El número del amor

Hace poco, en las inmediaciones del STCM, escuché una triste, pero graciosa, historia de amor. Era un joven adicto a sus hábitos, no le gustaba cambiar un minúsculo detalle de su rutina. No se le solía ver ni alegre, ni triste. Aunque, entre los últimos días del año pasado y los primeros del actual, se le había visto cabizbajo, llenando las celebraciones decembrinas de abrazos secos y suspiros. Todos sus conocidos comenzaron a preocuparse por él, idearon modos de ayudarlo sin irrumpir en su maquinaria existencia. Pero nada servía, el tan exacto joven seguía llenando las nuevas reuniones con sus suspiros. Un día común el joven llegó unos minutos tarde a trabajar. La sorpresa fue mayor cuando sus compañeros lo vieron sonreír, mirar hacia el techo y suspirar. Todos se percataron que esa repentina transformación se debía al golpe del amor; todos se despreocuparon de su amigo al verlo tan contento. Los días pasaban y nadie sabía nada de la amada. La curiosidad por saber quién era ella, aumentaba junto con las distracciones del enamorado. Pero el asunto dio un giro cuando éste llego llorando terriblemente. Las especulaciones apuntaban a una desastrosa ruptura; algunos se alegraban por lo ocurrido, pues decían que el amor le había caído mal a su compañero y estuvo a punto de ser despedido por tal motivo; otros, más cursis [así fueron descritos por quien venía contando la historia], se acercaron a consolarlo, incluso una compañera lloró junto a él. La inusual muestra de afecto tranquilizó un poco al lastimado joven y le movió a hablar: “ay, amiga, creo que tú entiendes cómo estoy”. La muchacha lo miraba con una ternura singular, sin dejar de llorar. El joven continúo: “y yo que pensé que estábamos seleccionados.” Ante tales palabras, y la promesa de más, todos los compañeros comenzaron a acercarse para escuchar mejor al joven; al parecer no se percató de su auditorio y comenzó a narrar toda su historia: «Todo comenzó hace sesenta días: el primero miré mi reloj y eran las diez horas con veinte minutos; al día siguiente recibí una llamada importante exactamente a esa hora; el tercer día, a esa mágica hora la vi por primera vez, iba saliendo de su casa, la que tiene por número 1020. Como no creo en las supersticiones, pensé que los números, mediante un mensaje todavía incomprendido, me guiaban hacia el amor. Todos los días iba a verla, casi todos salía a la misma hora; siempre estaba esplendorosa, su largo cabello se fusionaba a su siempre oscuro vestido ligero; se movía armónicamente con sus suaves brazos y sus piernas; mi corazón se sentía mover junto con ella. Me conformaba con sólo mirarla. Hasta hoy. Comencé a caminar tras ella; la alcancé; quería hablarle y, no sé por qué, la abracé de la cintura y la atraje hacia mí. Instintivamente ella echó su cuerpo hacia atrás; ayudándose con sus brazos, se desprendió de mí y comenzó a gritar y a golpearme con sus suaves manos. Adolorido, más por dentro que por fuera, corrí velozmente y ya no supe más.» De no ser porque volvió a llorar con más fuerza que antes, todos hubieran prorrumpido en una estruendosa carcajada. Más que triste, la historia les había parecido ridícula a todos sus compañeros. Quien yo había escuchado contarla, comenzó a reír hasta enrojecer y su otro amigo hizo lo mismo.

Al salir del transporte, tal historia me resultó inverosímil, creí que la persona, a quien se la escuché narrar, estaba inventando algo para ridiculizar como ya se va volviendo hábito en los habitantes del pueblo azul. Pero ayer que la recordaba, creí que algo así sí podía pasar, pues el primer amor, al ser algo que nos cambia súbitamente, no deja mucho espacio para que nos percatemos de qué nos está pasando y, en consecuencia, podemos cometer fácilmente actos de la más variada índole. Por ello, a veces las personas no logran dar buenas explicaciones sobre su enamoramiento y recurren a explicaciones de lo más contradictorias, como un destino numérico. Por otro lado, en la triste historia encontré contrapuestos dos estados en el joven: la comodidad que le proporcionaba la rutina y la inestabilidad que le trajo el amor. Aunque tal inestabilidad no es propia de todo enamorado, pese a que algunos quieran que sí lo sea, pues así justifican cualquier acto cometido en tal estado. ¿Volverá a enamorarse aquél irracional joven o se esconderá en la sombra de la rutina?, ¿podrá reconocerse, pensar adecuadamente sus pasiones y, quizá, en un futuro amar bellamente?

Yaddir