Divagué y divagué hasta encontrarte. Y en mi locura te perdí de nuevo. Tan sólo para descubrir que era mi sombra a quien estaba viendo.
Gazmogno
"Una docena de años viendo cómo se parten por docenas otras cosas en el mundo"
Divagué y divagué hasta encontrarte. Y en mi locura te perdí de nuevo. Tan sólo para descubrir que era mi sombra a quien estaba viendo.
Gazmogno
—¡Vieja, anoche soñé que sembraba uñas!
—¿¡Qué!? Te dije que no cenaras tanto antes de dormir, pero tú no entiendes, viejo, ni vas a entender hasta que una de tus pesadillas te mate de susto.
—Sí, sí, bien sabes que eso no va a pasar. ¿Ya está el desayuno?, amanecí con harta hambre después de sembrar tanto anoche. Vieras, vieja, cuánta tierra teníamos en mi sueño. Me levantaba yo bien temprano para comenzar a tirar las uñas, hasta me apuraba porque sabía que el día entero no me iba a alcanzar para recorrer todo el campo de ida y de venida, ya estaba pensando en cómo convencerte de que había sembrado todo el día y no me había ido a jugar dominó con don Rogelio.
— ¡Ándale, vente a sentar que se te va a enfriar la carne, acá me cuentas!
—Yo sigo pensando de dónde voy a sacar tantas uñas.
—¿Y para qué quieres uñas, viejo? Tú y tus ocurrencias te van a terminar por matar de un susto. Como esa vez que quisiste poner antorchas en toda la cerca del campo para que no se acercaran los coyotes. No me hiciste caso y ya ves, los coyotes se metieron de todos modos.
— ¡Es que eran muchas, vieja, muchas de verdad! Tenía un bote grandote, como dos veces más grande que donde guardo los ojos de los becerros, y todo él estaba lleno hasta el tope de uñas, bien blanquitas y bien recortadas, hasta parecía que eran miles de larvas azucaradas. Yo me tropezaba con el bote cuando pasaba frente al altar, estaba allí en el suelo junto a las hoces, como si alguien lo hubiera dejado de ofrenda a nuestra Señora. No me caía pero soltaba una blasfemia que se oía hasta nuestro cuarto, porque yo alcanzaba a escuchar cómo me decías que no gritara esas cosas, con esa voz que tienes cuando te acabas de despertar. Bueno, yo no te hacía mucho caso y abría la puerta para encontrarme con que nuestro campo había crecido hasta ser como diez veces más grande que ahora. —¡Nada más me diste por mi lado, siempre haces lo mismo, yo no sé ni por qué me esfuerzo en corregir tus modales! —¡Espérate, vieja, ahí viene lo bueno! ¿Ya no queda más carne? —Sí, ¿te sirvo? —Sí, por favor. Cuando salí al campo, el sol seguía dormido todavía y aunque yo no lo escuchaba, yo sabía que el gallo ya había cantado, porque él me había despertado. Fue entonces que destapé el bote, y las vi por primera vez, brillaban poquito con la luz de la luna y yo sabía lo que tenía qué hacer, ¿sabes?, jamás se me hubiera ocurrido sembrar uñas hasta el día de hoy, bueno, hasta que tuve este sueño.
Yo no iba a revisar las gallinas, tampoco a los becerros, en cuanto salía de la casa me dirigía al campo. Metía la mano en el bote y sentía cómo las uñas me picaban la carne, como si me comieran pedacitos muy pequeños sin que me doliera mucho. Luego sacaba un puñado y las aventaba al suelo con mucha fuerza para que se esparcieran lo más posible. Así continuaba, daba dos pasos y volvía a arrojarlas al suelo. Cuando me daba cuenta, ya había cubierto tanta tierra como tenemos ahora, y sabía perfectamente que no iba a terminar pronto. Me detuve por un momento para ver si faltaba mucho para amanecer. La luna ya no se veía y el cielo comenzaba a clarear lo suficiente como para ver todas las uñas que había regado. Se veían como esa vez que el coyote desenterró a tu tío, ¿te acuerdas? —¿A Memo? — ¡No, vieja, a Domingo! La vez que llegamos y solo encontramos regadas sus uñas, ¡acuérdate, hasta te dije que parecía que al suelo le estaban saliendo escamas! ¿Ya recordaste? — Sí, ya, a ese condenado coyote no lo atrapamos jamás. —Así se veía, solo que en todo el campo, ¡hasta me sentía orgulloso!, pensaba que si no crecía nada, al menos podría adornar el campo así para que se viera bonito en las fiestas de nuestra Señora. — Oye, viejo, ¿y qué ibas a cosechar?
