Aforismo de febrero

Vivimos sometidos al gobierno de las imágenes, pero tenemos la imaginación atrofiada. Por eso, la política es violencia, la información es mercancía, la maravilla es sensacionalismo y la vida pública una fantasmagoría.

Fantasicuates

Existe un placer devaluado entre nosotros los hombres, entre las mujeres también, pero a ella nos les importa tanto. A ellas les basta con dar guerra y dar gusto. Escuchaba en el metro de la ahora Ciudad de México a un naco hablar por teléfono en una de las estaciones de la línea verde que tenía unos segundos de señal. Fue un suceso tan afortunado como cotidiano. Recibió una llamada de un amigo suyo, éste le hablaba al oído mientras el naco sinvergüenza parado frente a mí, nos hablaba gritando a todos los ahí presentes. Su conversación fue tan cansina como la que tienen los esposos a los diez años de casados, sin embargo, a diferencia de aquellos, éste singular caballero, tenía emoción que no podía esconder. El fenómeno que presencié fue un tanto particular y especial. Hablaba con frases hechas, de esas que usamos todo el tiempo con terceras personas en la fila del Oxxo o en los partidos de fútbol, para mantenerlas a raya con educación y desinterés, porque es así como fuimos educados, no por nuestros padres, sino por el mundo mismo. Este hombrecillo, cuya edad no pasaba de los treinta, hablaba con su amigo preguntándole rápidamente y sin mucho interés sobre el trabajo y sobre sus planes a futuro, le cuestionaba si se quedaría ahí o cambiaría pronto. Luego, sin esperar mucho tiempo a escuchar la respuesta, le arengaba a que se quedara allí, total, ya era seguro. Las cosas fueron muy veloces, y una brincó a la otra demasiado rápido, tan rápido que pasó del trabajo a una cita a ver el Super Bowl juntos en Cuernavaca. Y así, hablándole con esa distancia mal habida que ha adquirido la palabra, le decía “amigo” después de cada frase hecha, hasta que por fin terminó por despedirse deseándole lo mejor, excusándose que el metro ya había arrancado y que la señal se interpondría entre su amistad de cartón. Tuve un atisbo en ese momento de algo espectacular, el menos para mí lo fue. Este joven, tenía un genuino interés en el amigo, sin importar lo mucho que se esforzara en demostrárselo, la charla que tuvieron apareció ante mí como la cosa más sosa y aburrida que haya presenciado con genuino interés jamás. Y entonces no pude hacer otra cosa que preguntarme si era genuino su interés, y por otro lado, si era genuina su amistad. No podía imaginar qué cosas le decía el otro al oído, ni si estaba entusiasmado a la hora de escuchar la voz del que yo tenía enfrente. Lo único que sé es que le llamó, tal vez para perder el tiempo en lo que le servían un café en Starbucks, tal vez en lo que pasaba la micro que lo llevaría al trabajo tan desdeñado por él y que soñaba todos los días en abandonar.

