Bello es escribir sobre la palabra y mucho más porque se le puede adjetivar de diversas maneras sin que pierda su sentido. La palabra es casi un misterio y más para quienes la saben usar. Pero la palabra no se somete, a veces no se deja manipular, se desliza, se esconde y es ahí donde el hombre deja de envanecerse y la vuelve a tratar con justo respeto. La palabra le enseña al hombre que debe pensar. La palabra le muestra lo poco que es; le muestra que un hombre sin palabra es una persona en la que no se puede confiar. El ejemplo más claro se encuentra en los tratos o en las negociaciones; de muchos de ellos tenemos noticia, más si son de interés general. Los principales líderes de un grupo pactan con otro grupo, basándose en palabras que no suenen demasiado exageradas, si se realizará tal asunto o se dejará de hacer tal otro en determinado momento; se acuerda la fecha, los términos y todos se despiden medio contentos. Se pacta lo que a ambos les convenga. Lo conveniente, en ese momento, es seducir mediante las palabras, hacer pasar por verdadero algo probable. ¿Les conviene sostener en las acciones lo prometido? Dicho de otra manera: ¿pueden hacerlo sin dañar otros intereses? ¿Se preguntarán si fallar a su palabra es injusto? Al fallar a su palabra ¿sentirán que su honra, si es que piensan en ella, se ve mermada? Como los problemas seguirán, la búsqueda de acuerdos y de negociaciones también; las preguntas volverán y quizá se respondan de manera semejante en cada nuevo conflicto.
Uno de los principales problemas de la convivencia humana es el florecimiento de los conflictos. Las causas son muchas y variadas, principalmente las pasiones perennes: la ambición, la venganza, la indignación. Si los problemas no se pueden arreglar mediante las palabras, mediante la confianza por parte de los disputadores de que con base en el diálogo se pueda llegar a alguna solución, se está negando la posibilidad de hacer política. El desdén cometido contra la palabra cuando se niega el diálogo en un conflicto, puede revertirse si una de las partes en disputa se encuentra desfavorecida, aminorada. ¿Su palabra valdrá igual que cuando no encontraba conveniente el diálogo?, ¿será deshonroso para la parte en desventaja participar en algún acuerdo? Montaigne, al parecer irónicamente, señala que él siempre confía en la palabra humana. Entre más compleja sea la discusión, las palabras tienen mayor responsabilidad; no hay que arrojarlas al viento.
Yaddir