—¡Eso es precisamente lo que llevo pensando desde que pelé el ojo! La verdad es que mi sueño no llegaba hasta allá. Yo sabía que con ayuda de nuestra Santa Patrona la cosecha iba a ser bien abundante, pero nunca supe qué cosas recogeríamos a la mera hora. He estado pensando que quiero sembrar uñas para ver qué sale de la tierra, ¿te imaginas? a lo mejor salen cosas como papas o camotes; incluso he pensado en que podrían salir arbustos con frutos rosados bien tupidos sobre sus ramas verdes; si se dan árboles, tal vez le cuelguen pencas como las de los plátanos solo que color mamey y menos alargados. No sé, vieja, me emociona pensar en qué podría salir. Una vez que terminaba de sembrar todo mi bote, regresaba a casa, y yo me alegraba de que no hubiera amanecido todavía porque así no tenía que darte explicaciones de dónde había estado todo el día. Como era temprano, aprovechaba para ir a ordeñar a la vaca, solo que en esa ocasión nos daba leche para llenar dos barriles. No me preguntes por qué, pero yo estaba seguro de que debía regar con ella el campo. Lo que pensaba en ese momento era que la tierra necesitaba los nutrientes de la leche y que así como a un bebé se le da para que crezca fuerte, así se la debía de dar a mi siembra para que nos diera buenos frutos. Por eso era que yo regresaba con mi cubeta y con una palangana para regar el campo siguiendo los mismos pasos que hice a la hora de sembrar. —Oye, viejo, ¿y si no salían plantas? —¡Eso mismo se me ocurrió, estaba a punto de contártelo! Se me ocurrió que tal vez, y solo tal vez, con ayuda de la leche y el cuidado maternal que le tengo a mis parcelas, podían llegar a crecer de cada uña, un dedito, y éste creciera suficiente como para ver la luz del sol y para soportar una palma muy pequeña, tan pequeña que en lugar de hueso tendría cartílago. ¿Te imaginas? Podríamos venderlas en un vaso con harto limón y chile piquín. —¿Como el señor que vino el otro día vendiendo patas de pollo? —¡Justo en él estaba pensando!, también las podríamos picar en trozos pequeños, y venderlas como esquites, ¿a poco no se te hace agua la boca? Bueno, fue en el mismo instante en que pensé que eso podía pasar, que decidí contarte mi sueño. Ahora solo falta ver de dónde voy a sacar tantas uñas. Primero voy a vaciar los ojos del bote y a lavarlo bien para que quede tan limpio como lo soñé, luego voy a salir a arar la tierra hoy y mañana. ¡Tú mientras invita a cenar a Rogelio y a su mujer, cuando terminemos todos de comer, les contamos, verás que hasta nos regalan las uñas de sus hijos! También pienso que debería ir al pueblo, seguramente encontraré a mucha gente que no le importe que me quede con sus uñas si se las corto, incluso habrá uno que otro que acceda a vendérmelas. Y si después de hacer todo eso no logro llenar el bote, voy a tener que desenterrar a tus tíos y a mi papá, ya ves que dicen que a los muertos no les dejan de crecer las uñas, con tantos años que llevan difuntos, seguramente hasta nos sobrarán. ¿¡Qué te parece la idea, vieja!?—¡Yo pensé que jamás me ponías atención! Siempre te ando diciendo que tus sueños se pueden hacer realidad, y no pudiste haber escogido un mejor momento para comenzar a realizarlos. Anda, ve a arar la tierra, yo buscaré las palas y lavaré el bote. Después, cuando vuelvas, puedes comenzar a recortar mis uñas.
Amistad y caducidad
El diálogo ciceroniano sobre la amistad, Lelio, es una evocación del pasado. No es de extrañar: muchas veces los amigos se reúnen a evocar el pasado. Pasa el tiempo en que florece la amistad y los amigos se reúnen a imaginar las coronas que podrían haber construido con las flores marchitas. Pasa el tiempo de la amistad y los amigos, avejentados, juegan un rato a creer que el tiempo no ha pasado o a fingir que todavía podrían vivir en el pasado. Porque la amistad caduca es que, cuando nos reunimos con amigos, evocamos el pasado conjunto. Y el diálogo Laelius de Cicerón es la reflexión más profunda sobre el término de la amistad.
