Nuestros tiempos, me refiero a aquellos donde todos compartimos el internet, han tenido un altísimo gusto por lo superlativo. El viejo profesor del siglo XIX, Juan de Mairena, decía que todo poeta tendía siempre hacia lo superlativo. Pero su exageración no es la misma que la nuestra, pues, según entiendo su idea, el poeta sentía en grado sumo, podía expresar en grado sumo y tender siempre hacia el mayor entendimiento. Nuestros tiempos se distinguen por gente que aparentemente vive al máximo, tiene al máximo, sueña al máximo, siente al máximo y se enardece al máximo. Principalmente el tener; quien no tiene nada, ni lo ostenta, es incorpórea, es nadie. Frases construidas bajo esas características, acompañadas de sus bellas fotos, no las dejamos de ver. Tales actitudes no sólo se les pueden achacar a los efusivos optimistas a los que su inmutable gesto de felicidad les impide abrir los ojos. También en las altas esferas del saber se impresionan por los muchos títulos, los muchos e internacionales conocidos (esto vuelve al personaje muchísimo más exótico y, en consecuencia, interesante), las muchas clases, los muchos alumnos, aduladores y seguidores (a veces se confunden). No quiero decir –no se me malentienda, por favor- que los más encumbrados profesores, en su altísimo saber, se vean imposibilitados de encontrar aquellos oídos que puedan escuchar diáfanamente su necesario mensaje, sino que estos se conforman con la forma, sin atender al profundísimo contenido. Esto no es nada nuevo, es antiquísimo; ¡es tan viejo que la gente no usaba celular con muchas apps y rapidísimo internet por aquellos años! Indudablemente eran unos tontos por no tener cómo engalanar sus retratos con orejas mamíferas. Por allá del siglo IV antes de Cristo, un hombre llamado Protágoras, proveniente de Abdera, conducía ordenadamente con sus discursos a un grupo de aproximadamente treinta jóvenes de nuevo ingreso, quienes se desordenaban cuando el profesor tenía que dar la vuelta. Aquí lo sorprendente no es si el profesor les habla de algo verdadero o sólo los convence; ni el número de alumnos, pues en la actualidad hay quienes superan a Protágoras; tampoco el que ellos ansiaran aprender a convencer como estaban siendo convencidos; lo más impresionante es ver cómo las cantidades amplias se desordenan con más facilidad. No es fácil manejar un país. Ni siquiera es fácil manejar un equipo de futbol. Al momento de dar clases: ¿son necesarias las multitudes para reflexionar? Son necesarias si se habla al modo de Protágoras, no si se reflexiona. Hacerle zoom a una imagen sólo sirve si se le quiere observar con cuidado, no si se le quiere distorsionar.
Yaddir