La ambición de Sancho
En cierto pasaje del Quijote, Sancho cree que el bálsamo de Fierabrás sería un espléndido negocio, pues su amo le explica las infinitas bondades de éste, consabidas por los valientes caballeros andantes. Es el mismo que anda repleto de alforjas, que se entristece por que el vino se acaba, como todo manjar, y que duerme con la panza repleta de comida, mientras su amo se alimenta con los recuerdos de su Dulcinea. Sancho, que no sabe leer ni escribir siquiera, sueña con una ínsula, humo prometido con olor a rosas, sin tener idea de lo que significa gobernar una.
Lo curioso es que él fue escogido. Nunca sabemos exactamente la razón. Jamás se nos dice que Quijote vea un escudero medieval muy formidable en él, como sí ve caballeros en los rufianes con que se topa. ¿Qué lo hace el escudero ideal para un hombre como Don Quijote? No sólo nos puede ganar el romanticismo que hace del saber una maldición, y de la ignorancia el don de los hombres simples. La simpleza de Sancho, la credulidad que mana de esa lisonjera ambición por un pedazo de tierra propio, lo hacen quizás indigno para digerir el bálsamo del “Feo Blas”, pero eso nos deja en ascuas sobre su lealtad.
¿Habrá posibilidad de que esa pequeña ambición, que parece apocada en relación con el honor del que habla su amo, sea noble no sólo por ser propia de ignorantes? La ignorancia de Sancho no es una maldición. Si el escudero más famoso de la historia habla de negocio en donde su amo ve medicina para su ánimo, es porque el negocio es aquello por lo que Sancho puede disfrutar de su preciado vino. Si las ambiciones dulces del hombre que acompaña al caballero de la Mancha son tan bajas, ¿cómo pueden perdurar tanto al lado de éste? Una ínsula arrastra a Sancho más lejos de lo que nadie imaginaría.
Quijote duerme apenas, alimentándose de visiones, manteniendo a flote su enjuta pero larga figura, engañosa para la fortaleza que se esconde en él, mostrada en el furibundo golpe con que se deshace del Vizcaíno que lo ofendió; Sancho come todo lo que puede, escuchando sus tripas, jamás a ese sueño metafísico que es el amor. El mundo de villanos que rodea a Quijote muestra que, aunque hay quienes desean cosas semejantes a Sancho, nadie posee esa “ingenuidad” que le hace escuchar promesas inútiles. Para las aventuras estorba el escuchar la panza; pero los deseos más comunes tienen incluso capacidad de ser elevados. Precisamente, es la panza lo que no le hace digno de ese bálsamo precioso. Pero es también la panza lo que lo hizo dejar hijos y esposa. No es claro que sea la panza lo que lo haya mantenido tan cerca de su amo sutil.
Tacitus