Comprando almas

¿Cualquier cosa puede ser comprada con dinero? Es una pregunta casi inútil, con respuesta fácil, como cualquier pregunta. Pero una rápida y popular respuesta no satisface el cuestionamiento meditado; es más: tal contestación aleja totalmente de la pregunta. La respuesta es tan obvia, que casi me dan ganas de no decirla, por ser una verdad universalmente aceptada. Sin embargo, anteriormente he defendido que debemos entendernos bien, así que respondo: sí, cualquier cosa puede ser comprada. El problema deviene cuando damos por pensar que cualquier trabajo humano es una cosa, que actividades como la docencia o el ejercer la justicia son cosas cuantificables con facilidad. Pasando a otros ejemplos menos complejos: ¿la prostitución es una actividad con cantidades determinadas con precisión?, ¿cómo se cuantifica lo que vale la intimidad de una persona? Quizá pueda responderse con muchísima facilidad (mucha más de la que fue necesaria para contestar la primera pregunta): dependiendo de la demanda. Aceptando la respuesta anterior se acepta que una persona es un producto, una mercancía, con una calidad medida principalmente por los parámetros de la satisfacción del cliente. No quiero decir que todo trabajo sea injusto, ni que todo trabajo nos cosifique, tan sólo pretendo enfatizar lo complejo de ponerle precio a una actividad donde la persona ofrece su intimidad.

Si pensamos en que el oficio más viejo del mundo se hace de acuerdo a la voluntad de la persona oficiante, nos adentramos en más problemas y estamos aceptando que el dinero convence de todo. Con respecto a lo primero, ya no vemos un problema, más bien se trata de una condición y el motivo por el cual se tomó el oficio (la rápida remuneración económica) es sólo un pretexto para ocultar dicha condición. Pero se olvida escarbar para entender de dónde surge tal condición; nos quedamos en medio de la incertidumbre. Con respecto a lo segundo, ¿el dinero convence de todo y del todo? Es decir, ¿quien paga está apropiándose del asentimiento, sin resquicios de remordimientos, de la persona remunerada?

Del lado de la persona que considera que con su dinero puede comprar voluntades empaquetadas, su poder no radica en la cantidad de sus cuentas bancarias, parecería ser que se encuentra en saber usar una verdad universalmente aceptada: el dinero compra a las personas. Sin embargo, ¿podrá pagar el precio de comprar voluntades volátiles en un mercado donde se convence con unas cuantas monedas?

Yaddir