Burbujas

A doña Mariquita le duelen los huesos cuando hace frío, el médico dice que por viejita, pero el médico da muchas explicaciones sin sentido: una vez dijo que era porque la osteoporosis avanzaba, otra que porque le hacía falta calcio, y en una tercera que estaba forzando de más a su cuerpo al salir a caminar junto al mar, que a sus noventa y seis años convendría más tener una asistente que le empuje la silla de ruedas y le limpie el pañal. Doña Mariquita sabe la verdad, sus huesos se están haciendo espuma, ha sido un proceso largo que le ha tomado más de media vida descubrir, y otro cuarto de ella en aprender a remediarlo. Pero sabe que mientras pueda seguir rezando, su alma se mantendrá libre de toda condenación. Confía en que sus santos la mantendrán alejada del mar.

Doña Mariquita tiene dos altares, uno para la Muerte y otro para sus santos, los construyó con la misma madera de la que está hecha su choza sobre la playa, que aunque parece muy austera, resultó ser muy espaciosa por dentro. Cuando se fue a vivir a la playa, encontró muchos maderos de embarcaciones que el mar no digirió bien, los tomó uno a uno con premura sabiendo que tenía que construir un hogar para el varoncito que daría a luz en unos meses, y que llegaría el tiempo en que su estado no le permitiría cargar maderos ni acomodar su lecho. Sabía, también, que el padre de su hijo podría volver, así que era de suma urgencia construir un refugio donde las lacerantes miradas del pueblo no la juzgaran por el crimen que le habían cometido. A doña Mariquita le gusta pensar que puede sobornar a la Muerte, o de algún modo ahuyentarla, sabe, sin embargo, que la puede visitar de un momento a otro sin previo aviso, y que sería una pena que la encontrara sin algo que ofrecerle. Lleva más de treinta años esperando la fúnebre visita de La Patrona, como le gusta llamarla en sus adentros. Doña Mariquita no quiere que la encuentren sin nada que ofrecer, es por eso que le cocinó un festín de pescados de todos colores y figuras, y que siguen esperando desde entonces sobre la mesa a su invitada sin parpadear. Doña Mariquita se sienta todas las tardes frente a su casa y se queda quietecita contemplando el mar. Se pregunta a veces si el ruido que hace de vez en cuando son las voces de los difuntos. A Doña Mariquita le da miedo unirse al mar, en general siempre le tuvo miedo al matrimonio, es por eso que no se casó. El tiempo más largo que llevó en una relación fue con su hijo, que no le duró más de tres meses porque lo reclamó como suyo La Patrona. Doña Mariquita cree que por eso llegó a la edad que tiene sin tanto esfuerzo, bueno, no más esfuerzo que el que tiene que hacer cualquiera para sobrevivir. Ella está agradecida con la vida, y dice que seguirá viviendo como si tuviera veinte años, saliendo a caminar, a sentarse a ver al atardecer y se cambiará por sí misma los pañales todos los días hasta que el mar termine de convertir sus huesos en espuma.

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