El malvado es una criatura carente de libertad. Cuando pretende hablar de sus acciones lo hace como si estas emanaran de los actos de los demás. Así Adán culpó a Eva de comer del fruto prohibido, y ésta culpó a la sierpe por ceder ante la tentación.
Sólo la conciencia respecto al mal que hemos hecho nos abre la puerta a la responsabilidad y al arrepentimiento. El malvado precisa perdón porque no sabe lo que hace al negar sus actos; el arrepentido se ve responsable de lo que hace y busca a Dios rogando un perdón inmerecido.
Como criatura extraviada muchas veces a la negación de la libertad me he entregado, hago el mal sin pretenderlo, y a veces lo justifico cobijada en otros actos, actos ajenos aunque cercanos. Pero, como pecadora arrepentida del daño hecho me percato y lo primero que veo es la negación a la libertad que Cristo me ha dado.
Doliente, ante la imagen dolorosa de mi creador entregado al suplicio, pido perdón y recibo lo que yo no he merecido, pues en su mirada amorosa no hay juicio o condena alguna; hay amor y misericordia; hay comprensión y ternura; y hay una libertad gloriosa que a la maldad inoportuna, toda vez que alumbra lo que ésta pretende dejar en la penumbra.
Maigo