El panal (segunda parte)

Tal vez no tenga mucho sentido quitarse los párpados si uno pretende sacarse los ojos. En un lugar como el Panal, no hay cuencas que esconder, como hacen los ciegos que piden limosna detrás de unos lentes oscuros de sol, o como lo hacen los tuertos piratas de las películas caseras: usando un parche de cuero que, no solo les da personalidad y un sello distintivo de ferocidad, sino que les convierte automáticamente su media mirada en algo amenazante, les llena de odio punzante el mirar y uno termina temiéndoles más que al propio mar. La idea de arrancarme los párpados nació de su absurda acción, que después de varios años (según mis uñas) me era más molesta que las llagas de mi espalda. ¡Por qué demonios tengo que parpadear! ¡No hay nada que ver aquí, no hay ni siquiera viento, nada reseca mis ojos! Y el los ratos donde se hacía la luz, esos inútiles pedazos de carne, tenían tanto valor como un prepucio. Eran demasiado delgados como para impedir el dolor que la luz emite, ¿por qué demonios tenía que soportarlos? Pasaba el tiempo, como pasa el tiempo en un mundo sin sol, y con su paso a pasito, lo único constante eran los parpadeos, que, para agregarle un poco más de molestia, se presentan irregularmente, ¡no servían ni para contar el tiempo! En la más profunda de las oscuridades, da igual si tienes los ojos cerrados o no, lo que no da igual, es tener esa maldita necesidad de estar continuamente parpadeando, recordándote cada momento que no hay nada que ver allí, dándote, aleatoreamente la ilusión de que cuando abras los ojos, la oscuridad desaparecería y tendrás frente a ti un inmenso maizal, con sus hojas verdes y sus varas largas que llegan hasta el cielo. Pero nada, cuando despertaba del sueño, despertaba para ver oscuridad infinita, ¿qué sentido tenía abrir los ojos entonces? ¿Para qué despertar si lo único que traía el amanecer era vacío? La culpa de ese pesar, después de meditarlo durante meses, la tenían sin duda alguna los párpados. Imagino la libertad que tendría si me los arrancara, no tendría que volver a desilusionarme jamás, no tendría que volver a pestañear, a enjugar mis ojos, no tendría que volver a llorar si quiera. El ardor, el dolor desaparecería y el paso del tiempo, que ya avanzada mi estancia en el Panal solo se medía de esta manera, ya no sería un sendero segmentado entre los sueños y la oscuridad. Si pudiera arrancarme los ojos, sacármelos con una cuchara, o con un palito arrancado de una rama de ciprés, nada me garantizaría que el deseo de parpadear cobraría consciencia de su absurdo hacer y se marcharía también. Uno de mis mayores temores cuando fantaseaba con arrancarme los ojos, era, precisamente, seguir parpadeando. Todavía seguía teniendo la ilusión, tal vez algún día consiga el valor para hacerlo, de que al removerme los ojos con todo y sus párpados, tal vez deje de distinguir entre el sueño y la vigilia, tal vez pueda apartarme del espacio mismo, del mundo y pueda vivir más a gusto, más libre y con menos consciencia de mi situación. En mis momentos más perversos, debo de admitir, ya que he sacado a flote esta exquisita idea de quitarme la vista de raíz; ¡qué más da si lo digo tal cuál, total, no pasa de ser una fantasía! quería explorar esta condición de ciego, quería por ejemplo, sentir las seis patas de las cucarachas que luego me visitan arrastrarse por las cuencas de mis ojos, quien sabe, tal vez, con un poco de suerte, me darían una mordidita dentro. No puedo imaginar si es muy doloroso, recibir una mordidita en el interior de tu cuenca ocular, directo en tus nervios, o en tus músculos o lo que sea que esté allí una vez que el ojo se marcha. Me gusta pensar que el dolor es un piquete delicioso, como cuando se pasa la lengua sobre una herida en la