas que se encontraban borrosas en su interior, conectarlas con otras preguntas u otros asuntos; con suerte podrá responderlas; los hombres, sean estudiantes o profesionistas, con estudios en derecho o en biología, siempre se hacen preguntas y de manera increíble cuando caen en algún aprieto aparentemente irresoluble. También, leyendo los libros de los grandes pensadores, podrían hacer malabares con conceptos y argumentos, buscando impresionar a otros malabaristas autorizados o causar su ácida envidia; con mala suerte quizá quieran iniciarse en los misterios de los iniciados.

Yaddir