El fracaso en nuestros corrales

Nos cuentan que la educación ha fracasado en el país. A través de estudios y mediciones advertimos las fallas en el colosal sistema educativo. Por ejemplo, nos va impresionando el crecimiento en la deserción en las escuelas: ya sea dando un suspiro de indignación o lástima, sabemos que los estudiantes van abandonan los grados escolares conforme avanzan. Por lo mismo menos de la mitad de los niños de primaria se titulan como profesionales. Y con los maestros el problema resulta parecido, sus ausencias dejan igual de vacíos lo salones de clases. Todavía con mayor gravedad considerando que estos maestros se vuelven agentes políticos improvisados, es decir, se movilizan protestando en las calles o quieren participar a gritos en la mínima vida pública. A partir de esta evidencia, nuestros gobernantes y organizaciones civiles han intentado reparar la rotura en el sistema. Toman el lujoso y brillante coloso derruido para volver a alzarlo.

Frente a este fracaso, nos encontramos con la pregunta de qué hemos hecho mal en el sistema, ¿por qué no ha funcionado? Para rastrear una respuesta debemos regresar a la promesa inicial. Este fracaso significa una desilusión a lo que esperábamos. Hablando con cruda honestidad, la educación en México es el acceso a una vida cómoda. Casi todos los estudiantes desean tener un certificado de estudios para validar sus capacidades, un mejor reconocimiento facilita un mejor puesto laboral. Quien obtenga mayor ganancia por su trabajo, vivirá más contento. Así la educación abre las puertas de una felicidad.

La aspiración ofrecida por la educación se complementa bien con uno de los propósitos de nuestro gobierno. El voto mexicano elige sus representantes para que los procuren. Este tipo de cuidado consiste en garantizar las condiciones para vivir, por ejemplo, oportunidad de trabajo, una economía que mantenga los precios accesibles en el mercado, la instauración de un ambiente de seguridad donde no haya riesgo en sufrir algún agravio. Por ello el pueblo enardece y llega a desquiciarse cuando estas promesas no son cumplidas. Varios protestan encarecidamente por los efectos graves de la inflación o por la falta de plazas laborales. Los reclamos previos a una elección giran en torno a estas peticiones. En este sentido la educación resulta un medio para librar o sobrellevar estas dificultades: la universidad promete a un profesionista que tiene mayor posibilidad de tener una vida cómoda. Los estudios acercan al joven a un trabajo con mayor remuneración, mismo que logra mayor satisfacción en el hogar.

En el aprecio por la obtención sencilla del dinero se revela un afán hedonista: cursamos lo tortuoso de la educación para tener una buena recompensa. El sudor de nuestro intelecto nos brindará algo placentero por el esfuerzo. Con ello dilucidamos una de las grietas principales en el sistema educativo. Si la educación es un camino fatigoso, ¿no sería mejor escoger uno que nos lleve al mismo destino de modo más sencillo? Tentaciones así nos llegan a persuadir y la educación se vuelve el medio menos atractivo. Tal hecho podemos verlo en el narcotráfico. La actividad ilícita es una materialización del mundo de los listos: los torpes no conocen o no quieren el modo efectivo para obtener los mismos resultados que la educación; qué lástima por su falta de destreza. 

Es difícil negar que la educación pasa tiempos difíciles, casi un fracaso porque no ha cumplido lo que solicitamos de ella. Mientras la tomemos por su sentido productivo, notamos que siempre se volverá secundaria, menos atractiva y hasta fallida. Sin embargo, ¿y si el fracaso radica en que hemos malentendido el educar? ¿No incluso con ello descubriríamos sus limitaciones y nos cuestionaríamos su culpabilidad?  Las respuestas por estas preguntas y el posible cambio derivado de ellas, no sólo se quedan en la reformulación del mismo sistema, llegan a reformularnos lo que deseamos en la vida y, lo que entendemos y queremos por un gobierno justo. La educación fracasa por volver insatisfechos nuestros sueños voraces, pero cumple con revelarnos nuestros prejuicios y deficiencias.

Bocadillo de la plaza pública. Desde que anunció su candidatura para representar al Partido Republicano en las elecciones presidenciales, Donald Trump ha causado revuelo por sus declaraciones violentas en contra de los latinos –específicamente los mexicanos. En éstas ha tachado a todos los inmigrantes de problemáticos y hasta criminales para los Estados Unidos. Entre diferentes respuestas por parte de la población latina, en estos días surgieron dos contrastantes. La primera elaborada por un amplio grupo de intelectuales y hombres culturales donde mostraban la indignación por los comentarios tan viles del candidato. No obstante, además, resaltaban la importancia del sector latino en la región norteamericana, trataron de brindar razones frente a las actitud prejuiciosa y agresiva de Trump. En un cambio radical, una organización civil elaboró una campaña y vídeo donde disparaban la misma bala que los hirió. Con una pobre y soez comicidad buscaban ridiculizar al candidato y exigirle su importancia en el país (sin dar razones, sólo insultos). En un grado desfachatado de cinismo, hacia el final se golpea una piñata en forma de Trump. Un modo lamentable y contradictorio de afrontar la ofensa.