Ofensiva

Para ti, que generosamente me has disculpado.

Ofender es fácil, muchas veces lo hacemos; a veces con todo el dolo del mundo, a veces justo cuando no queremos. Cuando lo hacemos con dolo sucede que no conformes con la ofensa alardeamos de ella, tratamos de justificarla señalando los grandes defectos del otro en comparación con nuestras altas virtudes, al atacar al otro nos sentimos superiores a él y a nosotros mismos, pues siempre negamos el daño que nos hacemos. No vemos que al dañar nos vaciamos y cada vez pasamos más tiempo pensando en lo bueno que fue el daño que hemos realizado. Y no conformes con ello, vemos en los otros que nos rodean a sujetos que tarde o temprano merecerán de nuestra mezquina ofensiva, en especial si sus vidas son en algún sentido más afortunadas que las nuestras.

En definitiva enviar contra el vecino la ofensiva es fácil, lo que es difícil es percatarse del daño que ésta causa en el alma del ofensor, a veces lo notamos cuando lastimamos al otro por descuido, porque sobreponemos a la verdad lo que consideramos como mejor, nos movemos por el mundo con una gruesa venda en los ojos y cuando tropesamos nos libramos de culpas señalando al vendaje, sin reconocer que a veces éste se encuentra ahí por mano propia.

Atacamos sin saberlo y lastimamos sin quererlo. Y cuando vemos lo que ocurre acudimos a la pila y lavamos nuestras manos, remedando malamente al juez llamado Pilatos y pensando que es cordura apelar a que lo hecho, hecho está, por lo que no merecemos fama ni castigo que se encuentre a la altura del mal que hemos hecho.

La disculpa no redime, porque supone seguir igual. Quien se gloria en el mal se pierde y quien se disculpa por el mal hecho sin querer, sin querer se queda en donde está. Ambos ofensores se condenan a la infelicidad, uno voluntariamente otro sin quererlo, porque su error no quiere aceptar. Sólo el perdón salva al ofensor y al ofendido que en venganzas no se perderá.

En mi caso, puedo decir que sin meditar con clama en esto, muchas veces me he disculpado, pero ahora me percato de que con la disculpa no consigo la alegría que sí tiene quien sin merecerlo ha sido perdonado. Necesito del perdón, porque éste le da vida al condenado, redime y cambia al hombre, lo salva de vivir atormentado, y lo funda en la alegría de quien estando perdido siente el gozo de haber sido encontrado.

Maigo.