No hay mayor bien para los hombres que la gracia de Dios, quien está fuera de esa gracia está negado a la salvación. Pero la negación de ese supremo bien no procede del Dios vivo, sino del hombre que se niega a recibirlo.
Cuando María es saludada por el ángel que le anuncia la venida del Salvador su sorpresa se encuentra en la gracia que recibe, al grado de no comprender a qué se debe semejante saludo (Lc, 1, 28), la apertura a la comprensión surge una vez que se le anuncia que será madre, de haber surgido antes, la historia de la salvación sería muy diferente.
Si el origen de semejante saludo fueran las cualidades o méritos propios, la obtención de la Gracia Divina dependería completamente del hombre, y al ser de esta manera la libertad del salvado se perdería, pues éste en todo momento se vería sujeto al temor de perder aquello que lo muestra digno del favor de Dios. Así pues la gracia de Dios es gratuita en tanto que no depende del modo de ser del hombre.
Sin embargo, hay que ser cuidadosos con la comprensión de esa gratuidad, porque si bien Dios no está obligado a salvar al hombre haciendose uno de nosotros, y de todos modos lo hace; eso no implica que una vez recibido el mensaje de la salvación sea posible salvarse sin seguir la senda de la Gracia, que no es otra que la senda de Cristo.
Al aceptar la voluntad de Dios, por incomprensible que esta fuera, María acepta el favor de la salvación y encuentra gracia al ser agradecida ante tan mistico suceso: la llegada de Cristo y la perfección de la ley mediante la entrega que se ve en el amor al prójimo.
Maigo.