No estoy seguro si escribo para desahogar tanta tristeza que me inunda en este momento, o si lo hago con toda la mala intención de propagar esta maldición que me aqueja como si fuera la más invencible de las plagas. Penseme en algún momento tan alejado de aquel maldito linaje, que jamás llegué siquiera a soñar con encontrarme en esta situación. Sin embargo hoy me encuentro corrompido en el fondo de mi ser. Me hubiera gustado saber qué hice para que se me señalara de este modo, o cuál fue mi falta, a lo mejor tenía algún modo de solventarla o de compensar mi error antes de que esto me sucediera.
Quiero pensar que en ningún momento de mi vida tuve la bendición (o maldición) de reconocer a los dioses en el campo de batalla, a su vez siempre he estado alejado de la roña que envuelve a la historia de mi país. Me he tratado de mantener pulcro, limpio de toda falta e ignorante de todo conocimiento revolucionario, post revolucionario y precolombino. Una vez aclarada mi situación, comprenderán que jamás puncé la mano de La Diosa, ni conjuré su nombre en vano ni en los más oscuros días de mi vida. No le injurié de palabra ni de acto, tal vez de pensamiento, pero confío en que ella sabrá que mi causa era justa y mis blasfemias, aunque amargas, venían de un gran dolor. Las más de las veces, si hube pronunciado su nombre, fue para suplicar su favor, y par alabar su belleza. Comprenderán, amigos míos, que no juzgo de imprudente a Paris, y que he pensado en cada ocasión que de haberme visto en su lugar, hubiera tomado las mismas elecciones que él, ¡No sería hombre quien eligiera distinto!
No comprendo, entonces, cómo es posible que estando tan alejado de aquellos tiempos donde los premios y castigos eran soberanos; venga yo, como hombre moderno a verme ensuciado en lo más íntimo de mis pensamientos. Nada más y nada menos que por un robot. Encontrábame yo en un día común, esclavizado por la Internet buscando una, que, a mi parecer, es de las más bellas representaciones de La Diosa, cuando la función de autocompletar del cochino Google me sugirió la peor de las blasfemias. ¿Quién chingados quiere saber cuándo putas nació Venustiano Carranza? ¿Qué puta relación hay? No puedo dejar de pensar en que Google, en una fracción de segundo me había puesto los pies en la tierra, me había situado en mi condición de ciudadano tercermundista y de mexicano naco, además había acabado con mis sueños de cultura, reemplazándolos con sueños de constitucionalismo. Mi indignación es harta, así como el morbo de pensar, por un momento, qué pasaría si Google tuviera algo de razón y hubiera efectivamente una relación entre La Diosa y el caudillo. Comencé, a hacerle caso al buscador, y reemplacé los nombres de aquella manera. Las Enfermedades venustianas que tanto hicieron temblar mi tranquilidad en la adolescencia, los montes de Venustiano que tanto encendieron mi imaginación (hasta antes de este incidente) y el jabón rosa Venustiano, cómplice de mis andanzas en la Ciudad de México, fueron los primeros afectados. El planeta segundo al sol que seguramente ahora ya posee una atmósfera de conflicto, muy parecida a la marciana, pero malhecha y roja en otro sentido; las mujeres que nunca fueron de Marte, sino que siempre fueron de Venustiano; las mariposas que cazan en sueños los niños con granos, cuando sueñan que abrazan a Venustiano de Milo sin manos, fueron las segundas víctimas de esta oleada de terrorismo Googleano.
El problema no se detuvo aquí, y tal vez lo que señalo hoy con toda la indignación que puede haber (si es que esto es posible) en el tercer mundo y lo que desde mi visión de ciudadano de éste me parece el inicio de una catástrofe, sea un problema mucho más viejo y haya comenzado con la impiedad renacentista. Cuando a alguien se le ocurrió transformar a los dioses en planetas, de la misma manera en que después a alguien (y no fue Google) se le ocurrió transmutar el amor en revolución; así mismo, ahora, Google viene a maldecirme y a plantarme una marca en la frente que no podré borrar jamás, ya que esta absurda relación seguirá en mi memoria hasta que el padre de alguna patria venga a quitarle el lugar en el buscador a la ya desgastada Mnemosine.