La caducidad de la amistad es, en sentido estricto, el tema del Laelius; pero está tan creativamente resguardada que es necesario leerlo con mucho cuidado para notarlo. Explícitamente la caducidad de la amistad sólo se menciona en dos momentos: después de la definición de la amistad –que coincide con el fundamento metafísico de la amistad en Aristóteles- y al final del diálogo –donde la mayoría ve una preceptiva del cuidado de la amistad-. Implícitamente, el problema de la caducidad de la amistad está planteado desde la selección misma de los personajes del diálogo. El diálogo evocado tiene tres personajes: Lelio, Fanio y Escévola. Además de aparecer en el diálogo aquí comentado, Lelio aparece en dos diálogos más: Catón el mayor y Sobre la república; en ambos, por cierto, aparece junto a Escipión. Escévola, por su parte, aparece tanto en De Oratore como en Sobre la república. Y Fannio sólo había aparecido previamente en Sobre la república, aunque no durante todo el diálogo. Los tres interlocutores del Laelius sólo vuelven a aparecer juntos en Sobre la república. Dramáticamente, el Sobre la república es anterior al Laelius, pues se realiza en las ferias latinas del invierno previo al asesinato de Escipión; mientras que Laelius tiene lugar en la primavera de 129 a.C., tras los nueve días de luto por la muerte de Escipión. Sobre la república acontece mientras se celebran las fiestas públicas por la fidelidad a la alianza latina; Laelius acontece tras la infidelidad que asesinó a Escipión. En Sobre la república habla principalmente Escipión; en Laelius la palabra la toma Lelio; en Sobre la república, Cicerón nos apunta que la pareja de amigos tenía un acuerdo tácito: en la guerra, Lelio daba el lugar principal a Escipión; en la paz, Escipión se lo daba a Lelio. En Laelius, explícitamente el lugar lo tiene Lelio; implícitamente, en cambio, todo lo que se dice de la amistad está bajo la sombra de Escipión; como si entre caballeros la justicia fuese para la paz y la amistad para la guerra. En la paz, los amigos se reúnen a evocar; quizá la evocación es lo justo.
Catón el mayor, el otro diálogo en que aparece Lelio, es el diálogo en que Cicerón fabula la inmortalidad del alma. La vejez (y la muerte) deja de ser terrible ante la fábula del alma inmortal. Para quien no ha pensado el problema de la justicia, la fábula sobre la inmortalidad es suficiente. Si no es posible que los amigos sean justos, al menos han de estar bien dispuestos al cuidado del alma inmortal. La evocación de las buenas amistades es la oportunidad de hacer justicia para quien no es del todo justo. La evocación, en este sentido, es lo justo. Catón, hombre justo, puede hacer caballeros, aunque no logre hacer filósofos. En sentido estricto, sin embargo, el tema de Catón el mayor es la excelencia de la memoria. Sólo el filósofo reconoce la excelencia de la memoria. Sólo el filósofo reconoce la justicia –o la injusticia- de la evocación. Algo enseña Cicerón al filósofo en torno a la memoria que le permite comprender el sentido de la evocación. El filósofo evoca ciceronianamente de acuerdo a lo aprendido en De Oratore, el otro diálogo aquí implicado. La evocación filosófica es una excelencia del orador; no por nada el nombre de Lelio significa, a través del griego, gran orador.
La amistad, tal como se presenta en el Laelius, supone el conocimiento de la justicia y la memoria de los diálogos Sobre la república y Catón el mayor. Se conoce la amistad, puede presumirse por ahora, en tanto se reconoce cómo es que la justicia y la memoria se involucran en su práctica. La caducidad de la amistad se entiende, además, en función de la memoria y la justicia. Por ello, para Cicerón la amistad se presenta frecuentemente como una evocación de los amigos. Quienes no dejan pasar la amistad, quienes se esmeran en que nunca cambie, algo no han entendido. Quien comienza a entender algo sobre la caducidad de la amistad comienza a comprender por qué es justo que las amistades terminen.
