Y Jesús le dijo: ¡Oh Judas! ¿con un beso entregas al Hijo del Hombre?
Lc. 22: 28
En estos días mucho se hablará sobre el beso que dio Judas a Jesús en el huerto de los Olivos. Algunos dirán que el Iscariote fue un malvado, y verán en ese beso a la viva imagen de la traición; otros, menos que los anteriores, dirán que Judas es el único que comprendió la necesidad del sacrificio del que tanto hablara Jesús antes de la última cena.
El juicio sobre Judas no es simple, pues ambas posturas llegan a tener elementos válidos para sostenerse. Yo no pretendo emitir juicio alguno, la traición no es tan fácil de encontrar, y menos cuando ésta se torna necesaria para un propósito tan grande como la salvación, a lo más que puedo aspirar es a pensar en lo que ocurre con Judas tras dar ese beso.
La tradición nos dice que después de entregar a Jesús, Judas pretendió regresar las monedas recibidas y rescatar con ello al maestro, al no poder hacerlo se ahorcó. Del Iscariote no sabemos mucho, no nos es posible dilucidar con claridad la relación entre él y el Maestro, de ahí que la especulación sea posible hacia el lado de la traición, o bien hacia el lado de la amistad que entrega con tal de que el plan del amado se cumpla, lo que sí sabemos es que da un beso al maestro y que muere el mismo día que él, pero no de la misma manera, pues al morir a mano propia se torna en imagen de la desesperanza.
Pero, ¿qué ocurre en ese beso?, responder a esta pregunta resulta primordial para armar una imagen de Judas que algo nos diga sobre nosotros mismos, pues lo que vemos y condenamos en el discípulo es aquello de lo que nosotros mismos somos culpables.
Para entender qué ocurre durante ese beso, hemos de pensar en lo que pasa con nosotros cuando besamos. Hasta donde tengo entendido, el acto de besar es algo que sólo se da entre aquellos que están unidos por algo, se besa a los padres, a los hijos, a los amigos y a veces a los desconocidos que en algún sentido dejan de serlo, siempre se besa de manera diferente, pues el mero rose de los labios no basta para hablar propiamente de un beso.
Juntar los labios con algo no es besarlo, si así fuera diríamos que besamos las cucharas y los vasos que nos sirven para llevar agua y alimento al cuerpo. El beso no se limita a la recepción de algo nutritivo o nocivo, dependiendo de a qué se una la boca, más bien se concentra en la acción de dar. Quien besa da algo de sí mismo y quien recibe el beso recibe al otro y a lo que trae consigo.
Judas da un beso al maestro, y con ese beso se entrega a sí mismo; el Hijo del Hombre va al sacrificio como cordero de Dios que es, mientras que el Iscariote se pierde en la desesperanza que sólo le queda a quien ha perdido aquello que le es más sagrado, es decir, lo que a su vida da sentido por serle lo más amado.
Con el beso que da en el huerto, el discípulo que distingue a Cristo, nos hace entrega de aquello que no soporta perder; y traiciona en tanto que olvida que Jesús es la fuente de toda vida; pero con ese beso no sólo se va el maestro sino el alma de quien besa, y la de quienes reciben lo que se ha entregado con él.
Maigo