¿Hasta qué punto trasciende la amistad al lenguaje? Digo, ahí está el Fedro donde parece que la sigue. Por supuesto, no puedo dar una respuesta a una pregunta tan gigantesca, sin embargo, puedo compartirles mis dudas. Lo que sucede, es que la experiencia de la charla que acabo de relatarles, me hizo ver un aspecto de la amistad que se me escapaba. Pareciera que no importaba lo que se decían, sin embargo era evidente que se encontraban concordantes en todo lo que se decían. ¿Cómo puedes amistarte con alguien con quien no puedes hablar? Esa es la pregunta que me da vueltas a la cabeza mientras escribo este texto. Los mundos civilizados, ¿en verdad lograban tener una amistad con los pueblos bárbaros? Vaya, tal vez pensarlo así en general resulte ser un rotundo no. No había lenguaje que pudiera unirlos, no había gustos afines ni metas que compartir. Pero supongo que algún soldado romano, habrá podido entablar cierta estima, cierta confianza y hasta cierto punto cierta amistad con algún ermitaño, algún exiliado o algún bárbaro exiliado de su propia ciudad. Pareciera que no necesitaban conocer el mismo mundo, ni siquiera hablar el mismo lenguaje. Suena un tanto loco dicho así como así, pero yo tengo un amigo que tiene muchos problemas para hablar. No es menso, ni está limitado de sus facultades mentales aunque él se haya llamado a sí mismo loco mucho tiempo. Simplemente no sabe hablar bien. Dice las ideas a media asta, y se salta de un enunciado a otro. Sin embargo, yo creo que le entiendo, y lo más fantástico es que él cree eso también. En fin, pareciera nuevamente, que es cierta fantasía de mi parte pensar que eso es posible y que solamente estoy diciendo esto porque mi amigo es mi amigo y debo defender esa relación por la estima que le tengo. Sin embargo, creo que es posible si miramos a un par de amigos, no yo, no el naco del metro, no el otro imbécil que vi el sábado en la mañana en el metro alardear orgullosos de su ingenio diciéndole a la muchachita que tenía unas telarañas de terciopelo por pestañas y que parecía ser su novia, que a su mejor amigo le decía “vaca” porque aquél le llamaba a él “güey”. No me refiero a ninguno de esos casos. Pensemos en dos amigos, de la manera en la que se hace la ciencia en estos tiempos, pensemos en dos amigos al vacío. Sin necesidad de tocarse, sin conocerse siquiera, lo único que me importa en este experimento es que sean amigos, amigos de verdad. Del mismo modo en que sabemos que un pedazo de fierro está hecho de titanio. Así, supongamos que estos dos sujetos teóricos, son amigos. Ahora bien, imaginemos por un momento en nuestro laboratorio de la imaginación, que estos dos chicos se ponen a hablar sobre poesía, sobre algo sencillo y trágico como los Amorosos de Sabines. A todos los muchachos de la prepa les llega tarde o temprano ese poema y les da vueltas en su cabecita y les enciende el pecho con palabras que simplemente no les alcanza la experiencia para comprender. A estos amigos al vacío, se me antoja que sean así, dos muchachitos cuyos años no les dan para comprender el dolor de los amorosos que esperan y esperan aunque no esperen nada. Estoy seguro que este par de sujetos de laboratorio, estarían muy emocionados hablando de poesía, y si no les gusta Sabines, que sea otro, Fichte o que sea Cavafis, o que sea Homero, u Ovidio, o José Alfredo Jiménez, o Molotov, no importa. Lo que importa es que están hablando de algo que no conocen, de algo que no comprenden y que tardarán años en haberlo vivido en carne propia, si tienen mala suerte. Estos muchachitos, no necesitan entenderse, basta con que eso crean ellos para que gocen de estar juntos, para que puedan llamarse uno al otro amigo, en un sentido genuino y al contado.

En fin, la idea es esta, sencillamente esta, hay cosas, cosas de las que solo puedes hablar con los amigos, y de entre estos, solo puedes hablar con algunos, y no por falta de estima a los demás, sino porque tienes la seguridad de que te entienden, o de que al menos, sienten la misma emoción tuya a la hora de hablar sobre Alexander Calder y sus bonitos móviles. No importa si tu esposa está presente en el cuarto, no importa si ella está versada en el arte o es igual de fanática de Star Wars que tú, no importa siquiera que a tu amigo no le guste nada Star Wars, lo que importa es que quieres contárselo, quieres que sepa lo que estás pensando, cómo lo estás pensando y por qué eso te emociona más que nada en el mundo al menos en ese momento. No importa si Mad Max en su última entrega trate de darle a la mujer el papel protagónico que la naturaleza le arrebató o si crees que Harry Potter es el último héroe de acción masculino que aparecerá en el cine durante las próximas décadas. Lo que importa aquí, va más allá del discurso, me parece y creo que solo lo entenderán quienes tengan amigos.

 

La esperanza en el progreso

La esperanza en el progreso

La cultura del progreso pervierte la esperanza: la emplaza en un futuro posible y oculta su necesidad ante el inmediato fin de los tiempos. La esperanza en el progreso siempre deja tiempo para lo importante, pues nunca permite el imperio de lo importante. La esperanza en el progreso disocia la acción y la palabra: podemos prometernos la esperanza, podemos esperar la explicación, pero no podemos comprometernos con una explicación esperanzada. Disociadas la acción y la palabra, nada impide la irresponsabilidad; al contrario, la responsabilidad es futura en cuanto libre resolución o en cuanto fatídica aceptación. La esperanza en el progreso termina en tragedia.