boca, esa sensación que acompaña al sabor de metal y que es, cuando se hace con justa medida, un tanto placentera. Pero no basta con eso, las patas cosquilludas de las cucarachas y sus tiernas mordiditas no son suficiente, tal vez solo necesite un poco de contacto, pero me gustaría sentir una gran cantidad de insectos, gusanos babosos, larvas de mosca aflorar en ese inerte boquete que una vez albergó una fruta inútil; se me antojan arañas tejiendo su red sellándome a modo de marche la herida con su fina tela, y clavándola con sus diminutas uñas en los extremos de mi piel, sentir brotar sus críos de los huevos y percibir las vibraciones que hacen en el fino tejido que cuelga sobre el abismo que da a mi cerebro, no es muy difícil, según cuentan los mitos de mi pueblo, cuando se pierde uno o más sentidos, los otros se agudizan, aquí no hay distracciones, no hay ni siquiera luz, sentir a las arañas bebés gatear, debe ser un espectáculo magnífico. Otras veces imagino ovejas, ¿cómo sería la sensación de su picante lana rellenando mis ojos? ¿Cómo la de su lengua lamiendo la herida descuidada y brutalmente? ¿Cómo se sentirá el pasto, cómo el algodón, cómo la tierra empapada de sangre? Si siembro un frijolito, como en los experimentos esos que ocupan un algodón, ¿qué se sentirá sentirlo crecer dentro de mí? ¿Picará, dará comezón, arderá? Que tan molesto podría ser dada mi condición. Lo que es seguro es que sería una gama interminable de sensaciones nuevas. Las posibilidades, como creen en mi pueblo, son infinitas. No como esta única, muda y desesperante textura fría del concreto gris que experimento a cada instante. La oscuridad que parece interminable, en las horas de ansiedad, se hace un nudo tan estrecho que parecería ser más pequeña que una pulga. Se vuelve chiquita, chiquita y en ella no cabe ni el aire, es más, muchas veces me hace sentir que la rebaso, que la supero y que estoy afuera del espacio. Es una sensación incómoda, como tratar de enfundarse en un pantalón diminuto, o mejor dicho, haber nacido con él puesto. La ansiedad aparece sin motivo alguno, me visita en la peor de las horas, y a diferencia de lo que algunos médicos creen en mi pueblo, tengo, por experiencia (y apostaría a que de estar ellos en mi lugar, lo comprobarían) la certeza de que no hay un detonante, una experiencia que la invoque como los ritos a un demonio, sé esto, porque aquí no hay más que oscuridad, y cuando llega la luz, pocas veces me ha violentado. La ansiedad es un torrente descomunal, busca salida, busca movimiento y se ve estancada dada mi condición. Es por eso que me cuesta tanto trabajo sobrellevarla, y a pesar de los años, no he podido acostumbrarme a ella, tal vez nunca lo haga, y si llegara a volver a ver a mi padre, tengo por seguro que lo primero que le pediría sería un consejo para combatirla. Él debió padecerla también, solo Dios sabe si en mayor o menor cantidad, pero estoy seguro de que la sufrió. A diferencia de la locura, no hay nadie en el Panal que logre escapar de ella, la ansiedad ataca a hombres y mujeres por igual, a menos, supongo, que la locura se haya apoderado de ellos. Es así como me doy cuenta de que sigo cuerdo, podría estar ciego, podría incluso a estas alturas estar desfigurado como mi padre, pero mientras siga siendo atacado por la ansiedad, puede descansar mi alma de la preocupación de haberme vuelto loco ya. Es que, por más que lo pienso, no concibo la manera de que un ser humano, sano e inteligente, no se desespere hasta el extremo en una condición como la mía. Claro, hubo cuentos en mi pueblo, narrados por gente salida del Panal, que decían que después de un tiempo uno termina por acostumbrarse, yo no lo creo, y aunque tal vez eso haría más cómoda mi estancia aquí, espero nunca me llegue a pasar.

