Flor amarga y luz escondida
Hay sonrisas que nacen amargas
como el sol cuando sale y nada alumbra
por la espesura de la neblina encubridora.
Tras la obscuridad hay sol,
pero en estas sonrisas que nacen amargas
se mezclan el cáliz de dulzura
con la copa amarga que trae la añoranza.
Incluso el beso ofrecido con párvulos labios
sabe a hiel, mejor dicho, salino,
como si se besara la piel muerta de la nostalgia
que ya empieza a crecer en nuestro pecho,
y que abriéndose como flor entre la yerba,
va maltratando nuestros nervios con sus pétalos fragantes
de un adiós no pronunciado pero floreciente,
la verdad de nuestra separación sólo así duele,
sólo cuando no sabemos qué nos hiere.
Y en nuestros labios humeantes de ilusiones
que no serán jamás, las etéreas caricias de un suspiro
dibujan lo que es la sombra de una sonrisa que nace amarga
como el sol que no alumbra en las chimeneas de los imaginarios
labradores, que dicen ocuparse de la tierra
mientras van llorando por todas partes, haciendo fangosa,
peligrosa e inútil la palabra firme y abundante de la madre tierra.
Javel