La nueva música de las esferas

La nueva música de las esferas

 

La crítica antiilustrada tiene en claro que no quiere al hombre timorato que produjo la modernidad. Además, los antiilustrados están seguros de la necesidad de producir un nuevo hombre, de reeducar las pasiones. No las reeducan ilustradamente porque, por una parte, saben que la educación ilustrada termina en la ilusión tecnocrática. No las reeducan ilustradamente porque, por otra parte, su fin va más allá del horizonte humano de la Ilustración. La reeducación de las pasiones de los antiilustrados va más allá de la técnica y mira más allá del hombre: tiene una finalidad suprahistórica. De la técnica se aleja porque ya sabe que el desenvolvimiento histórico de la razón concluyó en la razón instrumental. Si se ha de ir contra la producción histórica de la razón, se ha de ir con algo más allá de la razón misma: la crítica antiilustrada reivindica la inspiración. Y la inspiración, suponen los antiilustrados, supera al logos porque es suprahistórica, supera al sujeto porque apela al genio, supera los emplazamientos hasta ser nuevamente originaria. La inspiración antiilustrada es el murmullo de un dios inefable.

La moral necesaria que exige la crítica antiilustrada encuentra su fundamento en la inefabilidad de su dios. Una moral imposibilitada de ser kata logon es una moral originaria, y por originaria y alógica es inefable. Una moral mística de santidades inefables es la característica de la vida antiilustrada. Niega al nihilismo porque se erige espiritual… aunque no tiene razones para negar al uno o afirmar al otro. Una inspiración suprahistórica cuyos actos trasciendan la historia misma y en el acto la refunden, eso busca la moral antiilustrada. Porque inspirándose suprahistóricamente pretende recuperar la originalidad perdida: no se mide desde la razón instrumental ni desde las ilusiones históricas, sino que se pauta desde la oda cósmica al reino divino. La crítica, obviamente, debe preparar el camino para escuchar el trueno originario. La crítica cimienta la obediencia. La inspiración como una iluminación repentina y atronadora a mitad de la tormenta. El inspirado como el escucha adecuado, el que recibe las órdenes, Befehlsträger… La moral necesaria exige cantar la oda de la tiranía divina.

El inspirado encuentra su libertad en la obediencia. La libertad se redefine como la participación en el acontecimiento cósmico. El inspirado se vuelve a sí mismo instrumento del milagro. Su instrumentalidad reespiritualiza el mundo. El inspirado de los antiilustrados devuelve al mundo su sentido místico y al hombre su sentimiento religioso. La religión de la obediencia resignifica al hombre desde un punto más alto, eleva sus miras y le reinfunde ánimo: por su obediencia acaece el Acontecimiento. La nueva religión: un hombre a la altura del cosmos que se aterra con el sentimiento originario: el acontecer de la nada: koan. La nueva religión inventa la catarsis de la tiranía.

 

Námaste Heptákis

 

Los desaparecidos. Han pasado 19 meses de la desaparición de los normalistas de Ayotzinapa. El pasado domingo 24 de abril el GIEI presentó el informe final de su investigación. Para Ciro Gómez Leyva, los miembros del GIEI «no encontraron a los normalistas, no apuntaron al lugar en donde pueden estar los restos, no perfilaron metodológicamente al autor intelectual, pero hicieron avanzar la información, ayudaron a comprender la historia y, con sus recomendaciones, le clavaron un aguijón a la política y al sistema de justicia, que terminará marcando un antes y un después». En opinión de Héctor de Mauleón «el informe final de los expertos arroja pocas respuestas sobre lo ocurrido aquella noche. Pero nos arroja a la cara el retrato de un sistema de investigación atroz. Indicios de tortura, posible siembra de evidencias, encubrimiento de autoridades federales, obstrucción e inexplicable abandono de nuevas líneas de investigación… y de paso, el demoledor video de una diligencia de la que no hay registros en el expediente». Por su parte, Jorge Fernández Menéndez pregunta: «¿Por qué el GIEI insiste en desconocer el más importante de los hechos? Que el enfrentamiento es de Guerreros Unidos contra un grupo en el que estaban convencidos de que venían integrantes de Los Rojos para matar a sus jefes de plaza. Guerreros Unidos ordena el secuestro y la matanza y los policías trabajaban para ellos. El GIEI lo ignora porque no le gusta la tesis, lo que ellos vinieron a comprobar era un supuesto acto de contrainsurgencia que resultó que no coincidía con la realidad. Pero, entonces, decidieron enviar al diablo la realidad». Mientras que Salvador Camarena piensa que a partir del informe podemos afirmar que «la maquinaria de la PGR no sirve ni para mentir». En tanto Carlos Loret de Mola considera que el informe está redactado de tal modo que garantiza su uso político tanto por parte de los opositores al gobierno, como por parte de sus seguros defensores. Considerando las consecuencias de los señalamientos del informe, Héctor Aguilar Camín señala: «en seguimiento de su lógica y de sus pruebas, el GIEI y la Comisión Interamericana de Derechos Humanos deberían plantear para México la consecuencia judicial que se sigue de sus conclusiones». Y Raymundo Riva Palacio concluye: «Nunca como ahora el Caso Ayotzinapa estuvo en mayor riesgo de caerse».

