En medio de la adversidad llega a nosotros el intento por brindar algún augurio. Cuando el panorama ensombrece y parece que nos hallamos atados, nos preguntamos si es posible actuar y lograr algún éxito. Observamos la tempestad circunstancial y tenemos la incertidumbre de si habrá mejoría. En dicho momento hasta la mejor entereza queda vulnerada, la racha de sucesos infortunados alcanzan a poner en duda a cualquier hombre.
Frente a la desgracia se puede tomar, por ejemplo, una actitud de resignación. En ella quien decide reconoce su capacidad superada, existen para él fuerzas o entidades que intervienen sobre su voluntad. Todo intento será en vano para cambiar el curso del porvenir, entonces resulta prudente sobrellevar la vida atados. Tal comprensión alcanza a reflejarse en la disposición genética de los individuos, el controversial gen de la maldad o la propensión a enfermedades degenerativas se vuelven lastres con mayor peso que la roca de Sísifo. A modo de respuesta, por otro lado, podemos encontrarnos con un posicionamiento que exalte elección y obrar humano, uno que confíe en su perfección congénita y el trayecto derivado a partir de ese origen luminoso.
Seguramente esta última visión resulta más familiar a nosotros. Nuestra vida cotidiana descansa en ella, confiamos que lo próximos serán días más claros y todo avance es significativo. Nuestros gobernantes implementan programas de lectura donde se triunfa mientras se amplíe el círculo de lectores. O iniciativas contra el hambre donde su éxito esté medido por al apertura de comedores comunitarios (que ruede la comida para que más hambrientos puedan beneficiarse de ella). En un plano global, la junta de naciones pretende recordar la superación de nuestra barbarie. Todavía nos persuadimos más por el decremento en guerras y fortalecimiento en lazos diplomáticos. Incluso la eugenesia, corona por nuestro denuedo tecnológico, podrá enmendar los errores por naturaleza. En este sentido, por tanto, nuestra vida moderna es optimista, ya que confiamos en la capacidad para remediar nuestros males: creemos el trayecto paulatino hacia la felicidad a manos del hombre.
Andando sobre este trayecto, avanzando y superando los problemas, volvemos el hoy mejor que el ayer. Gozamos cada vez que hacemos que el sol emerja y anuncie un día nuevo. Sin embargo, en tal modo de vida, sucede que la superación llega a realizarse mediante el encubrimiento. La marcha incesante sólo tiene importancia en ella misma y en ocasiones el avance puede darse a brincos con tal de lograrse. Aparece la sorpresa cuando encontramos que aún existen hombres peleando por sus religiones, nos cuesta trabajo admitir que aquella edad oscura no haya terminado hace centenares de años. O quedamos boquiabiertos al enterarnos de matanzas de gran número cada de vez en cuando en México; ¿el debilitamiento de cédulas criminales, aprobación de legislaturas y cuidadosa selección de cargos públicos no ha bastado para concluir la historia sangrienta? Entre el regocijo por los buenos resultados y la falta de valentía para aceptar las equivocaciones, no cabe lugar para el arrepentimiento. Andar y andar a veces oculta por dónde pasamos y hacia dónde vamos, es decir, nos orilla a perdernos. La locomotora acelera y corre sin saber dónde parara, aunque confiemos que sea en una estación segura.
Bocadillos de la plaza pública. En los siguientes días se recibirá a Su Santidad en tierras mexicanas. Así algunos aprovecharon el momento para destapar oportunamente bodas falsas, un periódico (Reforma, 8069) aprovechó para retomar algunas estadísticas interesantes en torno a la asunción religiosa de los mexicanos. Por ejemplos, mientras el primer Censo de Población de México revela que 99.1% del país se asumía católico en 1895, en 2010 el porcentaje se redujo a un 83%. Entre tales años, específicamente entre 1980 y 2008, se redujeron cercano a la mitad los bautizos y las bodas religiosas en México. Asimismo ha ido creciendo la popularidad de otras religiones (mormones, testigos de Jehová, cristianos protestantes, pentecostales y evangélicos), mientras ha ido disminuyendo el interés por el sacerdocio: no existen suficientes jóvenes para reemplazar a los doce mil sacerdotes en el país.
II. Bajo una sonrisa irónica
recibimos la atrocidad onírica:
un cuerpo que se suma a la pila.
Veracruzanos afirman
querer terminar la pesadilla.
Señor Carmesí