El arte de tantear
Parece que el ensayo, como forma literaria, enseña a bordear terrenos, a tantear, nunca a tomar algo en serio. ¿No es esta la opinión más moderna en torno a un invento moderno? Algo se perdió en el camino. Algo que, no obstante, no afecta en lo más mínimo a la permanencia de esa valiosa forma. Lo mismo podría decirse de toda experiencia literaria. No obstante, de todos parece, desde la palabra que lo bautiza, lo menos serio. Que no es lo definitivo. Que sirve para pasear la mente, si es que eso se puede. Para ser ensayo, no requiere de una longitud específica, pero sí de abandonar la pretensión de ir al grano de manera evidente. Es un arte discreto y permisivo. La forma indica que espera a un maestro que sepa que la palabra va más allá de construcciones lingüísticas formales. Es la ironía de la forma que se esconde bajo mil rostros.
Me he puesto a pensar si su invención se debe a una falta de profundidad de la era moderna, en contraposición a los brillantes escritores medievales, trabajadores de los órdenes argumentativos más colosales. Pero eso sería una ligereza. El ensayo no peca por falta de profundidad. De lo contrario no podría ser un arte. La profundidad puede verse incluso en la forma. Porque los temas más complicados pueden ser zanjados de manera muy práctica y a la vez imbécil. La sutileza que para él se requiere implica la idea del tiento, uno que quisiera tener.
Mi experiencia de lector me deja una observación. El ensayo no es la antesala de la lectura “compleja”. Uno no se adentra en las mejores lecturas con experiencias de principiante. Porque quien no sirve para las sutilezas de lo ensayístico estará condenado. Seguramente tomará un tratado como la explicación completa del mundo. Pero ni siquiera los tratados pueden tenerlo todo. Quien quisiera defender al ensayo tendría que comprender que en la experiencia misma el entendimiento nunca se da de un solo golpe.
Pero eso no quiere decir aún que los ensayos sean para la tierra, en vez de para los niveles celestes. Uno no requiere de ensayos como de muletas. Para saber leer novelas, uno tiene que empezar a leer novelas, no hay de otra. Lo mismo con el ensayo. Lo extraño es que lo que uno no se siente en una pesadilla cerca de él. No es el caos de las formas que pierden sus límites, ni un sendero en penumbra bíblica. No puede decirse que sea sólo media luz. Tampoco parcialidad. Da la idea de lo inacabado. Lo no definitivo. Se ensaya cuando uno se lanza, se atreve; como si uno quisiera dar intentos en el ejercicio de escribir, como si se ofreciera sólo una dulce pizca.
Tacitus