Por otra parte, ya son cinco casos de desaparición forzada en Veracruz. 1.En el caso de los desaparecidos de Tierra Blanca (José Benítez de la O, Mario Arturo Orozco Sánchez, Alejandro González Díaz y Susana Tapia Garibo, desaparecidos por policías municipales en Tierra Blanca el pasado 11 de enero), el subsecretario de Derechos Humanos de la Segob, Roberto Campa, se reunió ayer con los familiares de los desaparecidos para presentar avances de la investigación. «No vamos a estar en paz porque ya estamos muertos en vida, pero al menos vamos a tener algo de nuestros hijos», afirmó en entrevista radiofónica Dionisia Sánchez, madre de Mario Arturo. «Lamentablemente ni una pizca de esperanza tenemos de que nuestros hijos estén vivos», añadió José Benítez. Queden consignadas las tristísimas declaraciones en el catálogo de nuestras miserias. 2. Claudia Ivonne Vera García del colectivo «¿Y quién habla por mí?» fue desaparecida por policías estatales en el municipio de Veracruz el pasado 23 de marzo. No hay novedades en la investigación. 3. En el caso de los desaparecidos de Papantla (Uriel Pérez Cruz y Alberto Morales Santiago, desaparecidos por policías municipales en Papantla el pasado 19 de marzo), Roberto Campa aseguró que no se ha dado carpetazo al caso y que los funcionarios buscarán a los familiares. Por su parte, en entrevista para Milenio, Ninfa Cruz -madre de Uriel- afirmó: «Todavía no tenemos respuesta. Nos dicen que los policías están encerrados y se reservan el derecho a declarar». Cuestionada sobre estas semanas en que ha buscado a su hijo, añadió: «Es una muerte lenta. Cuando te levantas a las 5 y dices es un sueño, no está pasando, pero cinco minutos después dices no es un sueño, ya no lo voy a volver a ver». 4. Jesús Alan Ticante fue desaparecido por policías municipales en Papantla el pasado 19 de marzo. Roberto Campa, subsecretario de Derechos Humanos de la Segob, aseguró que buscará a los familiares. 5. Diego Arnulfo Bazán Vargas fue desaparecido por policías estatales en Veracruz el pasado 7 de abril. No hay novedades sobre el caso.

A tres semanas de operaciones de la Brigada Nacional de Búsqueda de desaparecidos se reporta el hallazgo de más de 500 fragmentos óseos calcinados en Veracruz.

Los desaparecidos no deben ser olvidados.