Námaste Heptákis
Escenas del terruño. 1. En México se organiza una nueva guerrilla y los servicios de inteligencia federales intentan evitar su arraigo en las zonas urbanas, así como limitar sus vías de financiamiento. 2. Importante investigación de Animal Político sobre los seminarios para «curar» la homosexualidad, investigación que muestra la pequeñez del pensamiento de los «defensores» de la familia. 3. Humberto Padgett investiga la corrupción en el cuerpo policíaco de Naucalpan. 4. La posibilidad de que el EZLN postule una candidata independiente para la elección de 2018 debe pensarse como un llamado a imaginar una política posible, una renuncia al poder y la aceptación de la búsqueda de la comunidad; eso piensa Gustavo Esteva en un artículo reciente. 5. Creativa la lectura que Salvador Camarena ha hecho del enriquecimiento ilícito de Javier Duarte: es necesario arreglar la educación privada, donde se educa la «gente bien», donde se funda el mirreynato.
Coletilla. Aristegui Noticias dio voz a Elena Poniatowska, quien se dice víctima del odio de Luis González de Alba. Infantil, como siempre, la Poni cree que fue solamente el odio lo que orientó las críticas de González de Alba en su contra. Poni cree, declara y quisiera hacer creer, que al fondo de las críticas de González de Alba a La noche de Tlaltelolco se encuentra el celo por el éxito editorial. Olvida Elenita, y no es raro, que si su editorial modificó La noche de Tlaltelolco de acuerdo a las indicaciones de Luis González de Alba, lo hizo por mandato judicial, pues Poniatowska se había negado a corregirlo. En noviembre de 1997, en La Jornada, González de Alba solicitó públicamente que Poniatowska corrigiera los errores de su libro (alrededor de 50). Dice en No hubo barco para mí (p.152): “Ocurrió en noviembre de 1997: pedí a Elena corregir errores de su crónica tlatelolca y Monsiváis exigió a Carmen Lira: ¡O Luis o yo! Me echaron sin dejarme siquiera vender mis acciones del diario: un comité de salud política eligió quién tenía los valores necesarios para poseer esas acciones y a cómo iban a pagarme”. Las diferencias con la Poni habían comenzado en marzo de 1993, cuando González de Alba protestó públicamente por los ataque de Poniatowska contra José Woldenberg, quien había iniciado la ciudadanización de los órganos electorales y la campaña para que el Distrito Federal estuviera en condiciones de elegir a su jefe de gobierno. Poniatowska se lanzó públicamente contra el demócrata Woldenberg. En el 93 atacó la democracia, en el 97 avaló la censura (que duró hasta la muerte de González de Alba, asunto ni siquiera mencionado al paso en las páginas del periódico de las izquiedas), en 2006 inventó una legitimidad y ahora viene a decir, pueril, que Luis González de Alba le dirigió un odio inmerecido. A eso, cuando menos, se le llama hipocresía.
Silueta del amigo
La ausencia nunca es inexistencia. La ausencia se vive también entre palabras. Algo se puede trazar con el recuerdo y la actualidad. Se fragua lo valioso en la distancia inevitable, descubierta por la coincidencia; como los enamorados que esperan a que la noche llegue, para que los funda en la invisibilidad. Eso significa que las ausencias son parte de la amistad. Sólo la muerte interrumpe a las que perduran, dejando el recuerdo. Una amistad que poco brinda con su presencia se nota feble con la ausencia prolongada. Tal vez de ahí el vínculo que todos notan entre el goce y la compañía, indicio apenas tenue de la felicidad en amistad.
Creo en que las amistades son más triviales, no necesariamente desgraciadas, mientras la palabra no se cultive. Pero también creo que hay algo grande en el silencio amistoso. Que lo reconfortante no está en ser comparsa del ruido. Cuando es complicidad, es tapadera de la consciencia. El silencio puede estar presto a nuestra alegría o a nuestra necesidad; es una mano que se extiende, y la palabra un andamio que se pone al carácter. ¿Qué pasa en el mundo cuando el silencio es omisión, sordera voluntaria, y en donde la utilidad de la palabra pasa fácilmente desapercibida, agotándose en su denuedo?
La pregunta incómoda versa sobre la verdad del amigo. Es una duda de la vida política, de lo privado y lo público, porque no puede haber amigos en el mero sentimiento. No se trata de cuidar la vida pública para tener amigos. Se trata de que la política es infausta en donde no hay amigos en la verdad. Que hay alegatos por lo público en favor de la amistad demostraría la amargura de quien ha perdido la compañía. Ese alegato es una hipocresía, una mentira triste. La hipocresía del fariseo que pide virtud, escondiendo el engaño que se ha hecho en el diálogo con su consciencia. El engaño de que es sabio. La muerte de Sócrates como exordio, no la práctica de muerte.