Ahora que el Papa Francisco visita México podemos mirar azorados la perversión de la esperanza operada por el progreso. En las primeras impresiones caras a la mexicanidad, Francisco se gana la aceptación de la gente porque “es tan sencillo que rompe el protocolo”. Dejemos por ahora de lado la sospecha de que admirar al pontífice por romper el protocolo sólo sea una adherencia al gusto por la transgresión, y pensemos que es en verdad sospechoso que admiremos la ruptura del protocolo sin que nos admiremos de que el protocolo se haya instaurado. La “sencillez” de Francisco es presentada tras la valla protocolaria como un espectáculo venido de lejos, como un espécimen parahumano que hoy podemos mirar para después ver alguna otra cosa. Admirar la ruptura del protocolo sin admirarnos de la instauración del mismo es ocultarnos nuestra disposición al espectáculo, la disociación operada en nuestra vida entre la acción y la palabra: podemos admirar al raro individuo que se caracteriza por su “sencillez” porque sabemos que nosotros no queremos aspirar a esa característica. Desde la valla protocolaria parece anunciarse que las palabras de Francisco no encontrarán oídos, pero harán lindos adornos en los piercing de la conciencia.

La expectativa –que no esperanza- de los críticos sobre los discursos del Papa en las regiones que visitará son, una vez más, avisos de la falsificación de la esperanza. Visitará Ecatepec –el municipio más poblado y violento del país-, Chiapas –el ícono de la marginación y la desigualdad mexicana-, Morelia –el modelo de la corrupción narcopolítica- y Ciudad Juárez –la zona limítrofe del progreso, el lugar donde la vida es mercancía-. Francisco ha dicho que hablará fuerte. No traicionemos la esperanza. Todo político habla fuerte en Ecatepec, Chiapas, Morelia y Ciudad Juárez. Todos se espantan de la marginación ecatepequense, y todos se indignan por sus condiciones de vida. Todos miran preocupados a Chiapas, y cabizbajos dicen que los indígenas no deben vivir así. Todos se indignan con la colusión del narcotráfico y la política en Michoacán, y dicen que las cosas no deben ser así. Todos miran a Ciudad Juárez con esperanza… Porque la gente decente de nuestros días, y los políticos saben actuar muy bien como gente decente, se indigna ante lo indignante y manifiesta febrilmente su indignación de modos por demás creativos; la gente decente en verdad cree que el hashtag es sustituto del arrepentimiento y el like es una merced del perdón. Toda la gente decente espera que el Papa diga cosas muy duras y terribles, diga que las cosas no deben ser así, diga frases espectaculares con las que después podamos saturar el twitter… y que luego se vaya, y lo podamos culpar, porque sólo trajo palabras, porque sólo trajo buenas intenciones, porque México seguirá igual tras su visita. Y culparemos a los medios por hacer de la visita un espectáculo, y a los políticos por participar en la feria de la redención, y los críticos saldrán y nos dirán que nos lo dijeron. Pero eso pasará porque, nuevamente, hemos dejado de ver que en nuestra vida se ha disociado la acción de la palabra: confundiremos las palabras de Francisco con los decretos de los políticos; pervertiremos los símbolos papales con las poses fotogénicas de las creaturas de la publicidad. Los discursos del Papa Francisco sólo podrían abrigar la esperanza si al escucharlos superamos la escisión entre palabra y acción.

Quisiera decir que el Papa Francisco mostrará la verdad de la esperanza, pero tengo la impresión que la esperanza que de él se quiere no es para hoy, sino para pasado mañana. Hoy es fiesta; mañana, destino. Y el Papa lo sabe.

 

Námaste Heptákis

 