Escenas del terruño. 1. Interesante la diferencia que publicó El Universal en torno al «debido proceso». Por un lado, la opinión del ministro José Ramón Cossío; por el otro, la opinión de Isabel Miranda de Wallace. 2. Alberto Patiño advierte sobre cambios en la legislación sobre el aborto. Desde el 24 de marzo el personal médico de las instituciones públicas está obligado a practicar el aborto a mujeres que lo soliciten y afirmen haber sido violadas. La medida se basa en el principio de buena fe, por lo que el personal médico no necesita verificar el dicho. 3. Interesante la opinión de Alejandro Téllez sobre los bloqueos legislativos a la ley 3de3: «El movimiento #YoSoy132 representó la ruptura de mi generación con un medio de comunicación masiva como es Televisa. Las protestas por los 43 estudiantes desaparecidos de Ayotzinapa representó la ruptura de mi generación con las verdades históricas del Poder Ejecutivo. El bloqueo en la Cámara de Senadores a la iniciativa ciudadana Ley 3 de 3 representa la ruptura de mi generación con la esperanza de representatividad en el Congreso de la Unión».  4. Juan Villoro reflexiona: «Sería grave que Trump gobernara Estados Unidos. Más grave es que nos gobierna Peña Nieto». 5. Y Carlos Puig resume con precisión una semana nefasta.

Recomendación. A partir de mañana circula el número de mayo de la revista Letras Libres. En el ensayo de portada, Enrique Krauze reflexiona sobre el desaliento de México y pregunta «¿a qué se debe nuestra desilusión democrática?». Responde: «violencia, corrupción e impunidad». Imprescindible leerlo, aunque nos agríe el ánimo que EPN se empeña en mantener idiotamente alto.

Coletilla. Fernando García Ramírez ha escrito una buena reseña del excelente nuevo libro de Gabriel Zaid. Hay que leerla.

Amor feliz

Amor feliz

Eros tiene una conexión obvia con el deseo. Es en esa conexión, creo, en donde la trampa romántica asienta todo su poder. También es en esa conexión, y lo creo todavía más, en donde uno tiene que comenzar a ver la diferencia entre la caridad, el deseo, el sexo y el amor, en sus distintas manifestaciones. Confío en no mentir si digo que uno puede indagar esas diferencias y relaciones en su propia experiencia del deseo. He aquí la encrucijada que intento mostrar: si la versión romántica del amor es cierta, aunque sea ligeramente cierta, siempre estamos en efusividad por lo bello. Siempre habrá hipocresía en los que saben apreciar un bello rostro y dicen no sentir nada por ello. El romanticismo es el hermoseo de la lujuria. La naturalidad de la pasión amorosa, que no el deseo carnal (pues no hay carne para quien habla de pasiones), por más destructiva que pueda llegar a ser, según esto, es la latencia obvia de Eros en la sangre, y su freno, que no su conducción, no es posible.

Cualquiera que haya experimentado el amor sabrá, si es que no me engaño, que el amor jamás se presenta como un hecho inexplicable, que el deseo puede ser intenso, quizás irreflexivo, pero nunca animal, por más común que sea; y la palabra “natural” es un peligro cuando uno quiere explicarse en cuestiones de amor. No quiero decir que la razón moderna tenga poder sobre él, digo que caemos en trampa común cuando hacemos a la razón enemigo, opositor normal del amor. Un enamorado puede dejar de lado las conveniencias de lo útil, no escatimar para mostrarse fidedigno, ver lo que otros no ven en lo que a nadie interesa, incluso caer en infidelidad, arrastrado por la carne. Un enamorado parece un loco. Sólo que no lo es.

El deseo carnal puede existir sin estar totalmente enamorado. Pero no estoy seguro de que pudiese existir sin que Eros se manifieste en él. Por eso uno puede interpretar el Cantar de los Cantares como espera para la entrega carnal. El amor en la caridad no es una traición de lo natural, y tampoco un grado al que se accede acrecentando el deseo terreno. El deseo carnal no tiene razón para ser hermoseado porque, aunque sea materia de pecado, no es terrible. La tentación, aun en la caridad, tiene cabido por el hecho de que ella no nos libra de lo perentorio que somos. Que sea natural no es justificación para ello, sólo estamos aceptando lo más superficial de él. La castidad tiene que provenir de la caridad, o de lo contrario sólo sería continencia. La continencia misma no es una lucha contra el cuerpo: es la evidente participación del conocimiento del pecado. La palabra de la debilidad lo ejemplifica mejor. Uno no se siente débil ante un enemigo en la oscuridad. Se habla de debilidad en tanto uno sabe que no tiene lo suficiente, en tanto que se ve enredado ya en la presencia del deseo, tentado, rozado con la caricia de un poder que se reconoce.