Existe una confusión en la intimidad que revela la necesidad de compañía, porque la amistad no es necesaria. Pocos creerían que el fortalecimiento de la intimidad importa más que su disolución. Creo que esa mano generosa y esa palabra verídica ayudan a que se vea lo íntimo compartiendo la vida. Creo que mentimos cuando decimos disuelta la intimidad por un lazo fuerte. Se ve lo íntimo, lo que la consciencia sabe con la claridad de una amistad que es esfuerzo. Se ve cuando, curiosamente, cuando deja de ser esa tapadera moral. Una generosidad que nos ilumina en las tinieblas o las recorre con nosotros para no dejarnos atrás, descuidando lo que en la intimidad creemos. La disuasión de lo público para entrar en privado, porque esa es la fuente de donde mana la inclinación a la verdad. Eso permanece en el silencio y discute en la palabra y, sobre todo, palpita entre la ausencia; el amigo no permite que el amor se hunda en una llana compasión.
Tacitus
El palacio enmohecido
El agradecimiento se da entre amigos, entre justos, entre ciudadanos, pues éstos reconocen el bien y lo celebran. Entre villanos se pagan favores, no es lo mismo, ya que la justicia no es negocio. Cuando se piensa a la justicia como una sucursal de favores, de préstamos, de contactos, de la fuerza, el resultado es una cadena de compradores insatisfechos con lo que han adquirido. Al no conseguir protección inmediata y poder o impunidad y placer; al no poder regresar el producto comprado, al notar que esta inversión fue una pérdida, lo que queda es negar la justicia re-inaugurando sucursales propias con miembros de cárteles, bandas, a fin de hacer del palacio una cueva de villanos.
Reconocer los frutos de la vida justa es labor no sólo del gobernante y de los servidores públicos, sino de cualquier ciudadano. Hace muchos años, cuando los grandes conquistadores salían de sus tierras con sus caballeros a tomar posesión de algún lugar que fuera infiel a las buenas costumbres, se hacía la repartición de aquellas tierras entre los nobles, no sólo porque hubieran mostrado su valor y fuerza en el combate, sino porque se les consideraba dignos de dirigir una nación, o parte de ella. El agradecimiento que se les hacía a los nobles era la oportunidad de mostrarse justos con su rey (o como si dijéramos, justos con su gobierno), gobernando con magnificencia, a fin de que los bárbaros vieran la justicia y fueran justos. Todo esto recaía en beneficio del rey, del noble y del nuevo ciudadano: así se agrandaba el bien y la justicia. Hoy es un poco distinto. El ciudadano vota en pro del servidor que cree es el mejor para la causa de vivir bien. El servidor público siendo justo y agradecido con sus conciudadanos, pone su empeño en ayudar a que éstos vivan bien, de acuerdo a la justicia.
La propagación de la buena vida, los honores y la gratitud parecen ser los únicos y verdaderos frutos de la justicia. La justicia como mercado bursátil es infructífera si lo que se busca es la paz y la buena vida. Claro que el gobernador o los servidores públicos no han de ser pobres, que no sólo de halagos justos vive el hombre. La remuneración por su labor ha de ser justa, no rentable ni conveniente. Si la justicia se ve como mercado, lo que se consigue es tener en el senado, o en cualquier silla presidencial a unos ávidos mercaderes. Cuando la justicia pasa (y ha pasado en todas las épocas) a ser parte del progreso personal, es justificable que el buen hombre, al darse cuenta de esta injuria, saque a patadas a los mercaderes que han tomado posesión del templo de la justicia. Pero sigue siendo cierto que el justo ha de tener más: más reconocimiento de su persona buena, lo que hará que todos lo estimen y que pueda caminar entre los suyos sin miedo y sin rencor, ¿qué mayor bien que ser bienvenido en todas partes?
Por eso, la profanación de la justicia es asunto de todos, sino viviremos ensuciando el mayor recinto que tenemos para vivir bien, y cuando alguien haga algo bueno por nosotros –si acaso lo reconocemos como bueno– no podremos agradecerle –porque el envidioso no agradece– más que con la herrumbre que deja en las manos el negocio del oro, del cobre y de la sangre; no podremos pagarle más que con ingratitud, como ocurre con muchos de los soldados que combaten al narcotráfico por vacación al bien o con quienes nos comparten su dolor para no desampararnos en la búsqueda de la justicia.