De lo íntimo, lo privado y lo público

De lo íntimo, lo privado y lo público

 

Siete astillas para uso de los astutos.

 

Continencia. Para no serlo de conciencia, fue reo de concupiscencia.

Fidelidad. Cuando cobró consciencia ya tenía toda la vida por detrás.

Templanza. Una estatua que aprendió a mentir.

Justicia social. La esperanza en la revolución lo llevó de demócrata a democríteo.

Humildad. Nos conmovió su perdón fríamente calculado.

Autoconciencia. Se conoció tan profundamente que nunca más quiso ver de nuevo en sí mismo.

Pudor. Tenía la cara roja de desvergüenza.

 

Námaste Heptákis

 

Para no olvidar. Se han cumplido 22 meses de la desaparición de los normalistas de Ayotzinapa. Ayer, funcionarios federales y miembros de la CIDH acordaron los detalles del mecanismo de seguimiento a la investigación del caso. Más allá del boletín informativo de la SRE, todavía no se conocen los detalles del mecanismo. Ojalá que el período vacacional no distraiga nuestras atenciones de un acuerdo tan importante.

Escenas del terruño. 1. La periodista Anabel Hernández entrevistó a Caro Quintero. 2. Héctor de Mauleón ofrece un panorama del crecimiento del Cártel de Jalisco Nueva Generación, «el cártel del sexenio«. 3. La presencia del futbol en los medios tiene implicaciones políticas. Que un equipo haga de las transmisiones de sus partidos un «pago por evento» tiene consecuencias políticas. Javier Tejado Dondé ha reflexionado sobre el asunto en el espejo de las izquierdas sudamericanas. Artículo interesante que, obviamente, hay que leer cum grano salis. 4. En contra del consenso popular, Raymundo Riva Palacio nos sugiere pensar el problema del triunfo de Hillary Clinton en las elecciones próximas.

Coletilla. El número de agosto de la revista Letras Libres, que comenzará a circular el próximo lunes, tiene por tema principal el humor mexicano. El tema se desarrolla bajo tres perspectivas. Trino Camacho y Paco Calderón dialogan sobre la caricatura política. Enrique Serna y Ana García Bergua dialogan en torno al humor en la literatura mexicana. Mientras que Enrique Hernández Alcázar y Víctor Trujillo dialogan del humor político. Comparto una frase de cada uno de los dialogantes para que se te antoje, lector, el número de agosto y leas la revista.

“Los políticos son muy cínicos, lo que ellos quieren es salir en la caricatura, les encanta”. Trino

“Lo políticamente correcto es un atentado a la democracia”. Calderón

“La falta de diálogo claro en la política, las segundas intenciones, tienen influencia en una manera de hacer humor. La renuencia al chiste dicho y la preferencia del chiste sobreentendido ha sido parte fundamental de nuestra tradición humorística, esto es lo que ha formado la cultura del humor en México”. Ana García Bergua

“La indignación política no suele producir humor, produce una sátira severa al estilo de Juvenal, que censura con gravedad a los poderosos”. Enrique Serna

“La clave del humor político es que debe estar sustentado en el periodismo”. Enrique Hernández Alcázar

“El humor es una especie de tanatología”. Víctor Trujillo

Sinsabores del progreso

Sinsabores del progreso

Si el problema fundamental en torno al progreso es la posibilidad o imposibilidad de detenerlo, existe ahí una interpretación en torno a su significado: que, en tanto marcha o movimiento, tiene una relación con la razón que la revela como su creadora o como una espectadora impotente una vez realizado el atrevimiento prometeico. Las dos no serían posibles sin la filosofía de la historia moderna. Es decir, el modo posmoderno de interpretar el progreso debe más al pensamiento moderno de lo que cree, sin importar que los modernos pensadores y entusiastas de la filosofía de la historia tuvieran una inclinación muy favorable hacia lo que significa el progreso.

No podemos hablar de la inexistencia del progreso hasta antes de la modernidad. No hay que olvidar que si la modernidad se vincula tan fuertemente con el progreso es debido a lo que posibilitó en primer lugar la aparición de sus historicismos: la filosofía política moderna, más que la ciencia, aunque, por supuesto, ésta venga siempre a modo de defensa de las interpretaciones históricas del progreso. El historicismo radical sabe muy bien del vínculo entre la existencia de la metafísica y la aparición del progreso. Por eso la serenidad ante la imposibilidad de detenerlo implica la irrelevancia de la filosofía política. De hecho, para el historicismo más radical, filosofar en torno a la modernidad de manera política no tiene caso en tanto no afronte la verdadera fuente del problema: la polémica con la metafísica y la ética, polémica que inició Nietzsche y que permanece hasta ahora con la llegada de la voluntad de poder en su profunda psicología.

Hay algo que une a la política con la teología y que puede verse en el problema del progreso. Más allá de las lecturas críticas en torno al progreso como una versión de la providencia, existe el problema teológico-político en tanto existe la revelación. Claro que, para nosotros, eso es ya un supuesto. Pero eso no es suficiente para decir que podamos ignorarla. Es decir, que con el materialismo moderno no se evita el problema auténtico. Si lo entiendo bien, el nihilismo, en todas sus facetas, tanto las más profundas como las más superficiales, es una muestra de ello.