Cuando decimos que el cristianismo repudia e ignora la naturalidad de lo humano, estamos siendo injustos con la palabra humano. Lo único que estamos haciendo es malentender el amor. Si un cristiano evita el deseo carnal, no es porque desprecie su cuerpo: la caridad evita que la tentación sea cosa común también. Lo más alto es el amor a Dios. Y el amor al prójimo trata de evadir el que uno sea la causa del pecado de otro. El deseo carnal es pecado en tanto que uno está llamado a desear mejor. La fe sabe muy bien de la conexión entre Eros y la carne y no la niega ni la repudia: sería una falta al perdón. Uno puede vivir cómodamente en el placer de la carne, sin haberse enterado de su pecado; se dice que la fe es creer en lo invisible. El verdadero amor feliz perdona todo. Decir que uno ama por ser humano no es lo mismo que decir que en el amor no cabe pudor. Estamos engañados por creer que en el cuerpo hayamos el significado del encuentro amoroso.

Tacitus

Mal amante

Mal amante

¿Y si nos perdemos en el apático vacío?

Sí, así, abrazados al olvido.

¡No nosotros, obviamente¡ Que no ha caído

en nuestra mente pensar aquél vicio.

 

Nuestras almas corren libres del ocio

y soliloquios tan dañinos. Oído

lo tienes: somos los más libres de todo lo acaecido.

Pero olvida todo esto, que ningún resquicio

 

se nos está permitido poseer

si es que nada, humildemente, queremos

ser. Volvamos a los besos, mujer

 

que ya ni el deseo amontonamos.

¡Pero veo que comienzas a desaparecer!

¡Ay!, se me olvidaba que solos nos encontramos.

 

Javel

 Para ir gastando

El deseo por la justicia es lo que posibilita la aplicación de las leyes y el cumplimiento de ellas. Lo que el GIEI nos mostró al respecto del poder judicial no es novedoso para nosotros, es una obviedad que lastima. El daño no es sólo por la herida que siempre causa la injusticia, el olvido voluntario de la justicia, sino por el mensaje que se reafirma a los posibles delincuentes: Poder, significa impunidad; impunidad no es ya vivir al margen de la ley ni por encima de ella, sino vivir sin ley. Pero así nos deshumanizamos más, así llega el impune desorden, aquel que es necesario para el nuevo hombre, este que va forjando su destino sin saber si lo que hace es verdaderamente bueno, es decir, sin saber si llegará a ese destino tan soñado.

La injusticia nos deja ciegos de lo mejor que podríamos hacer, por esto es importante que no olvidemos a los desaparecidos, para no quedar ciegos de justicia.

Esperanza…

El silencio de sus tumbas es ruido en mis recuerdos; las paladas con la tierra, me dejan ver el material del que estamos hechos. Ambas se han ido pronto, la madre primero; la hija siguendo los piadosos pasos de quienes sus padres fueron.

El llanto me ciega, los dolorosos golpes de la despedida ensordecen a mi alma, cualquiera diría que se impone sobre mí la desesperanza. Me duele su partida, fui nieta y fui sobrina de dos personas que en su sencillez fueron ayudando a dar sentido a mi vida. Que las extraño es muy cierto, pero no me siento vacía, pues cuando oigo los rezos veo el tesoro que sembraron en el alma mía.

Una me enseñó el rosario, con paciencia y con silencio, la otra se ocupó del canto dirigido a quien todo debemos. Así entre el silencio y el llanto cuando rezo y canto a María veo que la esperanza mía se renueva no sólo en el nacimiento, sino en quien todo el tiempo dirigió sus largas vidas.

Dejando sus tumbas camino con pasos lentos, y al elevar el rostro veo con cuidado el cielo… de pronto el dolor cesa y abre paso a la alegría pues Isabel y María ya están con quien nos ha concedido la vida.

 

Maigo.

