Buscando aventuras

Más de uno habrá pensado o escuchado que la vida es un camino, el cual, permítanme añadir, siempre es más o menos accidentado. Erróneo, aunque frecuente, es el afirmar la automatización de la vida, es decir, se suele pensar en que vamos en una especie de alfombra mágica, movidos sin oponer la más mínima resistencia por anchos pasillos apenas vislumbrados. Contrariamente, me resulta más sensato creer en que nos conducimos en un rucio o en un rocín, incluso a pie, por un camino con muchas desviaciones, cruces, volteretas y regresos, algo semejante al andar de Don Quijote y Sancho Panza.

En sus vidas algunos mueven sus pies porque preciso fue hacérselos mover con la promesa de una ínsula; en caso contrario pastarían con el sólo provecho que causa la comida. Algunos otros más locos se mueven buscando el honor, que carece de valía sin el amor, en un mundo repleto de villanos. En ambos casos el movimiento comienza con la búsqueda de algo, deseando algo, aunque uno sería mucho más feliz estando sentado. Uno se contenta con poco, pues quiere hacer poco; el otro quiere más, mucho más, más honroso, más justo, más bello, aún a sabiendas de la locura de su empresa, de la dificultad de la misma. Pero cuando se encuentran y van juntos, se ayudan, pues uno mira más allá de su plato de comida y al otro se le salva en más de una ocasión la vida. Los demás nos movemos entre Sancho y Quijote, contentándonos con tener bien servida la mesa, pero suspirando porque deseamos no desperdiciar nuestras capacidades, añorando ir a la búsqueda de las más locas aventuras.

Yaddir