Yo por eso me quejo y me quejo porque aquí es donde vivo y yo ya no soy un pendejo
— Molotov
Descubrí en la semana un dicho que iba algo así: “De la sandía el pezón, del melón la flor”. Y la verdad no tengo idea a qué carajo se refiere, lo mastico, lo tuerzo, lo estiro y corto en pedacitos, lo vuelvo a oler y trato de una manera tal vez absurda de comprender a qué se refiere el dicho. Pienso en quién pudo haberlo empleado, y en qué situación y con qué finalidad, si sería en algún tiempo de la nueva o la vieja España, una exclamación tan común y corriente como lo es ahora “a lo hecho, pecho”. Me gustaría a veces, que fuera un refrán, de ese modo su sentido de utilidad me daría más pistas acerca de lo que tan misteriosa sentencia se refiere. Ya googlié fotos de melones y de sandías y de sus flores, que me parecen ambas relativamente similares, pero es verdad, que la flor de la sandía es la flor más fea que he visto. En cuanto a los pezones, bueno, en gustos se rompen géneros. ¿Alguno de ustedes, queridos lectores se ha encontrado con anterioridad a la frase que les señalo? De ser así, y tener una mejor comprensión que la mía, les agradecería de sobremanera me aventaran un rayito de luz sobre mi oscuridad, y me ayudaran a ver mejor las cosas.
Tuve ese mismo día un encuentro con la parte de la Biblia donde los judíos entregan a Jesús a Poncho Pilatos y éste, teme a los primeros, y se le pone fresa al Hijo de Dios tan solo para ser devuelto a su lugar con una sentencia un tanto oscura (creo es S. Juan 19:6–11). Bueno el punto es que está bonito el pasaje, y aunque no entienda bien por qué los judíos le inspiran más miedo a Poncho, que el que le inspira Jesús, ni entienda por qué el que le entregó está cometiendo un pecado más grande que el de Poncho al hacer alarde éste de su autoridad, ni tenga puta idea de por qué Jesús no le responde a la pregunta directa del mandatario acerca de su proveniencia; sí puedo compartirles que me gusta decirle Poncho a Poncho. Es una tradición hasta cierto punto familiar de la que no he hablado antes con nadie que no fuera parte de mi familia. Resulta que en la comunidad de la iglesia a la que asistíamos (somos católicos) había un grupo de viejitas que, en su bendita ingenuidad, llamaban de este modo a Poncio, y pues, nos lo quedamos por no incomodarlas en un vano intento de corregirlas a la hora de hablar con ellas. Lo más seguro es que no tenga mucha trascendencia en sus vidas, ni las de ellas ni las de usted que con tanto cariño me lee; sin embargo, no puedo dejar de hablar sobre ello, es algo, a mi parecer, de lo poco bonito que nos queda en estos tiempos de ruido parco.
Tal vez en otra ocasión hable acerca de Ovidio autonombrándose el Quirón del amor (si no mal recuerdo), y señalándolo a uno como su Aquiles en potencia. Sin embargo, no pude resistirme a dedicarle aunque fuera una pequeña línea a tan bella imagen, que años después el naco ése se empeñó en empañar con su puta soberbia y adoptando un título para su obra, que lo supera en habilidad, belleza y verdad. En fin, el punto es que no vengo aquí a medirme el tamaño de mi saber, como bien podría malinterpretarse, como si esto se tratara de una entrada de Facebook o un comentario en la cuenta de Instagram de Andrea Legarreta. Sino que vengo a tratar de ponerle otro clavo más a la tumba de Descartes, que afirmaba bien en privado (bueno en su libro, pero ya es privado porque ahora nadie lee libros, ahora los devoran), lo que ahora se publica en redes sociales a gritos y de a gratis. Todos están más que contentos con su pedazo de razón que les tocó, que es, según el narizotas, lo mejor repartido en el mundo. Lo malo, no es que este cuate tenga razón, sino que ahora, haya modo de hacernos crecer esta creencia, de hacernos sentir bien a gusto con el tamaño de nuestro intelecto, y bien juiciosos sobre lo pequeño que es el de los demás. Lo que sí me interesa, para actuar positivamente aunque sea una sola vez en mi obrar, es compartirles lo que me gusta, y algunas cosas que me parecen bellas, lo demás es mera queja quitapendejez.