Entrevistando a una igualitaria

El pasado domingo 24 de abril hubo una marcha que, para algunos, resulta sumamente importante, mientras que, para otros, una exageración violeta. Buscando información que me permitiera entender qué había llevado a las mujeres a manifestarse, me encontré con un texto cuya autora, según entendí, intenta explicar por qué mujeres y hombres somos iguales. En un país donde la trata de blancas destruye miles de vidas, donde las personas son tratadas como mercancía, me pareció pertinente saber qué pensaba la mujer del texto no sólo de la marcha, sino de cómo viven las mujeres cotidianamente. Así que la contacté y entablamos una conversación, digamos que una entrevista, que me permitió publicar en su totalidad; lamentablemente sus diversas ocupaciones impidieron que la entrevista fuera larga, así como que pudiera ser presencial. La señorita me pidió que no dijera su nombre (no me explicó por qué), ni mucho menos pusiera alguna imagen suya, pues no buscaba la aceptación o el rechazo debido a su apariencia; también me dijo que la llamara igualitaria, pues no buscaba atacar o confrontar a los hombres, sino dialogar con ellos. Les dejo a ustedes la entrevista:

Yaddir: Quisiera empezar preguntándote tu opinión general sobre la marcha de ayer (domingo), llamada Ni Una Menos.

Igualitaria: Bueno, el motivo es sencillo, estamos hartas de la desigualdad con la que somos tratadas todos los días, en todos lados. Queremos hacer manifiesto que no estamos conformes con los abusos machistas. Muchas lo hicimos evidente.

Y: ¿Encuentras en el machismo la génesis de todas las injusticias hechas hacia las mujeres?

I: Por supuesto. Es muy claro que el machismo “normaliza” los abusos hacia nosotras.

Y: ¿Cómo entiendes el machismo?

I: La falsa superioridad que el hombre se adjudica sobre la mujer.

Y: Quizá te parezca absurda mi pregunta, pero: ¿en qué radica la igualdad entre el hombre y la mujer?

I: En mi opinión, ambos podemos hacer las mismas cosas. O sea, podemos cocinar, cuidar a los niños, diseñar casas, conducir taxis, ser médicos, dar clases, etc., etc. No hay nada que el hombre pueda hacer y nosotras no.

Y: ¿No crees que haya alguna actividad, una sola, distintiva de uno u otro género?

I: Para nada. Bueno, un hijo se tiene entre dos. Y es falso que nosotras cuidemos mejor de los hijos. He conocido malos padres y buenos padres, y buenas madres y malas.

Y: Pasando a otro asunto: ¿cómo vive una mujer un día normal?

I: Es todo una aventura. Los hombres te miran como si te quisieran comer, te gritan de cosas en la calle, te hacen ruido con los claxons, y no con poca frecuencia, sientes un cuerpo asqueroso pegado a ti, una mano o ¡todo! Es horrible. Lo menos que sientes son las miradas (tú como hombre no me comprendes, pero las mujeres sentimos las miradas, más cuando son miradas asquerosas). Y esto nos pasa en todos lados, en la casa, en la escuela, en el trabajo, en la calle, más en la calle. Los hombres no saben respetar, hay que enseñarlos.

Y: Quizás esta pregunta te suene simple, pero: ¿por qué es ofensivo un piropo?

I: Porque te hacen sentir un objeto cuando te lo gritan, porque te hacen ver como un aparato calienta hombres. Además, son muy pelados.

Y: Decías que se debe educar a los hombres a respetar a las mujeres. ¿Cómo crees que sería una buena manera de hacerlo?

I: Hay muchas. Todo empieza en casa, desde ahí se les debe decir a los niños que deben respetar a sus compañeras. En la adolescencia, las mamás, tías, hermanas, abuelitas, les deben decir que es de patanes tratar mal a una mujer. Lo más importante es desengañarlos de lo que ven en la tele, porque principalmente en la tele, la mujer es usada como un objeto sexual.

Y: ¿No crees que quienes se prestan a las bromas televisivas, tengan algo de responsabilidad en cómo es vista la mujer?

I: No. Definitivamente no. Es la cultura machista la que las orilla a buscar esos trabajos.

Y: Entiendo. Por cierto, ¿no te parece que una parte del feminismo, tan sólo un ala, pretenda estimular el odio general hacia los hombres?

