De poderes mágicos y preguntas reales

En los círculos de muchos lectores siempre existe un arrojado que se avienta a afirmar: “no importa si se leen sagas juveniles o grandes clásicos, lo importante es leer.” Después de la detonación viene un enfrentamiento entre dos grupos: los amantes de las sagas y quienes las odian o se dicen defensores de los buenos libros. Los alegatos con forma de afirmación, de repente con facha de argumento, son lanzados de acá para allá. Algunos atajan ataques preguntando “¿qué tiene de malo leer sagas juveniles?” A lo cual con rapidez se contesta “¿qué tiene de bueno leer sagas juveniles?” Para no seguir en el mismo campo de batalla habría que preguntar e intentar responder: ¿para qué leer sagas juveniles?, ¿para qué leer? Además de los beneficios económicos que comparten al mercado de los libros, las sagas pueden incitar a la lectura y, con ello, a la reflexión. Pero dichos libros también traen ideas falsas o aparentes sobre la amistad, el amor, la justicia, etcétera; el enraizamiento de tales ideas provoca problemas o descontentos cuando la fantasía no corresponde con la realidad. El choque surge porque las relaciones humanas son complejas, provocan muchas preguntas que no dejan espacio a las respuestas rápidas. ¿Qué hacer ante una situación problemática, donde casi cualquier elección pueda traer consecuencias dolorosas e inciertas? Lo primero sería identificar la situación, su contexto, cómo se llegó a ella; quizás así se logren prever las consecuencias de tomar alguna decisión y se pueda escoger la mejor. ¿Cómo elegir de buena manera o siquiera de manera adecuada cuando se quiere creer que todos conspiran contra la felicidad de uno, cuando se avientan las responsabilidades?

La lectura debería llevarnos, en un principio, a preguntarnos por nuestras situaciones complejas, a ver los detalles que envuelven nuestros problemas. Por ejemplo, cuando leemos en una novela a un personaje que desea guiar su vida con el fugaz fuego de la lujuria, vemos cómo va quemando todos los lugares en los que se presenta hasta que él se vuelve carbón y con una ligera caída se convierte en cenizas. Notamos lo erróneo de su decisión, preguntamos sobre cómo llegó a una vida semejante, recordamos que todo comenzó con una mala decisión, una que se pudo evitar. Con base en ello reconocemos que no nos quedamos en las preguntas, también podemos decidir, después de haber reflexionado bastante, de manera buena o adecuada. Los mejores textos son aquellos que nos permiten hacernos las mejores preguntas, las cuales sólo son posibles cuando nos permiten autoconocernos y, en consecuencia, reconocer lo mejor para nosotros.

Yaddir