Por gracia de Dios, la menor de las tareas se convierte en oración, en especial si ésta se realiza con el amor que sólo siente quien cotidianamente da la vida por sus amigos.
La sierva fiel acepta su tarea y se enfrenta a la ignominia; el viejo carpintero hace lo propio accediendo a peregrinar por este mundo, como antaño lo hiciera un pueblo recién liberado; la voz que clama retorna al desierto y con agua revive la sed que el hombre tiene de Dios; el pescador vuelve a hechar sus redes y con lágrimas en los ojos se convierte en predicador y la pecadora arrepentida deja su egoismo y hace con su llanto y con su nueva vida una alabanza para Dios.
Nosotros ya no oramos, y menos en estos días: pretendemos ser servidos y agazajados, finjimos preocuparnos por el otro o hablamos de dobles morales y acusamos a quien no hace lo propio. Nos cegamos cuando se trata de ver que nosotros no aceptamos las tareas que podrían manchar nuestro traje, no vamos por la vida como los peregrinos que somos, ya no clamamos buscando el agua que quita la sed; menos accedemos a ver que negamos aquello que decimos amar o nos arrepentimos por hacer diariamente lo que nos hace mal.
Hoy es el último día de adviento, mañana es vísperas de Navidad, todavía estamos a tiempo para que aprendamos a orar, para que cada uno de nuestros movimientos sea testimonio de amor, y para que cada uno de nuestros quehaceres se torne en alabanza a Dios.
Maigo.