I: No creo. Oye, perdón, pero debo irme. Estoy muy ocupada.

Y: Una última pregunta antes de que te vayas: ¿podrías decirme algunas de las cosas que persigue esta nueva ola del feminismo?

I: Como ya te dije, la igualdad. Queremos salir a la calle sin tener miedo, caminar con un vestido y sentir la frescura de la libertad rodeándonos. Los hombres deben de saber que no estamos solas, deben aprender a mantener quietas sus manitas y aguantarse las ganas. En la Ciudad de México ya se nos prometieron cambios en las leyes, más espacio en el transporte, una campaña de concientización. Lucharemos hasta alcanzar la paz de todas las mujeres.

Yaddir

El poeta perdido

Hoy sabemos que Gilford Robins no tiene ningún otro mérito que el de haber aguantado tantos años el silencio de un secreto tan grande. No debemos olvidar que no siempre fue así. Vivió entre ceremonias dedicadas a elogiarle su tacto para las imágenes, su ritmo tan potente, su destreza con la palabra, su sensibilidad para lo actual y, además, su honestidad para hablar duramente y sin escrúpulos de nuestros lujos y excesos. ¿Cómo es que nunca se le quebró la máscara oyendo tanto aplauso y estrechando tantas manos importantes? Es quizá ésa la duda más grande que tengo. Es definitivamente lo que más me asombra. Todos los críticos lo pensaban siempre relevante; tanto, que la palabra «pertinencia» estaba amenazada con desaparecer de desgaste en las revistas de poesía de la época. Especialmente en 1981, cuando publicó su segundo y más famoso libro On The Gulf Betwixt Men, los círculos de literatos enloquecían con la mención de cualquier encabezado ahí incluido, como si por ponerlo hombro a hombro con cualquier titular de los periódicos frescos de la mañana, se revelara una potente revisión de las costumbres o un obstinado escrutinio social. Los políticos más cultos comenzaron a odiarlo de inmediato. Si los incultos no, es nada más porque ni hubieran sabido quién era Gilford Robins. Claro que los inteligentes aplaudieron antes de patalear (el disimulo es esencial herramienta para sobrevivir una vida célebre). Recuerdo por lo menos dos infelices que actuaron al revés. Omito sus nombres porque aun después de tanto sigue siendo mejor visto quien así hace. Pobres, velozmente evidenciaron haberse dado por aludidos al reseñarse el tercer poema, The Earth That Was Foretrodden y, por supuesto, perdieron toda credibilidad en el instante.

Esto ya casi no se dice. El poder del escándalo abatió en unos pocos días más de dos décadas de aclamación ensordecedora. Siendo testigo de este fenómeno me aterra el peso motivador de la decepción. Uno pensaría al contrario, que la decepción desmotiva, descorazona, desalienta o desloquesea; pero no. Creo que si una lección nos dejó el maldito de Robins, es que las expectativas que se expresan en la opinión pública pueden resquebrajarlo todo con la violencia furiosa de la enemistad e incluso del odio, cuando las burla una buena decepción. No sé si miles o decenas de miles se sintieron directamente traicionados; y es que la poesía parece hablar tan de cerca, que muchísima gente se sentía íntima de Gilford. Me avergüenza un poco, pero tengo que admitir que yo estoy incluido entre esa gente. Yo lo recitaba. Yo vivía sus dolores, admiraba sus visiones y compartía su epifanía cada vez que me entregaba a su poesía. Lo poseía como emulando el encuentro con verdades que se sienten muy ciertas por más que son ásperas y me entregaba abandonado ante algo que era más grande que yo. Con las que creí sus palabras, me miraba ascendido. Era una comunicación altiva que enaltecía al que la escuchaba. Aunque otros no lo quieran decir a voz corriente, en ese entonces éramos muchos los que nos sentíamos así. Nos creímos representados. Y nos veíamos a nosotros mismos, por la misma razón, como participantes de una secta. Parecerá ridículo, pero incluso entre hombres de los más ardientes ingenios era como si por tener sus obras completas (que no era tan difícil amasar la colección) uno estuviera elevado encima de la sabiduría de a pie de los demás. ¡Toda esa confianza en que esas letras exponían nuestro interior, podrida en cosa de unos días!

