Fantasicuates

Existe un placer devaluado entre nosotros los hombres, entre las mujeres también, pero a ella nos les importa tanto. A ellas les basta con dar guerra y dar gusto. Escuchaba en el metro de la ahora Ciudad de México a un naco hablar por teléfono en una de las estaciones de la línea verde que tenía unos segundos de señal. Fue un suceso tan afortunado como cotidiano. Recibió una llamada de un amigo suyo, éste le hablaba al oído mientras el naco sinvergüenza parado frente a mí, nos hablaba gritando a todos los ahí presentes. Su conversación fue tan cansina como la que tienen los esposos a los diez años de casados, sin embargo, a diferencia de aquellos, éste singular caballero, tenía emoción que no podía esconder. El fenómeno que presencié fue un tanto particular y especial. Hablaba con frases hechas, de esas que usamos todo el tiempo con terceras personas en la fila del Oxxo o en los partidos de fútbol, para mantenerlas a raya con educación y desinterés, porque es así como fuimos educados, no por nuestros padres, sino por el mundo mismo. Este hombrecillo, cuya edad no pasaba de los treinta, hablaba con su amigo preguntándole rápidamente y sin mucho interés sobre el trabajo y sobre sus planes a futuro, le cuestionaba si se quedaría ahí o cambiaría pronto. Luego, sin esperar mucho tiempo a escuchar la respuesta, le arengaba a que se quedara allí, total, ya era seguro. Las cosas fueron muy veloces, y una brincó a la otra demasiado rápido, tan rápido que pasó del trabajo a una cita a ver el Super Bowl juntos en Cuernavaca. Y así, hablándole con esa distancia mal habida que ha adquirido la palabra, le decía “amigo” después de cada frase hecha, hasta que por fin terminó por despedirse deseándole lo mejor, excusándose que el metro ya había arrancado y que la señal se interpondría entre su amistad de cartón. Tuve un atisbo en ese momento de algo espectacular, el menos para mí lo fue. Este joven, tenía un genuino interés en el amigo, sin importar lo mucho que se esforzara en demostrárselo, la charla que tuvieron apareció ante mí como la cosa más sosa y aburrida que haya presenciado con genuino interés jamás. Y entonces no pude hacer otra cosa que preguntarme si era genuino su interés, y por otro lado, si era genuina su amistad. No podía imaginar qué cosas le decía el otro al oído, ni si estaba entusiasmado a la hora de escuchar la voz del que yo tenía enfrente. Lo único que sé es que le llamó, tal vez para perder el tiempo en lo que le servían un café en Starbucks, tal vez en lo que pasaba la micro que lo llevaría al trabajo tan desdeñado por él y que soñaba todos los días en abandonar.

¿Hasta qué punto trasciende la amistad al lenguaje? Digo, ahí está el Fedro donde parece que la sigue. Por supuesto, no puedo dar una respuesta a una pregunta tan gigantesca, sin embargo, puedo compartirles mis dudas. Lo que sucede, es que la experiencia de la charla que acabo de relatarles, me hizo ver un aspecto de la amistad que se me escapaba. Pareciera que no importaba lo que se decían, sin embargo era evidente que se encontraban concordantes en todo lo que se decían. ¿Cómo puedes amistarte con alguien con quien no puedes hablar? Esa es la pregunta que me da vueltas a la cabeza mientras escribo este texto. Los mundos civilizados, ¿en verdad lograban tener una amistad con los pueblos bárbaros? Vaya, tal vez pensarlo así en general resulte ser un rotundo no. No había lenguaje que pudiera unirlos, no había gustos afines ni metas que compartir. Pero supongo que algún soldado romano, habrá podido entablar cierta estima, cierta confianza y hasta cierto punto cierta amistad con algún ermitaño, algún exiliado o algún bárbaro exiliado de su propia ciudad. Pareciera que no necesitaban conocer el mismo mundo, ni siquiera hablar el mismo lenguaje. Suena un tanto loco dicho así como así, pero yo tengo un amigo que tiene muchos problemas para hablar. No es menso, ni está limitado de sus facultades mentales aunque él se haya llamado a sí mismo loco mucho tiempo. Simplemente no sabe hablar bien. Dice las ideas a media asta, y se salta de un enunciado a otro. Sin embargo, yo creo que le entiendo, y lo más fantástico es que él cree eso también. En fin, pareciera nuevamente, que es cierta fantasía de mi parte pensar que eso es posible y que solamente estoy diciendo esto porque mi amigo es mi amigo y debo defender esa relación por la estima que le tengo. Sin embargo, creo que es posible si miramos a un par de amigos, no yo, no el naco del metro, no el otro imbécil que vi el sábado en la mañana en el metro alardear orgullosos de su ingenio diciéndole a la muchachita que tenía unas telarañas de terciopelo por pestañas y que parecía ser su novia, que a su mejor amigo le decía “vaca” porque aquél le llamaba a él “güey”. No me refiero a ninguno de esos casos. Pensemos en dos amigos, de la manera en la que se hace la ciencia en estos tiempos, pensemos en dos amigos al vacío. Sin necesidad de tocarse, sin conocerse siquiera, lo único que me importa en este experimento es que sean amigos, amigos de verdad. Del mismo modo en que sabemos que un pedazo de fierro está hecho de titanio. Así, supongamos que estos dos sujetos teóricos, son amigos. Ahora bien, imaginemos por un momento en nuestro laboratorio de la imaginación, que estos dos chicos se ponen a hablar sobre poesía, sobre algo sencillo y trágico como los Amorosos de Sabines. A todos los muchachos de la prepa les llega tarde o temprano ese poema y les da vueltas en su cabecita y les enciende el pecho con palabras que simplemente no les alcanza la experiencia para comprender. A estos amigos al vacío, se me antoja que sean así, dos muchachitos cuyos años no les dan para comprender el dolor de los amorosos que esperan y esperan aunque no esperen nada. Estoy seguro que este par de sujetos de laboratorio, estarían muy emocionados hablando de poesía, y si no les gusta Sabines, que sea otro, Fichte o que sea Cavafis, o que sea Homero, u Ovidio, o José Alfredo Jiménez, o Molotov, no importa. Lo que importa es que están hablando de algo que no conocen, de algo que no comprenden y que tardarán años en haberlo vivido en carne propia, si tienen mala suerte. Estos muchachitos, no necesitan entenderse, basta con que eso crean ellos para que gocen de estar juntos, para que puedan llamarse uno al otro amigo, en un sentido genuino y al contado.

En fin, la idea es esta, sencillamente esta, hay cosas, cosas de las que solo puedes hablar con los amigos, y de entre estos, solo puedes hablar con algunos, y no por falta de estima a los demás, sino porque tienes la seguridad de que te entienden, o de que al menos, sienten la misma emoción tuya a la hora de hablar sobre Alexander Calder y sus bonitos móviles. No importa si tu esposa está presente en el cuarto, no importa si ella está versada en el arte o es igual de fanática de Star Wars que tú, no importa siquiera que a tu amigo no le guste nada Star Wars, lo que importa es que quieres contárselo, quieres que sepa lo que estás pensando, cómo lo estás pensando y por qué eso te emociona más que nada en el mundo al menos en ese momento. No importa si Mad Max en su última entrega trate de darle a la mujer el papel protagónico que la naturaleza le arrebató o si crees que Harry Potter es el último héroe de acción masculino que aparecerá en el cine durante las próximas décadas. Lo que importa aquí, va más allá del discurso, me parece y creo que solo lo entenderán quienes tengan amigos.

 

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