Reflexionaba. Hoy he reflexionado. Mi esfuerzo se concentraba en responder a una importante pregunta. Me dije: “¿por qué no se me había ocurrido antes, si la cuestión no era ajena a mis indagaciones pasadas?” Una lánguida luz de respuesta llamó mi atención: mi reflexión se había limitado a horarios específicos (como si eso pudiera hacerse); mejor dicho: yo había limitado mis propios pensamientos a un hato de frías horas encerradas. No es que hubiera… No quería… No había… ¡Basta! Negarme a ver mi responsabilidad no me haría más responsable; la arrulladora cantinela de la negación sólo dormía un rato mis problemas, los cuales, al despertar, se volvían más fuertes. Recordaba mejores momentos de reflexión, semanas enteras de exploraciones continuas, días compartidos en fresco diálogo. Si bien todos los días pienso, algunos pienso mejores temas y de mejor manera que otros. ¿Por qué hay días en los cuales me resultan puramente curiosas las grandes efigies del pasado y en otros me parece escuchar su potente voz? La duda crece porque disfruto pensar (o eso me parece), porque veo que es bueno y puedo mejorar cuando reflexiono, es decir, ¿por qué si estar pensando me resulta bellamente placentero no me mantengo pensando con fruición en todo momento?, ¿por qué no prodigo más tiempo a una actividad tan generosa? Quizá me confío…me confío y creo poder acceder a una buena contemplación en todo momento, creo ver siempre la puerta abierta; quizá olvido que para ver lo mejor hace falta realizar muchos esfuerzos y que dejar inactiva mi cabeza tan sólo me suspende en la más viva mediocridad.
Yaddir