Y qué días. Primero, la noticia de la muerte de Robins contristó a la comunidad entera de los literatos. No es difícil encontrar, si uno se lo propone, revistas y diarios que se publicaron esa mañana con la mala nueva. ¡Qué columnas le dedicaron! Maravillosas con todo, muchas de ellas. Se me grabó especialmente la de Víctor Hugo Droque, en la que exaltado y probablemente entre lágrimas, hablaba de lo pequeños que somos los hombres y terminaba citando y traduciendo al español los versos 48 y 49 de Roads Of Dirt & Roads Of Stones que dicen «con un silbido alegre, ahí mismo, entonando, se van los caminantes cruzando el portal, llevándose cargando los tonos nacientes, que nadie escuchará naciendo nunca más». Después empezó la confusión, cuando corrían los rumores de que la familia de Robins se había embarcado en una lucha legal. Muy poco supe yo de los detalles de este asunto porque poco me interesa; pero toda la batahola era, obviamente, debido al hallazgo de los manuscritos entre sus pertenencias. Pocos podíamos creer (y ni siquiera estábamos dispuestos a considerar en serio) que fueran genuinamente antiguos. Es más, ninguno de nosotros había siquiera oído el nombre del poeta Fronto Acaulo. Cualquiera que decía reconocer su nombre, mentía. Hoy, que hasta los cuadernillos en los que hacía las traducciones del latín se tienen resguardados en el Pitt Rivers Museum, ya no hay ninguna duda. Espero no volver a vivir nunca los arranques dementes de cólera con que los doctos estallaban en esos días. La verdad es que yo más bien sentí un adormecimiento del ánimo. Primero creí que había muerto un iluminado, que se había secado el pozo del que abrevé hasta el fondo por años. Luego supe que estuve bebiendo del engaño a bocanadas. A mí la traición me paralizó.

Supongo que no tengo alma de historiador porque las investigaciones sobre la vida desconocida del poeta latino me tienen sin cuidado. Lo que aparentemente sigue abismando a todos los que se dedican a investigar a Gilford Robins es el misterio del hallazgo: ¿dónde pudo encontrar este inglés, que antes de hacerse famoso a duras penas viajó a Escocia, los rollos que se presumían perdidos de Fronto Acaulo? Quizá nunca sepa nadie dónde ni cómo los encontró. Igual de abismal se me haría a mí preguntar ¿cómo rayos es que no los halló hechos unos calandrajos?, aunque eso nadie lo pregunte. Pero no, ninguna de estas dudas es la que a mí más me asombra. Tal vez no terminaré de entender por qué les parece tan importante algo que no tiene ningún valor. La pregunta que a mí me persigue es ¿cómo es que, ni hablando con esa sonora voz de sabio, se le quebró nunca la máscara?

