De la virtud y lo natural

De la virtud y lo natural

La virtud es una disposición, a la cual se le llama incluso segunda naturaleza, por la manera en que ella se hace presente en cada juicio, acción y palabra del virtuoso. Ese señalamiento indica, en un primer sentido, que no se nace con ella, hecho indicado por su secundariedad con respecto a la naturaleza presente en el nacimiento y en todas las facultades esenciales que hacen al hombre. No podría ser segunda naturaleza si algo en la naturaleza a la que secunda en cuanto al nombre no la posibilitara. El hombre no sale de lo natural con la virtud, porque la naturaleza no consiste en una regla probada por generalidad. Es rara la virtud, pero no por antinatural, sin por su exigencia.

El poder no una disposición. Gobernar no es antinatural. Puede haber gobernantes sin virtud. La astucia puede bastar para dominar, pero no necesariamente para ser virtuoso. La virtud sólo puede darse en el ámbito político, de lo cual surge que la política muestra el modo de ser del hombre, y lo exalta, posibilitándole la excelencia. Sólo hay gobierno si hay política. Sólo los hombres gobiernan. Los procedimientos naturales de las manadas y los enjambres no requiere de gobierno, porque no sufren variaciones notables: no hay acción. La virtud es cuestión de práctica; no de ensayo y error, sino de práctica en el sentido en que es un reino distinto al del cálculo matemático y al de la técnica. No es contemplación. Su conocimiento es distinto.

Por ende, no se puede aprender con la “práctica” en el sentido de los ejercicios geométricos y en el de las artes reproductivas como la escultura y la carpintería. No existen diplomados para gobernar bien, sino para planificar estrategias, que no es lo mismo. Acaso la imitación pueda servir como ejemplo didáctico, pero entender sensatamente la imitación requiere de cualidades especiales. Sin comunidad no hay virtuosos porque la virtud requiere de la distinción entre lo privado y lo público, así como de que la acción tenga el fin que la política inserta en el hombre: el bien común.

Las virtudes de la fe no están del todo separadas de esta idea, a pesar de que sean nuevas con respecto a ellas. Porque, aunque parezcan cuestión de mera creencia, ellas no son tales si no pueden verse en la acción. La mortificación de los miembros sólo es literal cuando se trata del ascetismo y la penitencia física. Las virtudes de fe no son antinaturales. La mortificación no es únicamente la huida del sexo. Concebirlas como la lucha contra la naturaleza es el verdadero obstáculo para entenderlas. La imagen de la mortificación coincide con la de la eternidad. La mortificación no es un castigo. La virtud requiere de racionalidad, ese rasgo que separa al hombre de cualquier otro ser natural. Las pasiones requieren de Eros, pero no todas son sexuales. Ahí la influencia moderna. Sin Eros, la virtud tampoco sería posible. Porque aunque parezca imposibilitarla, ellas –las virtudes- son la mejor versión de él. El vicio no muestra la irrealidad de la razón, sino su naturaleza falible.

 

Tacitus