Voluntad de poder y fe

Voluntad de poder y fe

La voluntad de poder era la pieza necesaria para comprender el sentido vasto y complejo que Nietzsche imprimió al conocimiento psicológico. Sin la voluntad de poder se complica la posibilidad de entender el nihilismo contemporáneo. Para Nietzsche era clave debido a la relación que podía verse entre la historia y las manifestaciones de ella. La moral es una posibilidad nefasta que dependía enteramente de que aceptáramos que había modo de acceder con verdad al bien. Mejor dicho, la verdad y la moral son hermanas en tanto aspiraciones que provienen de la voluntad de poder. La verdad no puede ser juzgada individualmente de quien la estima, en cuanto que, precisamente por ello, proviene ya de un instinto o de una fuente que tiene que ser juzgada al mismo tiempo.

Evidentemente, como el mismo Nietzsche señala, la voluntad de poder niega toda certidumbre al platonismo que trajo el nihilismo como él lo entiende. De hecho, el amor fati es la parte de la consciencia trágica que acepta la presencia de la voluntad de poder. La modernidad y el platonismo son tan destructivos; la tragedia sabe de la destrucción pero puede soportar la muerte de Dios mientras se sepa capaz de levantar el arco del Odiseo solitario. Esa imagen no puede ser interpretada en el sentido del poder que otorga la ciencia moderna al hombre sobre su destino, porque la ciencia es sólo una consecuencia más de la voluntad de poder, una invención poética. El amor fati no acepta la ciencia porque ha visto que la verdad no es justificación en sí para el conocimiento del hombre. La psicología es importante para la filosofía en tanto acceso a las profundidades de la voluntad de poder.

La radicalidad de Nietzsche se confunde fácilmente en la tormenta que genera su uso de “la nueva política”. Se dice que la voluntad de poder nada puede en contra de la tiranía. Pero la voluntad de poder misma es una radicalización del significado de la tiranía. El misterio es ubicar a Eros en la voluntad de poder. La crítica de Nietzsche al cristianismo es certera sólo si Eros es una máscara. Y Eros no se somete a la moral; de él nace toda moralidad posible. Si Cristo es sólo un ejemplo excelso de moralidad, Nietzsche termina ganando tarde o temprano.

El bien no puede ser fundamento para la consciencia trágica en tanto que ésta mira más allá de toda cuestión moral; sabe que la metafísica es el camino necesario para el triunfo retórico de la filosofía personal. Por eso el lógos tiene que ser abolido. La noción de que el progreso y la técnica son un destino irrevocable parte de que el bien es un concepto que depende de ese vínculo entre la voluntad de poder y el deseo, la justificación y los conceptos históricos.

El cristianismo no puede ser moral última ante el progreso por la simple razón de que su intención principal no es moralizar. No se me malentienda: el conocimiento moral es una parte importante de la sabiduría en la encarnación; pero es quizá su parte superficial. Nos equivocamos descaradamente, afirmo, cuando acusamos a la Iglesia de haber fallado en esa misión de hacer bueno al hombre. Nos equivocamos, infectados por la voluntad de poder. Se cree, en el fondo, que la religión es necesaria en tanto permite mantener la esperanza de un mundo moralizado, de que nuestras convicciones son en efecto espejo de la certidumbre religiosa. El nihilismo triunfa mientras sigamos creyendo que es ausencia de moralidad. El sentido que se pierde con el nihilismo rebasa la crítica moral. Si es enfermedad de la voluntad, Eros y el deseo nunca conocen el bien. Si Eros se reconoce en la búsqueda encendida por el deseo, la voluntad de poder no puede destruir el lógos. El mal no es simple ausencia de moral.

Tacitus