Quite lo valiente

El vecino de la casa de enfrente está medio loco. Llevo ya poco más de veinte años viviendo aquí, pero solo hasta hace poco comencé a prestarle atención (un tanto en contra de mi voluntad, debo admitir) cuando un buen día de buenas a primeras apareció una cortina color tabique sobre su ventana. Vamos, no es que yo sea un crítico experto en diseño de interiores o que el color no me parezca adecuado para una habitación; es solo que la antigua tela que estaba hecha en su mayoría de un bordado que simulaba ser de puro encaje blanco, no llamaba tanto la atención, (ni despertaba sospechas). Pero ahora que uno se asoma a la calle a través de su ventana desnuda (yo, a diferencia de mi vecino, no tengo nada que ocultar y por eso la ventana de mi habitación no viste nada) resalta un rojo férreo que lastima los ojos y hace pensar a uno en cosas que nunca deben abandonar su interior. No pretendo con este testimonio, convencerlos de mi posición con respecto a las cortinas rojas, de ser tal mi empresa, me ocuparía de dar un trabajo más elaborado donde describa con una mayor precisión el modo tan desagradable en que desentona una mancha roja sobre una fachada de azulejos blancos. Tampoco se me haría justo que piensen que mi vecino está medio loco solo porque si, ya que eso debe tener algún motivo y uno no se vuelve loco de la noche a la mañana y sin darse cuenta. Antes, unos cuantos años atrás vivía en esa casa un señor de edad avanzada que me trataba bien y me juzgaba con la mirada del modo en que todos los ancianos lo hacen con la juventud, con ese desdén que nace de la idea de que todo va para peor. Sin embargo, mientras el señor Alejo pudo hablar, nunca me faltó un buenos días o un buenas noches según fuera su apreciación del día. El buenas tardes casi no lo escuche por motivos laborales. Al señor Alejo lo encontró una de sus hijas tirado a la mitad del patio y con la cabeza abierta por el golpe unos cuantos días antes de que fuera a darle los buenos días todo el tiempo a Nuestro Señor. ¡Ay, papacito, te caíste! Exclamó en un grito que hizo estremecer a los que lo escucharon. Yo estaba ahí enfrente de la entrada de su casa fumándome un cigarro e imaginándome lo que sucedía detrás de la puerta cerrada. Cuando llegó la ambulancia a recoger el hilacho de carne en que se había convertido el señor Alejo, yo ya no estaba presente para que me dieran las buenas noches, ni él ni sus hijas. Seguramente no me las hubieran dado, había cosas más importantes que atender. Como sea, después del deceso no volví a tratar con la familia, que como bien auguraba el viejo, se corrompió de modo tal que perdieron la buena costumbre de regalar los buenos días. Las cortinas de encaje duraron mucho tiempo donde les conté, tantos fueron los días de su labor ahí que no me di cuenta en qué momento se convirtieron en una tela rojiza, bueno, me di cuenta una noche de insomnio, pero no estoy seguro si fue esa misma noche en la que se estrenaron. Desperté por ahí de la una de la mañana y no volví a dormir esa vez. Las causas de mi insomnio no tienen nada que ver con mis vecinos, ni con el foco desnudo que ilumina la noche de color rojo, como del tono que tiene una Cocacola cuando se mira a contra luz en un envase de vidrio. Yo de pequeño pensé que eso se debía porque eran ciertos los rumores de que los empleados de la refresquera perdían ora un dedo, ora un brazo, ora la nariz y así seguían llenando los envases familiares de partes humanas como si Cocacola estuviera hecha pensando en satisfacer las necesidades que todo hombre esconde en la parte más oscura de su alma. En fin, desde aquella noche, cuando tengo la mala suerte de despertar a deshoras, encuentro una luz roja que ilumina no solo la calle, sino también los celestes muros de mi habitación. No sé si las hijas del señor Alejo siguen viviendo ahí, y de hacerlo, no tengo idea de por qué cambiaron las cortinas de color, bueno, también de estilo, porque las que penden ahora de los alambres que hacen las veces de cortinero, ahora son lisas, como una sabana. Tal vez el señor Alejo se equivocaba un poco cuando me juzgaba con la mirada, porque si algo he de tener, eso es educación. Las buena costumbres me impiden ir a tocar la puerta y preguntar por qué tienen iluminada esa habitación toda la maldita noche cada una de las noches del año, de llegar a inquirir tanto, aprovecharía la oportunidad para preguntar también si no les preocupa llamar la atención de todo el vecindario. No es algo que a mí me gustaría, sí, todos los vecinos saben dónde vivo, pero entre más alejados de mis asuntos estén, mejor. A don Alejo que en paz descanse era el único al que saludaba y solo por cortesía. Sí, no es muy cortés andar entrometiéndose en los asuntos ajenos, mucho menos estar tocando la puerta de una casa en la que solo habitan mujeres (de seguir viviendo ahí las hijas del difunto). Ahora que si el inquilino es uno nuevo y por motivos laborales yo no me enteré de su llegada y quien vive ahí es un varón, el trato terminaría siendo aun menos cordial. Mejor es no preguntar. No vaya ser que con mi visita bajo el pretexto de una plática cotidiana, termine el nuevo inquilino corriendo la mala suerte que tiñó las cortinas de rojo aquél día en que le di por última vez los buenos días al señor Alejo.