Herencia

Siempre que hablamos del pasado resulta un embrollo. Enfrentamos la dificultad de hablar acerca de algo que propiamente no está presente aquí. Recordamos, por ejemplo, a nuestros amigos fallecidos que no viven entre nosotros o analizamos los hechos históricos que ya acaecieron. Los sucesos pasados son tan escurridizos que terminamos perplejos en nuestra relación con ellos. Si recordamos a los fallecidos, ¿eso no es una manera de volver a traerlos al ahora? ¿En qué sentido podemos decir que no están aquí? Este embrollo se enmaraña y enreda todavía peor en nuestro lenguaje; quién no se la pasaba mareándose con la precisión y variación en los tiempos verbales.

Brevemente podemos reflexionar y apuntar que nuestro pasado podemos verlo a través de la historia. Comúnmente encontramos hombres que deciden relatarnos su vida a través de una historia, los célebres tienen publicados estos relatos como biografías y otros deciden revelarlos en confianza. La narración de ellos se va tejiendo entre episodios uno detrás de otro. De modo análogo también se ha entendido al paso del hombre sobre la Tierra. La denominada historia universal resulta un estudio de los episodios que ha vivido la humanidad en distintos países. Entre guerras, auges y caídas de civilizaciones, se nos cuenta el tránsito humano hasta nuestros días. En ocasiones se asume que los descubrimientos y errores cometidos nos hacen arribar a un mejor sitio. De ahí que, por ejemplo, varios se congratulen de haber superado épocas de oscurantismo o haber fabricado la brújula que pudo revelarnos los secretos del Atlántico. Bajo esta actitud alcanzamos a notar una relación interesante con los antepasados. Por un lado no podemos prescindir de ellos; asumir a la Edad Media como una caída humana resulta necesario para poder justificar el resurgimiento. Sin embargo, pese al vínculo guardado, también existe un rechazo y superación.

Frente a esta relación de superaciones y mudanzas, encontramos a los hombres que resguardan sus tradiciones. Para ellos el pasado no  ha permanecido en el olvido, viven conforme a él. Sus antepasados resultan ejemplares y no tienen motivo para rechazarlo, incluso algunos se asumen como herederos. Comprensión gastada de ello la tenemos en México donde algunas personas exaltan a los tlatoanis y guerrero águilas. Incorporándose a un linaje —quizá inexistente— quieren volver a vestirse en piedras preciosas y oro. A pesar de que aparentemente sea una confrontación, están más emparentados de lo que creen. Quienes creen en la superación de la historia, ven la mejoría en la corrección de errores pasados. Su perfección está basada en el curso de la historia. El heredero es lo mismo pero a la inversa: su corrección del presente hace apreciar la perfección en el pasado.

En una lectura superficial, alguien como Aristóteles es considerado como un tradicionalista ya explicado. Al comenzar sus obras retoma ideas de otros hombres y decide reflexionar a partir de ellas. Así puede pasar como un heredero que no se sabe solo en el mundo antiguo. Dicha concepción cambia cuando atendemos que generalmente critica deficiencias y rechaza algunas ideas de poetas o naturalistas. De ahí que muchos gusten destacar su ideal «científico» o «crítico y objetivo». Curiosamente lo que mayor destacan, mayor descuidan. El estagirita no lleva este rechazo sólo por superación, de haber sido así no hubiera tenido caso prestar mucha atención a las ideas antiguas. Justamente las atiende lo suficiente para pensarlas, digerirlas y rebatirlas.Si resultan falsas no es por ser antiguas o la intención de imponer la ideología aristotélica. El repaso de la tradición, entonces, se hace para acercarnos a la verdad.

Gracias al filósofo que no vive hoy, vemos que sería imprudente demeritar la tradición. Su importancia no viene sólo porque seamos producto de ella, en realidad tiene algo qué decir. Si rechazar al naturalista falaz le permite hablar mejor de la naturaleza, en ese sentido lo ha mejorado. Y esta perfección no ha sido juzgada por el curso de la historia. Quien emprenda realizar una historia de las ideas debe saber lo inútil y engañoso en dicha tarea.

