El ojo de Dios

El ojo de Dios

Existe un argumento, más común de lo que parecería, el cual permite renegar de Dios porque su creación más alta, el hombre, actúa mal. ¿Cómo, siendo infinitamente bueno, pudo Dios dejar al hombre en libertad de hacer tanto tropelías como daños menores, heridas a su semejante y al resto de la creación? Vayamos más a fondo. ¿Por qué el hombre, a pesar de la persistencia del relativismo moral, que sostiene a la ética fundamentalmente como prejuicio histórico, puede decir que percibe el mal?

La pregunta no puede indagarse seriamente si no reconocemos nuestra primera perplejidad ante ella: el mal es relativo porque su entendimiento nunca es uniforme, de otra manera se actuaría bien la mayor parte del tiempo. Ése es un exceso de confianza y de amor propio. Que un criminal parezca no estar tan convencido del mal de su acción, no quiere decir que él esté en lo correcto. Tenemos que aceptar, de una u otra manera, que hacer el mal nos complace a veces. Si es así, también tendríamos que aceptar que somos tan susceptibles de él como cualquier otro ser humano, pues de eso se trata ser libres.

No obstante, el mismo camino lleva a buscar la posibilidad de ser conscientes de actuar mal. El problema, claro está, viene cuando nos percatamos del hecho de ignorar, o de tener parcialmente iluminadas nuestras equivocaciones: parecemos no actuar ni elegir a sabiendas el mal moral, sino que ello nos lo demuestran posteriormente las consecuencias, o las opiniones más sensatas que la nuestra. Eso no borraría la consciencia, o el saber, de nuestros actos ni de nuestras elecciones, sólo la haría vagar. Si hay algo que me parece característico de nuestro saber del mal es lo fácil que le resulta encontrar justificaciones y pretextos.

Me parece que hay algo que callamos, entre tantos desvíos que allanamos para aceptar de verdad el mal. Silenciamos no una voz interior, sino un roce ínfimo, sentido como delicado y sutil al momento de elegir y actuar. Si el hombre se distingue por actuar bien o mal, y por poder dar buenas o malas razones de ello, me parece que es porque hay alguien que lo ve. Claro es que no estoy hablando de manera estrictamente literal. El foro interior es difícil de escrutar, pero no inaccesible. Creo que no es en vano que sólo el hombre puede decir que siempre existe en él un proceso interior en donde navegan sus pensamientos, sus sensaciones, sus pasiones y sus elecciones. ¿Es necesariamente ese proceso un producto del individuo, del sujeto?

Me parece que si no vemos a Dios en dicho discurrir es porque aguardamos que se nos aparezca como esperamos verlo: en persona. Pero eso jamás va a suceder. No porque Él no exista, ni debido a que nos haya abandonado, sino porque él no es una persona. Actuamos mal porque desde siempre ése ha sido nuestro signo, como también lo es el actuar bien. Sin consciencia de los dos, ambos polos devienen imposibles de ser explicados satisfactoriamente, puesto que siempre habrá algún artificio que me permite esquivar algún detalle. Sostener que el hombre es malo por naturaleza, por ejemplo, encubre la dificultad de explicar bien qué entendemos ahí por “naturaleza”. Por naturaleza, el hombre es capaz de actuar de ambas maneras. La mayoría no hace una naturaleza. Creer que el hombre nació malo es la verdadera herejía.

Esto no es un llamado al cinismo. La existencia del mal no nos exime de esforzarnos para enmendarnos. Nos llama a aceptarlo, a escrutarnos lo suficiente para detenernos ante él. Esconderlo sólo es pregonarlo, dejarle la puerta abierta. Caín no pudo esconder su crimen ante el ojo de Dios; si quiso esconderlo, es porque sabía sobre lo que había hecho. Tal vez nuestra necesidad de esconder el mal, esté más cerca de la consciencia de nuestra miseria, que de la inconsciencia absoluta de ella. Dichosa es la perfección del hombre, que puede nombrarse el ser verdaderamente consciente.

 

 

Tacitus