Marcha bárbara

A lo mejor fue el imbécil ese que se autodeclaró como Dios de la pubertad (como Miguel lo hizo en su momento), el que comenzó esta locura. Sin embargo, el problema que vivimos hoy en día va más allá de todo el ensalzamiento de los jóvenes adultos que promueve el animé o la literatura best seller. El problema es que he escuchado y leído a más de un sinvergüenza declarar abiertamente admirar a los niños, y lo que es peor, ser aplaudido por otra bola de mensos de una manera igual de abierta. ¿Quién chingados quiere ser como los niños? De verdad, ¿qué ventaja tiene? Contéstenme con toda sinceridad si se atreven. ¡Los reto!

No obstante, como si una extraña enfermedad nublara la vista de los partidarios de esta tendencia con un color lechoso que les impidiera darse cuenta de lo que dicen, declaran con mucho orgullo y con la confianza de que serán vitoreados por sus cófrades a los cuatro vientos: ¡los niños son sabios, hay que aprender de los niños! Déjenme traerles una mala noticia, amigos pedófilos (en el buen sentido no sexual de la palabra), no sé si sabían esto, o ustedes nunca fueron niños, pero los niños comen pasteles de tierra. ¡Es verdad!, he visto a las mentes más brillantes de mi generación haberlo hecho en el kindergarten. Los niños se ensucian, se rompen sus ropas y se caen al suelo a cada rato, se arrastran como gusanos, o andan en cuatro patas y babean como si fueran un animalito libre de toda responsabilidad por no tener razón. ¿Qué tiene eso de loable, quién de ustedes, admiradores de los niños, se juega el pellejo en su creencia y se anima a ponerlo en práctica en su vida cotidiana? ¿Cuántos de ustedes comen pasteles de tierra y creen que eso es muestra de sabiduría? Es más, los niños sin saberlo, sirven como entretenimiento (al igual que los tigres y los elefantes) son bestias magníficas que no hacen nada bien pero nos causan ternura y compasión. Pon a una niña a cantar, pon a un niño a bailar y súbelo a la red. Verán cómo se vuelve viral y tú te conviertes en el mejor y más capaz entrenador pokemón que existe. Si no me creen, vean el éxito que ha tenido a lo largo de los años esos programas donde ponen a los niños a hacer suertes cagadas, a contestar preguntas “difíciles” o simplemente a salir disfrazaditos de payasos o de súper héroes. Vean cuánto tiempo duró Chabelo al aire, que no hacía más que exhibir a los niños como producto de autoconsumo. Esta terrible idea, sospecho, comenzó en los años ochenta, cuando se hicieron famosos (supongo también que por programas de televisión) los “niños genio” como Dogui Jauser médico, o el pobre ese que quería ponerse brackets en la película de Magnolia. ¡Todo puto mundo quería tener (o aclamaba ser) un niño genio en sus descendientes! ¡Cuánto le hubiera gustado a Pericles que sus hijos hubieran nacido en los años 80 donde todos los niños tenían esta cualidad! ¡Qué disgusto se hubiera llevado el pobre de Protágoras! En los años noventa, o dos miles se les cambió el nombre a Niños Índigo que suena todavía más mafufos y más místicos, como si pequeñas entidades extraterrestres, sobrehumanas, divinas casi casi, estuvieran habitando tranquilamente entre nosotros bajo la tiernita piel de mocosos párvulos cometierra. O los retrasados “autistas” que igual cobraron fama de ser “muy inteligentes” y de repente ya todo mundo quería ser o tener autistas en la familia, los buscaban y adoptaban por montones y de un día para otro, la naturaleza ya no se pudo dar a basto y dejó de producirlos genios, y como la Naturaleza es tan sabia como los niños, les quitó la genialidad a los niños autistas que ya habían sido adoptados antes de tan fatídico día, dejándolos solo con un problema en su almita a todos por igual. El show viene de que los putos niños, por tener su cuerpecito tiernito y blandengue, no se les puede exigir que sobresalgan con fuerza física, o agilidad, o velocidad o ningún atributo de esta índole. Pero como para la mente todo es posible, pues también para la mente de los niños todo es posible. Así que podemos atribuirles poderes mentales, hacerlos súper genios porque se aprendieron todas las capitales del mundo, como esos caballos maravillas que aprenden a hacer sumas y contestan pegando con los cascos de sus pesuñas en el suelo, el número de veces que corresponde a la respuesta de la operación matemática que se les propone. Sin embargo, estos poderes mentales son así, mentales, e igual de huecos que cualquier poder inventado. ¿Cuándo hemos vitoreado a un niño por ser prudente? ¿Qué no la imprudencia es propia de niños y ancianos? Cuándo los hemos alabado por ser justos, o valientes, o moderados, sobre todo moderados. Los niños son pequeños pozos sin fondo que no saben moderarse, autorregularse. ¿Por qué, estos niños “genio” o estos niños autistas genio súper chingones fuente de inspiración y ejemplo a seguir por nosotros los adultos corruptos cochinos y asquerosos, no pueden ser admirados por tener alguna virtud propia de la razón? Claro, dirían en tiempos de Rousseau que “no ha llegado a tener uso de razón”, y en esos tiempos no estaban tan errados, que nos niños no tengan pleno uso de razón, además de resolver su incapacidad de ser virtuosos, resuelve su incapacidad de ser sabios. Lástima que ahora no se crea en los límites, y se trate a los niños bajo la misma absurda ley de la inclusión que llevo a darles el voto a las mujeres y que llevará a los candigatos a gobernar (y a votar), y a los adultos que quieren ser como niños a alejarse de la política y a admirar las sátiras de candigatos y otras aberraciones similares. Podemos decir que los niños son admirables, pero en realidad no lo son, no poseen ninguna virtud intelectual, o ninguna virtud ética que pueda provenir de la razón. Lo que sucede es que los niños y los bebés conmueven tanto a sus padres y personas cercanas que les parecen los suficientemente fantásticos como para colgarles medallas que no ganaron. Tengo ya varios amigos con hijos, y no quiero que me malinterpreten, son hermosos y los quiero y me causa admiración el mismísimo milagro encarnado de la vida y la promesa de que la humanidad sigue teniendo aunque sea un futuro medio mocho. Pero no los admiro porque sean, como dicen los partidarios de la niñifilia, “los mejores maestros”.