Bocadillos de la plaza pública. Pretende aliviarnos la declaración emitida por Osorio Chong acerca de lo confiable y seguro que estuvo Guerrero en estos días de asueto. Hace días en este blog se retomaron las palabras del secretario diciendo que el aumento en ejecuciones sólo se dio entre miembros del crimen organizado. Seguramente está en lo cierto. Seguramente, en sitios como Acapulco, los restaurantes que vienen y van por supuestas amenazas, deben tener nexos sucios. En general todos los negocios amenazados deben tener historial negro. Seguramente los mercados locales también pertenecen a esa red de inmundicia. Seguramente todos los que acuden a compartir la mesa o disfrutar del puerto, están involucrados. Seguramente los niños asesinados ya traficaban la droga. Sin duda alguna los periódicos locales y relatos callejeros son pura mentira. Haciendo honor a su columna, Carlos Puig agrega un duda razonable a aquella declaración.

II. Y frente a la violencia desatada en la región guerrerense, el gobernador exhorta a un convenio de silencio. Si no se logra la paz, al menos podemos fingirla: ya se extrañaba al PRI.

III. Dando un vuelco interesante aquí, Elisa Alanís denunció hace días el acoso de una de sus compañeras. Tal hecho indignó a más de uno: «inmoral» que Eruviel se vuelva candidato. Un problema lastimoso pero muy silencioso para el gobierno mexiquense, así pretenden promover alternativas para estos días sucios.

Y, por último, ahí va una anécdota…

El endurecimiento del Hoy No Circula fue duro para varios. Indignados reclamaron la severidad de la medida y reprocharon lo insensato de ella. A pesar de ello, la luminosidad juvenil salió como siempre al rescate. Por Feisbuc, el ágora o agonía de los chavos, una veinteañera —borreguita regiomontana— reprendió a todos sus coétaneos por no hincarse ante la tempestad. Su admiración por Lennon no impidió reprocharnos nuestra preocupación por habernos «quitado el carro para la peda» (pinche albañil o conserje bestial que va a perderse con sus amigos). Arguyendo que a la ciudad le urgía un detox, nos sugirió que, frente a las necesidades laborales y lo triste del transporte público, siempre había alternativas como compartir el coche con el vecino. Quizá aprender ejemplarmente de su colonia donde todos los vecinos trabajan en el mismo lugar y se toman de las manos cada Navidad. Tuvo algunas observaciones y críticas, pero ella sólo respondió a quien le dejaba un amor y paz o le decía «tienes razón, deberíamos aprovechar esto para empezar a hacer consciencia». Debió haber pensado que era un sinsentido darle importancia a los haters e insensibles. Su optimismo con las medidas verdes recuerda a Tanya Müller. Durante una entrevista radiofónica confiaba en la necesidad y éxito de las innovaciones ecológicas. A pesar de no saber un carajo dónde regular los vehículos federales (entre ellos camiones de carga donde un día fuera hace peligrar su encargo), confiaba que se acoplarían al programa. No debíamos quejarnos tanto, decía, en lugares europeos como París las medidas eran más radicales. Seguramente todos los mexicanos seremos felices cuando vivamos en Amsterdam. Sin darse cuenta o a veces intentarlo, estas mentalidades verdes detestan a sus ciudadanos. ¿O será que no creen que haya ciudades? Diría Lennon que no sería difícil imaginarlo. ¡Ah! Y en cuanto a la borreguita, un par de días después, hizo un roadtrip con una amiga a Plaza Naútica Juriquilla. Sí, ese lugar queretano que debe mucho a la presa con el mismo nombre (¡si vieran cómo ellas se deleitaban y fotografiaban esa vista!). Qué bueno que no me enteré si su amiga casquivana —o feliz y libremente bisexual dirían algunos— quiso divertirse, de haberlo hecho hubiera tenido que contar esa anécdota más… Esto ya se hizo muy largo, ¡hasta la próxima!

Señor Carmesí

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