Yo sé que mucha gente lo hace todos los días, pero, ya siendo serios, hay niveles (muchos de ellos ya perdidos) en los que acostumbramos medirnos el tamaño de nuestra sabiduría. Está, en la cima, Sócrates, discutiendo con Protágoras si lo que dijo el poeta acerca de si lo difícil es ser justo, o lo difícil es mantenerse siendo justo una vez que ya se es (no lo recuerdo bien, ni recuerdo el nombre del poeta, ni recuerdo del interlocutor experto en ese poeta que sirve de medio entre Sócrates y Protágoras, ni recuerdo los nombres de los ahí presentes, solo recuerdo que Sócrates llevaba una batita de espartano porque ahí, hace mucho tiempo vivían los sabios más sabios entre todos los sabios, no importa que no me acuerde, ya saben de lo que hablo), y está en el punto invertido, Perico el Payaso Loco dando cátedra de chistes junto a uno que apodan el “único”. Disculparán la comparación, pero no pude resistirme a señalar ese singular encuentro. En fin, la idea es un poco que podemos medirnos el tamaño de nuestra sabiduría, civilización, y cultura viendo a los poetas que tenemos y a los versos que cantan, y que los antiguos nos llevan por mucho ventaja y tamaño. ¿O a poco creen que somos más listos que un estudiado medieval? A su vez, conforme va avanzando el devenir del Espíritu, después de que se acabó la Historia, pues, los poetas ya nomás nos enseñan a quejarnos para no ser pendejos. ¿Ya pa qué estudiamos poesía si ya se avabó la Historia? Ya no importa mucho la belleza en el decir sucinto cuando tenemos explosiones bárbaras de sarcasmos malhechos, ruidosos y llenos de candigatos (y el mismo chiste «ingenioso» repetido miles de veces en tuits diferentes, llenos todos por igual de genuino ingenio espontaneo). Lamentablemente, los mexicanos, esa raza de bronce y sangre de algo que no recuerdo, en nuestra eterna confusión de identidad, terminamos creyéndonos estas posturas de protesta que solo pican el ya desinflado ego del proletariado y lo llevan a sentirse tan derrotado que solo puede quejarse. La culpa no es de la tele (¡es de Molotov!), como bien lo dijo la pobre Andrea Legarreta, ella solo es un monito que lee lo que los escritores le escriben y le dicen que lea. No pretendo defenderla, pero en ese sentido es igual que la mayoría de nosotros, leemos para tener algo que decir, para pensar igual que los demás y hacer como que no, o porque nos pagan por ello ya sea con likes o con admiración de nuestros cuates nacos. No encuentro empresa más complicada en este mundo que la de defender la inteligencia propia, pues, depende de ella misma para salir de la arena movediza en la que se está atascado. Es algo similar a cuando Homero Simpson trata de salir de la brea de donde se metió a rescatar a su elefante. En fin, estamos siendo bombardeados de información todo el tiempo, ¡bendita era de la información! Eso ya lo sabemos, y haciendo la función de lo que otrora fuese la noble labor de la prensa o la tele o el radio, ahora desayunamos viendo el Internet para saber lo que hay que pensar.
Cosa curiosa esto de saber lo que hay que pensar, porque parece que ahora ser inteligente es cuestión de moda. Hay que repetirnos lo que todos sabemos y de ese modo estamos bien, de ese modo (¡qué ironía!) somos únicos y especiales (¿no me creen? Pregúntenle a cualquiera si piensa «fuera de la caja» o le gustaría hacerlo y luego vean cómo les dice que sí). Queremos cuidar a los animales, a los bicicleteros y a las mujeres, no vaya a ser que se nos escapen y terminen quemados en un camión allá en la nueva zona económica que tenemos. Inventamos días todos los días del año para celebrar alguna burrada, ya ven que hay Día de la Mujer Ejidal (que me parece por demás indignante). Se promueven ideas disparatadas que aceptan cada vez más personas, no por convicción, sino por likes, porque es lo chido y porque es lo que está siendo tendencia. Los Trending Topics son el mismo chiste por duplicado a la dieciseisava potencia. Ya están por un lado los animalistas, los que no comen carne (y obligan a sus pobres gatos a ser vegetarianos también), los que andan en bici, los que van al gimnasio, los que quieren ser incluyentes, los que respetan a los minusválidos, los que hacen que cederle tu asiento a una mujer en el metrobús sea a la de a huevo y no un acto de cortesía y buena educación, y los que odian al gobierno por sobre todas las cosas. Todos y cada uno de ellos, son más listos que nosotros, todos y cada uno de ellos se reafirman en todos lados predicando su saber, mostrándote su saber para que se los reconozcas como algo maravillosamente inmenso comparado con el tuyo, y a la vez, tengas la esperanza de que si lo sigues, si predicas todas y cada una de estas nuevas iniciaciones en el mundo de lo chido, te crecerá todavía más. El mundo actual es, en cierto sentido, un multinivel intelectual. Uno propone una idea disparatada, como hacerle bufanda a sus plantas porque también sienten frío, va y se lo vende a otros sinvergüenzas que les parece una idea coherente, y estos se vuelven tan inteligentes como el primero fue en un principio, pero no como es ahora, ni como lo será una vez que se convierta en tuitstar.
Creo que ya se me escurrieron demasiadas letras por hoy, y lo que quería decir y tal vez hubiera bastado un par de líneas para ello es que, los poetas actuales están bien tristes e inconscientes de su labor educativa en la polis. Molotov nos enseñó a obedecer al Gobierno en su macabro maquiavélico plan de control mental que consiste en hincharnos la soberbia hasta que sea más grande que la del vecino y nosotros, como buen pueblo maleducado, les creímos. Yo culpo a la música actual en general, y a la Librería esa de carteles amarillos que promueve la chidez de la lectura, haciéndonos cada vez más mensos y más chdos. En fin, no me queda más que invitarlos a todos al Instagram de Andrea Legarreta a decirle en todas y cada una de sus fotos lo pendeja que es (porque es lo que todos los chavos cool y con consciencia política están haciendo y hay que imitarlos, porque para ser, primero hay que parecer). Mientras ustedes lo hacen, yo seguiré quejándome de todo porque si le doy más poder al poder, más duro me van a venir a coger. Y pus no, qué feo.