Los desaparecidos. Ya se han cumplido 16 meses de la desaparición de los normalistas de Ayotzinapa. En torno al caso es nuevamente el ruido y la grilla lo que satura todo. En la semana se presentaron las conclusiones del Equipo Argentino de Antropología Forense, que en breve dicen: no se puede concluir científicamente que la noche del 26 de septiembre se haya producido un incendio suficiente para calcinar 43 cuerpos en el basurero de Cocula. Contrario a lo que tanto se ha dicho, la conclusión del EAAF no desmorona la investigación oficial, sino que complementa lo que después del 27 de enero de 2015 se ha investigado en torno al caso. Según lo declarado por Gildardo López Astudillo, El Gil, a los normalistas se les dividió en tres grupos: unos fueron trasladados en patrullas de Iguala, otros en patrullas de Cocula y otros partieron con rumbo a Taxco. Los primeros dos grupos fueron conducidos al basurero de Cocula. Según la declaración de Bernabé Sotelo Salinas, El Peluco, los normalistas fueron conducidos al basurero esposados y apilados en una camioneta de tres y media toneladas, los que llegaron muertos «fueron arrojados al fondo del basurero», al resto se les mató a golpes y posteriormente se les calcinó; se reunieron las cenizas en una bolsa que posteriormente se tiró en el cauce del río San Juan. Según El Gil, el tercer grupo llegó al rancho de Víctor Hugo Benítez Palacios, El Tilo (todavía prófugo), donde fueron disueltos en ácido. En el basurero de Cocula, por tanto, no se calcinó a los 43; lo cual coincide con la conclusión del EAAF. Sabemos que uno de los 43 fue desollado vivo; los restos de uno más se identificaron entre las muestras del río San Juan. O la identificación genética es falsa, o hubo incendio en Cocula y al menos ahí se calcinó a uno. Según la declaración inicial de Sidronio Casarrubias Salgado, en la camioneta que llegó a Cocula iban como mínimo 19 estudiantes, no más de 25; el resto formarían el tercer grupo. No veo el desmoronamiento de una investigación todavía en curso.
Por otra parte, ya se cumplió un mes de la desaparición forzada de cinco jóvenes en Tierra Blanca, Veracruz, hay un poco de luz sobre el caso. El seguimiento lo ha hecho Ciro Gómez Leyva.
Además, Juan Pablo Becerra Acosta aumenta los testimonios sobre los desaparecidos de Ciudad Cuauhtémoc.
Y por último, a la lista de desaparecidos hay que añadir el caso de Sinaloa.

Escenas del terruño. 1. Que, según Carlos Puig, la coordinación de seguridad para Guerrero es un anuncio vacío, sin seguimiento, sin plan y sin fin. Según mi conteo, hasta el 12 de febrero –día 43 del año- el número de ejecutados en Guerrero es de 206. 2. De acuerdo a la Consulta Infantil y Juvenil que en las elecciones pasadas realizó el INE, el 24% de los niños michoacanos -entre 6 y 9 años- no confía en la policía, y el 18.5% tampoco confía en el ejército. Entre los niños michoacanos -de 10 a 13 años-, 32.3% no confía en la policía, 28.1% no confía en el ejército y 56.3% no confía en los gobernantes; y el 3.1% de los encuestados declaró que son obligados a participar en actividades ilegales. Entre los adolescentes michoacanos -de 14 a 17 años-, el 83.5% no confía en la policía, 75.8% no confía en el ejército y el 95.1% no confía en los gobernantes; además de que la cifra de quienes son obligados a delinquir sube a 4.4%. Un dato más para la lista del drama de los niños sicarios. 3. Que, según León Krauze, las elecciones de Estados Unidos ponen en juego el idealismo y la real politik. 4. Aunque hoy todos tienen puesta a atención en la visita del Papa Francisco, la creatividad periodística de Animal Político redirige la atención de la misa en Ecatepec al Ecatepec de la Santa Muerte. Imperdible el excelente reportaje de Manu Ureste.

Coletilla. Tras la reunión del Papa Francisco con el Patriarca de todas las Rusias Cirilo I se va rumorando la posibilidad de una próxima visita papal a Rusia; el problema de la realización de esa hipotética visita va mucho más allá de la geopolítica y los caprichos de Vladimir Putin. Si quieres, estimado lector, tener un panorama del significado (y la complejidad) de una visita papal a Rusia te recomiendo leer La Gran Controversia del historiador franco-mexicano Jean Meyer.

Vida en común

Vida en común

Quien diga que el chisme es vulgar tiene la razón sólo a medias. No le podemos negar la vulgaridad de fluir con vida, de voz a voz; no hay gacetas para los chismes de los que no son famosos. Si por vulgar, en cambio, queremos decir que es bajo, incurrimos en error. El chisme es un privilegio, el privilegio en donde lo privado revela sus fronteras con lo público. Es un privilegio del que goza el que es rodeado por chismosos y por la gente sobre quien se chismea, la distinción que otorga pertenecer y vivir en cierto lugar, el conocer alguien que se entere de los actos humanos, secretos y despreocupados, y de saber a quiénes se refiere.

Nuestro interés endeble por lo público tiene repercusiones en el modo de dirigirnos en privado. El chisme nos incomoda cuando nos decimos muy libres. Libres del prejuicio, del sometimiento al escrutinio de los ojos acechantes bajo la luz de las relaciones humanas. Pero no podemos explicar, curiosamente, la extraña complacencia que siempre acompaña a la información recibida sobre los errores o tropiezos de algún conocido. Nos vemos hipócritas ante el desprecio de lo vulgar. Esa sensación extraña, creo, proviene de la farsa del tipo de libertad que nos imaginamos: bien o mal, siempre escondemos un juicio sobre lo que escuchamos y vemos.

