Música a pedazos

Ir a una tienda de música a comprar discos se ha venido convirtiendo en una experiencia decepcionante. La variedad y cantidad de álbumes ha disminuido muchísimo los últimos años, y con la facilidad de cobrarle al cliente el servicio de pedirle lo que sea que quiere por internet y dárselo al mes siguiente, ya no se necesita que estos negocios se esfuercen mucho. Estar rondando por los pasillos se siente como avanzar por los cuartos de una casa ajena cuando ya se terminó la fiesta. Y es que todo parece indicar que en efecto ya se terminó la fiesta: a la música que se vende en CD no le queda mucho tiempo. Por supuesto que no es porque la industria esté desapareciendo, sino que está cambiando de piel. Las tiendas en línea han facilitado mucho comprar apenas salgan las canciones, de la banda o artista que se quiera y sin desplazarse más de lo lejos que tenga uno la computadora. Este cambio, de velocidad, facilidad, ampliación de almacenamiento, y además de oferta de numerosas opciones que antes no estaban a la mano, está tendiendo a consumir música por pistas, en vez de por álbumes. El CD había logrado con una capacidad mayor, una portabilidad sumamente conveniente, sacrificando un poco de la fidelidad del sonido (que de todas maneras sólo gozaba quien tuviera su tornamesa tan bien cuidada como para evadir el gis). Ahora, el progreso es aún mayor: el espacio es prácticamente imaginario, porque las pistas son solamente el archivo de sonido, y la cantidad que se puede almacenar es tan enorme como se tenga dinero para comprar. El límite de capacidad existente hoy es suficientemente grande como para que sea ridículo siquiera considerarlo en la práctica como límite: nadie tiene tiempo para escuchar de corrido toda la música en formato mp3 que cabría en un petabyte.

Con la interrupción de los discos de acetato y de vinilo, no solamente la fidelidad sufrió una disminución, también lo hizo el carácter visual del álbum. Las portadas y las letras, todas teniendo que apachurrarse para entrar en las cajitas de plástico del CD, aprendieron las artes del contorsionista. Yo diría que se adaptaron bien: encontraron a la fuerza otro modo de vestir al conjunto. Pero ahora el vestido desaparece por completo. Más grave, tal vez: desaparece el conjunto. Las pistas, como piezas solitarias en un río de otras miles de cauces distintos, tienen menos concierto sin sus pares. Aún no ha desaparecido la consistencia de cada canción que está completa por sí misma; pero eso es solamente si se la escucha completa. La posibilidad de realzar el contraste de una canción por sus semejanzas y diferencias con las demás de la misma colección puede ser muy enriquecedora. No sería difícil que eso se olvidara con el tiempo. La profundidad con la que a veces la música imita una andanza larga ahora irá pareciéndose cada vez más a una vagancia tropezada. Supongo que será algo así como cuando las generaciones que por primera vez grabaron sonido dejaron atrás el lujoso gusto sorprendente de atestiguar música siendo tocada por una banda de varios instrumentistas bien coordinados. Es una pena, porque no veo modo de vivir la plenitud de una experiencia desbaratada cuando sólo se le conoce por un trozo.

Un poco así se nos ha estado haciendo la vida, estos últimos años. Disminuimos. Como bajar álbumes a pedazos, como ver nuestras experiencias en fotos, y como recordar a nuestros amigos en los muros imaginarios de las mal llamadas redes sociales. Y quién sabe si la música nos lleva la delantera y nosotros mismos estamos apenas haciéndonos chiquitos para caber en cajas de plástico; o si ya llevamos un rato siendo aislados hasta el mínimo y preparados en porciones para rápido consumo.

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