Todo grupo, al enfrentar a otro, busca únicamente la victoria. El motivo del conflicto puede ser cualquiera, pues de lo que se trata es de ganar y obtener los beneficios anejos al triunfo. La inteligencia, aceptando lo anterior, serviría para formular tretas, planear lo que garantice la derrota del contrario; el diálogo entre contrarios bien puede ser usado sin razones, se puede usar blandiendo razones. Si lo anterior es verdadero, se borra la diferencia entre un bandido y un policía, entre el hombre justo y el injusto, así como se estaría despreciando a la inteligencia al volverla astucia.
En tales condiciones parlamentar con el enemigo o intentar entablar algún tipo de conversación se torna en algo peor que un error, pues la facción contraria, al ver tal muestra de confianza, podría planear alguna treta; inclusive el que proponga el diálogo podría ser el que quisiera que la otra facción se confiara o tomara la iniciativa en el ataque. Buscar un acuerdo con el otro sin bajar la defensa ante su posible ataque podría ser una solución nada exagerada, aunque ahí los acuerdos se logran si se tienen las capacidades adecuadas para resguardarlos; el más débil siempre perderá por no poder defenderse. Montaigne, en su ensayo El peligroso momento de parlamentar, cuenta que Alejandro Magno no quiso atacar a un enemigo que huía por la espalda, lo persiguió y atacó cara a cara. La historia sugiere que merece ganar quien se esfuerza por lograrlo y quien, en igualdad de medios, ataca y defiende. La victoria es para el valiente, para el mejor, no para el astuto.
En el momento de dialogar ¿cómo se evitan las tretas, cómo se reconoce al mejor?, ¿buscando lo mejor para ambos grupos y sus respectivas poblaciones?, ¿lo mejor, en última instancia, no es que se les permita vivir en paz, que puedan llevar su vida sin temer injustos ataques? Si todo conflicto inicia buscando el objetivo de unos cuantos, sin el objetivo de provocar la paz, desde el inicio se cancela la posibilidad de una auténtica victoria.
Yaddir