Las conversaciones al calor del chisme tienen razón de ser, nunca son frívolas. El combustible de su fuego es ese interés por el semejante que generan el conocimiento, la cercanía y la lejanía. Ese intercambio es el ejercicio más desafiante y excitante que ofrece lo privado para las observaciones éticas. Cuando lo hacemos frívolo, laceramos nuestra posibilidad de comunicarnos públicamente, evadimos el fin del lenguaje. Las infidelidades, los fracasos, las faenas son las historias que nos interesan porque tratan de esos hechos que nos muestran. Nos quitan la venda de pensar en la falacia de los amigos virtuales y las consolaciones fútiles, sino que van urdiendo la trama sobre la que vemos al hombre, bajo varias perspectivas.

La altivez que quiere negar su importancia es semejante a la conveniencia que reduce a la confesión a un acto inútil. Ninguna de las dos son violaciones de la privacidad. Por una se constata el conocimiento de los males ante la comunión en la Iglesia; no es pública, pero surge por un deseo veraz de guiarse en público, sabedores de los errores privados. La otra es la voz de nuestros propios actos, con el sello de los intermediarios. Ambas configuran el modo en que nuestras intenciones armonizan o divergen de nuestros actos. Conversar ardientemente sobre lo que de otros vemos nos permite ver la diferencia inevitable lo visible y lo invisible; es dato de la relación entre la ética y la política. Las pasiones desafortunadas, los enredos atractivos, toda la base para los grandes dramas, tiene un escaparate en esas conversaciones.

Puede que la estulticia de la vida moderna no pueda ser evadida del todo con esta actitud. Los problemas que ella esconde rebasan el trato inmediato y cotidiano. No obstante, nada logramos con voltearnos ante la posibilidad de discutir lo que nos es próximo, ni con los tranquilizantes para la consciencia que brinda la hipócrita independencia de juicios ajenos. Esa independencia es tan falsa como lo es la libertad incondicionada que malamente desearíamos ver en el matrimonio moderno.

Tacitus

Optimismo descarrilado

En medio de la adversidad llega a nosotros el intento por brindar algún augurio. Cuando el panorama ensombrece y parece que nos hallamos atados, nos preguntamos si es posible actuar y lograr algún éxito. Observamos la tempestad circunstancial y tenemos la incertidumbre de si habrá mejoría. En dicho momento hasta la mejor entereza queda vulnerada, la racha de sucesos infortunados alcanzan a poner en duda a cualquier hombre.

Frente a la desgracia se puede tomar, por ejemplo, una actitud de resignación. En ella quien decide reconoce su capacidad superada, existen para él fuerzas o entidades que intervienen sobre su voluntad. Todo intento será en vano para cambiar el curso del porvenir, entonces resulta prudente sobrellevar la vida atados. Tal comprensión alcanza a reflejarse en la disposición genética de los individuos, el controversial gen de la maldad o la propensión a enfermedades degenerativas se vuelven lastres con mayor peso que la roca de Sísifo. A modo de respuesta, por otro lado, podemos encontrarnos con un posicionamiento que exalte elección y obrar humano, uno que confíe en su perfección congénita y el trayecto derivado a partir de ese origen luminoso.

Seguramente esta última visión resulta más familiar a nosotros. Nuestra vida cotidiana descansa en ella, confiamos que lo próximos serán días más claros y todo avance es significativo. Nuestros gobernantes implementan programas de lectura donde se triunfa mientras se amplíe el círculo de lectores. O iniciativas contra el hambre donde su éxito esté medido por al apertura de comedores comunitarios (que ruede la comida para que más hambrientos puedan beneficiarse de ella). En un plano global, la junta de naciones pretende recordar la superación de nuestra barbarie. Todavía nos persuadimos más por el decremento en guerras y fortalecimiento en lazos diplomáticos. Incluso la eugenesia, corona por nuestro denuedo tecnológico, podrá enmendar los errores por naturaleza. En este sentido, por tanto, nuestra vida moderna es optimista, ya que confiamos en la capacidad para remediar nuestros males: creemos el trayecto paulatino hacia la felicidad a manos del hombre.

