Decimos y repetimos que la lectura amplía nuestro criterio. Alabamos a los libros porque permiten infundirnos conocimientos y tener un juicio agudo de nuestra realidad. En esa ambigüedad vivimos y nuestras lecturas cobran vida a partir de ello. Incesantemente nos recomiendan acercarnos a las páginas para reconocer aquello distinto, es decir, enriquecernos mientras tenemos apertura a lo diverso. Por ejemplo, rápidamente uno piensa que la intolerancia del citadino viene de su ignorancia. Su rechazo podría explicarse a partir de no tener conocimiento acerca de los indígenas. Incluso el mismo miedo tendría ese origen, como reza el dicho: Temen lo que desconocen.
Bajo esta actitud sencilla se esconde una idea muy profunda y difundida. El mundo no es propiamente lo que vemos o sentimos, sino lo que nuestro lenguaje permite. Según esto, a través de las palabras viviríamos y nuestra realidad se conformaría por ellas. Entre mayores tengamos, tenemos una realidad más diversa y amplia. Quien ha leído a García Márquez puede verse rodeado por mariposas amarillas y terminar adoptando un folclor mágico y popular. Quien ha leído libros acerca de historia de México, quizá no sienta zozobra ante los problemas nacionales sempiternos. O quien devore libros de ornitología podrá reconocer con sagacidad a las aves y no confundirlas con cualquier especie entre ellas.
Si las lecturas amplían nuestro criterio, quiere decir que pueden definirnos y hasta diferenciarnos. Prueba de ello la tenemos en lo que podemos entender por la persona culta o erudita. Ésta guarda mayor respeto gracias a su criterio nutrido por la saciedad de libros que tiene. No resulta inverosímil, entonces, creer más en su inteligencia que en alguien iletrado. Como consecuencia indeseable (o tal vez sí), empiezan a aparecer disimilitudes entre los lectores. La comunidad de los libros va trastocándose en una aristocracia. El cambio puede acelerarse tanto hasta alcanzar la degeneración, la cual revelaría el problema implícito en los hombres con criterio amplio.
Formarse a partir de los libros, enriquecer nuestro mundo mediante ellos, cancela la posibilidad de compartir la lectura. Mientras unos se robustecen, otros se pierden en la flaqueza. No sólo es disgusto o rechazo, sino que las bases no resultan las mismas para poder haber un reconocimiento en común. Imaginemos que el especialista en letras francesas, Christopher, sostiene un debate con el especialista en letras inglesas, Jorge. Frente a una audiencia impaciente en escucharlos, arranca la discusión en torno a la venganza enseñada por la literatura. Christopher y Jorge se limitarán a enumerar un sinfín de obras y recordar varios pasajes donde corra sangre y violencia por una ofensa. Ninguno se atreverá a discutir el otro terreno, ya que asumen su incapacidad de hablar de lo que no dominan. Quizá ni se preocupen en comprender las referencias de su ponente. Así la lectura sólo enriquece a Christopher y Jorge, incluso a cada asistente, pero nunca en conjunto. Es decir, se lleva a cabo una conversación de sordomudos. Cualquier intento por círculo de lectura terminaría en un polígono.
Entre vistazos viene asomándose la poesía como íntima y personal. Si los libros van conformando la realidad, los poetas genios serían aquéllos afanosos en esculpir sus mundos propios. Algunos se nutren de sus lecturas, corrientes en su época, otros irrumpen en ellas. Sin embargo, al fin y al cabo, el lector de poesía parecería un intruso cuando abre un libro de poesía. Leemos a José Emilio Pacheco contemplando un atardecer, a Pellicer suspirando amorosamente cuando voltea a la noche estrellada, a Dostoyevski consternado por la influencia de los intelectuales en su época. Alcanzamos a figurarlo y nos enriquecemos, cada poema u obra lo alojamos en nuestra biblioteca personal. Los brillos de genialidad resplandecerán cuando hablemos o escribamos, como parte de nuestra formación. La poesía no se enaltecería, sino lo haría al sujeto en cuestión. Tendría éxito mientras ensancha un mundo y aparenta al lector como educado. En medio de nuestra riqueza viviríamos la miseria de la soledad.
Moscas. Las elecciones intermedias están a la vuelta de la esquina. Entre las mayores promesas está el crecimiento descentralizado de Morena. A pesar de que eso allane el camino para 2018, apunta Paez Varela, ¿será necesario para que AMLO apueste todo en su candidatura presidencial? Hablando de elecciones, el presente mandato de Tamaulipas empezó con el pie izquierdo, ¿el actual podrá empezar con el pie derecho? Lo sucedido desde la primera semana electoral hace sospechar lo contrario.
II. En su momento se hablaba de una figura peñanietista para 2018, y no porque el presidente mexicano lo apadrinara, sino que parecía seguir su modus operandi. Ni las revistas Cambio y ¡Hola! ayudaron a remediar la inexperiencia e imprudencia en los embrollos chiapanecos. Loret de Mola denuncia al respecto.
Y la última… En días recientes los Arieles, saliendo de las sombras, estuvieron en la luz pública. Y no, no fue por los ganadores, sino por el supuesto acto de censura al discurso del cineasta Paul Leduc. Frente a los esnobismos y derbecismos, valientemente interrogó y apuntó hacia un problema: ¿a quién le importa el cine nacional?.