Si amamos tanto y admiramos tanto a los niños, ¿por qué no dejamos de educarlos y les conservamos su esencia bárbara? Es lo chido, ¿no? Es lo que les admiramos, que sean genuinos, que no mientan, que sean puros, que no estén transformados en monstruos culturales que obedecen las absurdas leyes de la polis. ¿Por qué no dejamos que se caguen donde quieran, que se orinen donde quieran, que babeen lo que quieran, que anden mugrosos, que se arrastren por el suelo? Es más, ¿por qué no lo hacemos nosotros también? Si vamos a admirar alguien, ¿por qué no seguir su ejemplo de vida? Actuemos como si no tuviéramos uso de razón, como si fuéramos ajenos a la Ley, como si fuéramos desvergonzados descendientes lejanos de las divinidades. O no lo hagamos, y simplemente sigamos en la absurda rebeldía en la que nos hemos enlistado. Consumamos el producto de nuestro ejército en nuestra eterna lucha por la libertad, igualdad y fraternidad, que empezaron esos cochinos franceses y que reafirmaron esos cochinos Hippies. Parece ser, que estamos pagando su resaca, y que tanta es nuestra necedad de distinguirnos de nuestros padres, que, a diferencia de ellos que querían ser como (o superar) sus padres, nosotros cometimos el error de querer ser como nuestros hijos. Y en vez de ir pa delante, nos divertimos jugando a ir para atrás, como si al mundo no se lo estuviera cargando la chingada y como si nuestros hijos fueran realmente tan sabios que pudieran evadir por sus propios medios (sin guía o consejo de nuestra parte), la barbarie hacia la que marchamos gustosos ondeando la bandera tricolor de la libertad, la igualdad y la fraternidad.