Andando sobre este trayecto, avanzando y superando los problemas, volvemos el hoy mejor que el ayer. Gozamos cada vez que hacemos que el sol emerja y anuncie un día nuevo. Sin embargo, en tal modo de vida, sucede que la superación llega a realizarse mediante el encubrimiento. La marcha incesante sólo tiene importancia en ella misma y en ocasiones el avance puede darse a brincos con tal de lograrse. Aparece la sorpresa cuando encontramos que aún existen hombres peleando por sus religiones, nos cuesta trabajo admitir que aquella edad oscura no haya terminado hace centenares de años. O quedamos boquiabiertos al enterarnos de matanzas de gran número cada de vez en cuando en México; ¿el debilitamiento de cédulas criminales, aprobación de legislaturas y cuidadosa selección de cargos públicos no ha bastado para concluir la historia sangrienta? Entre el regocijo por los buenos resultados y la falta de valentía para aceptar las equivocaciones, no cabe lugar para el arrepentimiento. Andar y andar a veces oculta por dónde pasamos y hacia dónde vamos, es decir, nos orilla a perdernos. La locomotora acelera y corre sin saber dónde parara, aunque confiemos que sea en una estación segura.

Bocadillos de la plaza pública. En los siguientes días se recibirá a Su Santidad en tierras mexicanas. Así algunos aprovecharon el momento para destapar oportunamente bodas falsas, un periódico (Reforma, 8069) aprovechó para retomar algunas estadísticas interesantes en torno a la asunción religiosa de los mexicanos. Por ejemplos, mientras el primer Censo de Población de México revela que 99.1% del país se asumía católico en 1895, en 2010 el porcentaje se redujo a un 83%. Entre tales años, específicamente entre 1980 y 2008, se redujeron cercano a la mitad los bautizos y las bodas religiosas en México. Asimismo ha ido creciendo la popularidad de otras religiones (mormones, testigos de Jehová, cristianos protestantes, pentecostales y evangélicos), mientras ha ido disminuyendo el interés por el sacerdocio: no existen suficientes jóvenes para reemplazar a los doce mil sacerdotes en el país.

II. Bajo una sonrisa irónica

recibimos la atrocidad onírica:

un cuerpo que se suma a la pila.

Veracruzanos  afirman

querer terminar la pesadilla.

Señor Carmesí

Arrepentimiento

Cenizas sin Dios:

Ábranse a la vida

con la confesión.

 

Maigo

Brindis con copas repletas

El saber popular, tan accesible, tan común, califica de víbora a quien ose decir algo falso buscando afectar a alguien y pretendiendo un beneficio propio. El calificativo, aunque algunos lo duden, se adecua perfectamente a nuestra experiencia cotidiana, pues el veneno de la serpiente vertido en palabras destruye letalmente. Antes de atacar, la serpiente se desliza suave y lentamente, reconoce a su presa y, en el momento oportuno, ataca. El veneno tiene un efecto más letal cuando está disfrazado de algo gustoso, como el vino. A quien se le ofrezca una copa rebosante del astuto elíxir, puede detenerse a observarlo, quizá ponga en duda si es vino auténtico o alguna otra substancia, aunque le será difícil rechazar el obsequio por haber sido ofrecido con mano de aparente amistad. La duda será disuelta cuando el veneno haya hecho su efecto destructivo. Eva y Adán no se dan cuenta del error de haberse dejado seducir por la serpiente astuta hasta que se los muestra Dios.

La pronunciación de las palabras venenosas la encontramos en diversos ámbitos y múltiples circunstancias de la cotidianidad. Aunque un ejemplo concreto podría clarificarnos cómo se va expandiendo el veneno. Supongamos la existencia de una persona molesta y quizá la molestia que sienten algunos sea por un buen número de razones. Como siempre sucede con una persona odiada, hay quienes se muestran más adversos hacia ella, hay quienes son sus enemigos. Algunos enemigos siempre están al acecho de la ocasión oportuna para hacerle daño. La ocasión surge: el odiado recibirá la visita de un amigo para él y muchos otros muy querido, y no sin motivo, pues es una persona buena, a tal grado que le gusta ayudar desinteresadamente. Los enemigos del odiado hacen una fiesta donde todos sus compañeros de odio están invitados; la fiesta es excesivamente grande, está planeada para recibir no sólo a los partidarios, sino también a quienes quieran unirse a su causa. El culmen de la fiesta se da cuando todos están hablando mal sobre el odiado e, increíblemente, sobre su amigo a quien ni siquiera conocen. Todos se han convencido entre sí de la maldad de ambos sujetos. Los organizadores hacen un brindis, entre todos se quieren convencer de lo positivo de destruir al odiado, su amigo, y todos los amigos de estos. El vino es bebido. El veneno se ha regado.

Yaddir