¿Qué hace moderno al hombre de hoy? La respuesta no puede ser meramente histórica. Tampoco meramente psicológica. La fe en el progreso parece más una consecuencia de lo que desea o de lo que oculta tras sus deseos que una doctrina que pueda defender inobjetablemente. Si la respuesta no puede ser ni meramente psicológica o histórica es porque en esos caminos se pierde más temprano que tarde el lugar de la verdad incluso para la creencia en el progreso. Dejamos la puerta abierta a la “política real”. Pero la política, sobre todo debe mostrar lo problemático que es el bien y el modo en que eso existe en la relaciones humanas. El progreso nada puede cuando eso fracasa. El progreso sería el mayor sinsentido de nuestra época. El progreso no podría ser prueba para espetar ante el nihilismo. Y creo que no lo es.

Tacitus

La musa contra Cronos

Resentidos llegamos a admitir que la historia está escrita por los vencedores. Las páginas de la historia estarían redactadas por las plumas de los opresores y sus respectivos intelectuales. Las mieles de la victoria tendrían su amargura al considerar que fueron conseguidas por medio de violencia y sangre. En este sentido cada triunfo escondería una atrocidad: un vencimiento quizá injusto. Un triunfo político o cultural socavaría otros grupos humanos o alternativas y no necesariamente por tener una verdadera superioridad. El triunfo estaría basada en otras condiciones no concernientes a lo virtuoso del acto político o la belleza en la obra; estaría en los dados aventados por la fortuna.

Aducirán ciertos universitarios, por ejemplo, que no alcanzamos a reconocer el esplendor mexica por la culpa de la invasión española. Escasean testimonios escritos y arquitectónicos por la destrucción ibérica. O la riqueza de la religión mexica ha sido rebajada a salvajismo por las mojigaterías del cristianismo. Bajo esta dualidad no sólo malentendemos los sucesos políticos y económicos, incluso lo creemos en el arte. Así diversas corrientes o artistas se establecieron por su dominio político. Ciertos artistas posrevolucionarios, conscientes del problema, no permitían que ni un exhalación porfirista pudiera emanarse en los nuevos aires. En las páginas, piedras y muros mexicanos sólo podía haber rastro nacional. O se volvía perfectamente aceptable contener y repudiar al escritor predilecto por el Príncipe en la segunda mitad del siglo XX.

Tal creencia de que la cultura está impuesta por los vencedores destrona a los clásicos. Para algunos esto resulta una humanización: no existe obra inmaculada y toda está mancillada por su creador. Si bien en un sentido es cierto, tomarla al pie de la letra resulta una falsedad. Ya muy bien se dijo que en el fondo todos tienen la probabilidad de ser artistas. El escritor genio es de carne y espíritu como sus lectores. Sin embargo su genialidad radica en tener el primor en su imaginación o la destreza en sus facultades. A pesar de ello, como todo mortal, también falla y su recibimiento no siempre es exitoso con su público o la posteridad. El clásico es aquella obra que su único vencimiento está en el tiempo, es decir, todavía resulta vigente para los lectores. Si perdura hasta ahora no es principalmente por su momento histórico, sino por el acierto que tuvo en mostrar algo que aún importa e interesa: el hombre. Los clásicos ya son humanos sin que haya un afán por destronarlos.

La historia o condiciones materiales brindan la oportunidad para entender nuestra realidad. La inspiración surge de los alrededores. No se necesita un manual o tratado sobre cómo perdurar, basta con ser observador y esperar algún susurro de la musa. Y ésta no reserva o condiciona sus triunfos a los opresores, burgueses, vencedores, etc. Alguna vez Reyes respondía a los preservadores del mito revolucionario que la calle era demasiado ancha para que cualquier escritor. Y es cierto, es demasiado ancha porque todos hemos transitado por ahí. Los genios de nuestros clásicos del arte fueron los mejores paseadores en esa calle.

Moscas. En meses anteriores Enrique Krauze advertía el fascismo inherente en el candidato estadounidense Donald Trump. Ahora en El País lanza otra advertencia inminente: llegando a la presidencia el susodicho desataría una guerra en distintas escalas. Asimismo el documentalista Michael Moore señala cinco hechos por los cuales Trump podría lograr la presidencia.

