Un maestro en el camino

“Bien podrán los encantadores quitarme la ventura,

pero el esfuerzo y el ánimo será imposible”

Don Quijote aleccionando a Sancho

El más famoso caballero de todos los tiempos, el siempre enamorado como loco, el orgullo de la Mancha nunca justamente alabado, el nunca olvidado Don Quijote es, ante cualquier calificativo, un maestro. Y no se trata de cualquier profesor que está entre los alumnos y la pizarra. Se trata de un Maestro como pocos o casi ninguno, pues no sólo enseña con su valiente ejemplo, también enseña mediante sus errores. Dos ejemplos bastarán para mostrar lo que nos quiere decir con sus yerros. Pareciera que al equivocarse cuando quiere impartir justicia entre Juan Haldudo y Andrés o entre la Guardia Real y los galeotes nos dijera: “Nunca confíen de una fementida canalla como Juan Haldudo” y “mirad que entre los encadenados hay quienes no merecen pena tal sino la libertad”. Por eso se equivoca, para enseñarnos, no por falta de seso, de fuerza o de valor. Sus alumnos nos maravillamos, miramos y aprendemos.

Entre sus alumnos podemos encontrar distintas clases: los pobres cuerdos que nunca confiarán de un loco; los valientes que admiran su descomunal fuerza y enorme pecho; los locos que van tras un ideal aunque cuenten con precarios medios; pero los que más destacan entre todos son quienes persiguen su estela con ánimo infatigable, los que viven y se desvelan por lo justo y honorable. Esos, sin menospreciar a nadie más, son quienes buscan aprender mejor de las enseñanzas y no sólo quieren el 10 del Maestro. Sean quienes sean sus aprendices, a todos nos cae bien, y esa es una verdad universalmente aceptada, pues siempre es agradable y se busca la compañía de un hombre justo.

Su enseñanza nos ha quedado legada en un libro que un hechicero o un brillante erudito armó. En la consignación más fiel de hechos históricos que jamás se hizo, por eso muchos creen que su elaboración estuvo a cargo de un hechicero, pues él pudo ser el único capaz de no fallar a la verdad, parece que el azar rigiera el camino de nuestro noble caballero. Pero su camino es guiado por un claro propósito, un preciso objetivo, o para decirlo con mayor claridad, por una clara aspiración. Según el Diccionario crítico etimológico castellano e hispánico de Joan Corominas, el verbo aspirar tiene, entre sus diversos usos, dos significados semejantes y predominantes: echar el aliento hacia algo y pretender, poner la mira en algo. Es más o menos notorio que Quijote ha puesto la mira en deshacer agravios, enderezar tuertos, enmendar sinrazones, eliminar abusos y satisfacer deudas. Es decir, pretende fungir como juez, como un apoyo, para quienes no tienen la claridad necesaria para solucionar sus conflictos o quienes son víctimas de los más injustos canallas.

El lector de sus fazañas debe aprender que los planes no siempre tienen una felice terminación, incluso que es más probable un mísero final. Pero que siempre es preferible enfrentarse a los tremendos gigantes que impedirán el avance de los caminos, que siempre será mejor mantener el ánimo inquebrantable, con una aspiración más o menos clara, en vez inventarnos obstáculos o ahogarnos en nuestro propio ánimo. Es preferible tener la guía clara del camino, aunque éste siempre guarde alguna que otra casi inesperada sorpresa, que ser conducido tranquilamente en una jaula.

Yaddir