Notas insomnes

Notas insomnes

De modesta simplicidad es el reconocer la presencia de lo misterioso en el sueño; me refiero al hecho completo del sueño: a la experiencia limitada de él y a su necesaria aparición, que se echa de menos con dolor en el insomnio, que se siente como una enfermedad. Distinto quizá a lo misterioso en la religión, pues no requiere de fe como tal para relacionarse con ello. Ese misterio que es asequible en mayor o menor medida al alma desde sus primeras experiencias de él. Eso que vincula los trabajos de la imaginación, los sentidos y el entendimiento en un escenario alterno que no deja de ser real, aunque sea en el sentido de lo imaginario.

He soñado cosas que derivan de una preocupación latente a la hora sacra en que se besan ambos párpados. Me he visto en fantasías infantiles, hechas realidad y sentidas como verdaderas con una extraña sensación de placer ante la verosimilitud. No hace falta ser cartesiano para admitirlo. ¿Será sólo el reposo de la agitación, la vuelta de las energías a un cuerpo que desfallece día con día? ¿Para qué soñar? El descanso es la muerte. El sueño es una actividad: eso es parte de su misterio. Existen siestas reparadoras de cinco minutos, felices y lisonjeras embusteras. Pero nunca he obtenido descanso del sueño. No tengo la experiencia del reposo dormitivo hasta que me he despertado y, aún allí, se siente como un consecuencia, no como un actualidad. No niego la natural relación entre el placer y el descanso en el sueño: he dicho que el insomnio se siente con dolor, una privación de algo que se requiere para vivir.

No es necesario aceptar el subconsciente para entender el sueño. Si no entiendo mal, el inconsciente sólo se vuelve razonable hasta que se requiere interpretar el contenido de los sueños. Tiende el puente entre la naturalidad y la sexualidad, entre las pasiones sepultadas como germen en los deseos y preocupaciones profundas. No dudo, por otro lado, que, de cierto modo, en él se manifiesten los deseos más extraños y heterodoxos de todo hombre. Don Quijote arremetía sonámbulo a un montón de cueros rellenos de vino, creyendo estar fustigando con la fuerza de su brazo a un gigante abusivo, razón de la pertinencia de su oficio. ¿Habrá una relación eterna entre lo erótico y lo onírico que esté al fondo de la interpretación psicoanalítica de ella?

La respuesta parece fácil. Pero eso sólo responde por una parte de la experiencia onírica. En él tienen influencia tanto lo erótico como lo adivinatorio. ¿Qué puede abarcar el reino de infinitas proyecciones? No basta la imaginación como respuesta. Porque también se requiere para el arte y la poesía en vela. No es manifestación llana de la inspiración. Para inspirarse se requiere de la vela. Puede que un poeta describa su sueño de manera épica o romántica, pero necesita estar despierto para llevarlo a la palabra. No hay poesía sin palabra. Soñar el infierno no es poético: lo poético está en saber manifestarlo con arte, para que pueda bien enseñar lo que el poeta ve. Lo decía Reyes en un brillante ensayo que ponía a Jacob como camino para dar una idea de la poesía.

La consciencia poco sirve para resolver la cuestión. Uno puede comer moscas como lagarto en un sueño y poderlo recordar gracias a que, aunque no estaba en vela, podía presenciar el deseo de saborearlas y buscarlas, incluso verse, para ello, en tercera persona. No hay una diferencia enorme, salvo por el hecho, por siempre señalado, de poder realizar ese tipo de fantasías, asequibles siempre en un sueño. El mundo que en él se presenta puede ser semejante al de la vida entre los despiertos porque recordamos nuestra vida ahí. Uno duerme con la incertidumbre de lo que terminará soñando, incertidumbre distinta frente a la costumbre de lo cotidiano en la vela. Sólo puedo decir que en él se ve que la fantasía no es lo mismo que la falsedad. Digo fantasía en tanto aparición, vaguedad que se experimenta en un mundo que no es ajeno, pero que, también misteriosamente, se distingue fácilmente de la experiencia de estar despierto. Es una medianía. Tal vez por eso se le puso el mote de ebrio.

Tacitus