La injusticia nos hace ingratos, envidiosos, ciegos al bien.
Javel
Para seguir gastando: Don Quijote nos enseña que es muy difícil hacer justicia, y Sancho Panza que no se puede ser desagradecido con quien va en busca de ella.
Además: Jesús Silva-Herzog Márquez nos hace una invitación para pensar la nación, este mito al que le pusimos alas modernas y corazón globalizado, pero «donde México dejó de ser asombroso, curiosidad, fascinación, para convertirse en un caso.» ese “relato que puede arraigar en la experiencia y en el deseo de un futuro compartido.” La dirección de la invitación es el libro de Claudio Lomnitz: La nación desdibujada.
El llanto se apodera de mis ojos, la voz se atora en mi garganta, mis dedos tiemblan de impotencia ante los cambios, que son tantos como para con la escritura y el discurso fijarlos en mi mente que se revuelve y confunde sin encontrar esperanza.
Cualquiera diría que sólo se trata de un resfriado, pero en realidad es malestar. Malestar con el estado de las cosas y conmigo misma por no hacer más que quejarme de mis malestares.
Maigo.
El internet ha cambiado nuestras vidas. El cambio más notorio, y quizá el principal, sea el modo en el cual concebimos nuestro carácter. Nos concebimos diferente cuando creamos un perfil sobre nosotros que cuando escuchamos hablar sobre nosotros o cuando reflexionamos sobre nosotros. Por ello, al ver nuestros diferentes perfiles sobre nosotros podemos preguntarnos: ¿qué somos?, ¿nos componen las imágenes que nos gustan?, ¿los centenares de amigos que reunimos en un link?, ¿las actividades que compartimos?, ¿las críticas a las que nos adherimos o que soltamos?
Un producto propalado por la red nos hace ver y reflexionar sobre los cambios y proyectos de la tecnología y el internet: Black mirror. Desde el título de la serie se nos hace referencia a nuestro reflejo a través de la tecnología. En las primeras dos temporadas se enfatiza que el avance de la tecnología aunque sea mucho, al punto de crear algo semejante a quienes fueron nuestros seres queridos (Be Right Back), no garantiza la felicidad. La felicidad no consiste en obtener la mayor cantidad de entretenimiento tecnológico (The Waldo Moment). La propia tecnología puede volvernos infelices al modificar, destruir, la justicia, pues se puede volver venganza (White Bear, White Christmans). Lo más común que vemos en la serie es que la tecnología produce la infelicidad.
El primer capítulo, Caída en picada (Nosedive), de la recién estrenada tercera temporada presenta la aparente felicidad. La joven Lacie Pound tiene una calificación de 4.2 estrellas y, como la mayoría de las personas, aspira a estar lo más cerca posible de las 5 estrellas. La evaluación general se obtiene por el constante trato con las demás personas: saludar da estrellas; comprar da estrellas; compartir fotos de lo que sea, da estrellas. Las estrellas se envían al perfil de cada persona mediante un celular que todos llevan. Hasta este punto se podría pensar que se trata de una red social avanzada y que, como toda red social, tiene un límite en la vida real. Pero en el capítulo se mezcla el perfil con la realidad, pues dependiendo el puntaje se puede escalar en los puestos laborales, se pueden tener mejores servicios en aeropuertos, tiendas e inclusive hospitales; las personas con puntaje bajo difícilmente tendrán acceso a una buena calidad de vida. Las personas que mejor aparecen son quienes tienen mayor puntaje; quienes aparentan mejor parecen vivir más felices. En consecuencia, se genera una convivencia aparente: las bodas son aparentes, las relaciones laborales, las amistades; no hay amor, no hay comunidad, no hay amigos. Aquellos que se atreven a alzar la voz en contra de lo común, a no vivir conforme al gusto de la mayoría, se convierten en marginados. No se puede cuestionar abiertamente ese modo de vida, sería un suicidio social. Pero, como decía el viejo filósofo ateniense, lo mejor no es lo que la mayoría dice. Lacie aprenderá que es mejor la sinceridad; su declive será el inicio de su reflexión.
Black Mirror es una serie que exige reflexionar sobre cómo usamos la tecnología y los excesos en los que podemos caer. Podemos manejar ilimitadamente la felicidad que aparentamos transmitir en nuestro perfil, pero eso jamás nos hará verdaderamente felices. El espejo negro puede terminar confundiendo totalmente lo que somos.
Yaddir