II. Todos aplaudían la ruina de los circos y los circenses lo lamentaban. Los diputados verdes se colgaban la medalla por la iniciativa progresista y los animales parecían obtener justicia por fin… ¿Qué fue lo que sucedió? 80% de los animales muertos.

III. Y mientras el gobierno de Mancera se preocupa por patentizar el nombre de su ciudad —el cual no pondré por temor a reclamos—, quizá debería preocuparse por uno de sus barrios peculiares.

Abraso

Para ti: que descubres el brillo de la verdad entre los barros más diversos.

El ácido abrasa, tanto que suele quemar, dañar y hasta destruir lo que toca. Sin embargo, en las apropiadas manos de un buen orfebre, el ácido descubre el oro oculto en las rocas y distingue al valioso metal de los brillantes oropeles con los que se encubre el mundo.

La cruz abraza, y ante los ojos  del falto de piedad ella daña y en ocasiones hasta destruye al hombre. Sin embargo, en los brazos de un corazón amante es posible encontrar la vida que se oculta en el sufrimiento y distinguir el gozo permanente de la efímera alegría.

Maigo.

 

Agria angustia

Caminaba junto con dos amigos un día apacible, con poca gente en la calle. Bajábamos por una larga y empinada avenida cuando fuimos alcanzados por un sujeto ajeno, de baja complexión y rostro serio. Su corto cabello y sus cicatrices en la cabeza sugerían que se trataba de un militar, un policía o un reo recién liberado. Mis amigos y yo decidimos aminorar el paso. El posible policía también lo hizo.

Hablábamos sobre nuestra visita reciente, compartíamos impresiones, palabras cotidianas. Sólo hablábamos; no hacíamos nada para llamar la atención. Decidimos caminar más a prisa y eludir a nuestro cuarto acompañante. Pero éste no quería ir solo y nos volvió a alcanzar. ¿Algo raro pasaba? Le compartí mis impresiones a mi amigo de la derecha, el más alto; le sugerí que tomáramos otra ruta. Él respondió que no había problema, que nada pasaría. Seguimos.

Mis presentimientos nunca se han caracterizado por ser precisos, regularmente son exagerados. Meditando en ello, he llegado a la conclusión de que a mi imaginación le encanta dar vuelcos, inventarse posibilidades poco probables hasta para un cuento. ¿Pero la exageración no es una condición que nunca se separa de la imaginación?, ¿dónde se puede deslindar imaginación y exageración?

Ya no resultaba exagerado: en nuestro tercer intento por separarnos del presunto asaltante, disminuyendo exageradamente nuestro paso, aquél pateo un bote y se entretuvo para alcanzarnos. En tácito acuerdo, mis amigos y yo caminamos hacia atrás, intentando alejarnos lo mejor que pudiéramos del lugar donde el hombre se había quedado jugando. Mi otro amigo, el que no era alto, me dijo que una calle después de dónde nos habíamos regresado, se encontraban dos sujetos esperando.

Mientras caminábamos y planeábamos otras rutas, mi cabeza se alejó. ¿Imaginamos todo en conjunto?, ¿mi amigo el alto quería regresarse o sólo se condujo por la inercia de sus otros dos acompañantes? Recapacita –me dije-, vives en un país donde hace poco mataron a dos alcaldes, donde un criminal o ex criminal pide perdón y otro político importante también lo pidió, ambos con intenciones poco claras. Vives donde parece que los problemas educativos se arreglan, pero no se discuten en las aulas. ¿Dónde vives?, ¿sabes con certeza dónde vives?

De regreso a casa me comuniqué con mis dos amigos para saber si en el camino hacia sus casas no habían sufrido algún percance. Ambos me contestaron que habían llegado íntegros; sólo con un miedo callado, un miedo débil, que de haber sido asaltados hubiera sido inmenso. A ambos les dije que nada había pasado. A cada uno le conté un par de chistes. Me despedí entre risas con cada uno. Ahora sé dónde vivo.

Yaddir

Gazmoñerismo Narciso

El amor moderno es el de Narciso, el que nace cuando nos descubrimos en el reflejo cristalino de los ojos ajenos y, creyendo que amamos al otro,  no logramos ni siquera amar nuestro propio reflejo. Es por eso que el amor es ciego, pues al huir de los espejos y los simulacros, logramos reconocer el amor que hay en nosotros para irradiarlo, como soles, al mundo.

Gazmogno