Conversión…

Cuando me veo

por tus dolores salva,

en ti  Dios, creo.

 

Maigo.

 

 

La exitosa mentira

La mentira es el pase dorado para triunfar en la sociedad. Por eso algunos glorifican el mentir con destreza y lo elevan al podio de arte. Pero esa elevación es una mentira; quien cree que la mentira es un arte no se está dando cuenta de que ha sido engañado. Mentir para granjearse los aplausos ajenos requiere de dos condiciones: conocer bien de lo que se está hablando y tener un amplio ingenio. Se requiere del buen conocimiento de lo que se quiere reconfigurar, porque así se sabe qué cambiar y qué dejar intacto, pues una mentira que no tenga la mínima base en la realidad, difícilmente puede ser aplaudida. Si la base es poco sólida y no se viola ninguna ley de la razón al mentir, hay que recurrir al ingenio, a la facilidad para tomar fragmentos de vivencias pasadas o posibles y darles una forma adecuada al círculo donde será dicha; no es lo mismo mentir entre personas que fácilmente se dejan acariciar el ego a hacerlo con la propia familia.

Algún mentiroso afirmaba: “mentir es decir lo que la gente quiere escuchar”. Yo lo escuchaba y temeroso me confesaba que tenía razón, aunque no sabía si me estaba diciendo algo falso con apariencia de verdad o algo medio verdadero, así que opté por tomar su frase como algo posible. Posteriormente también decía: “la buena mentira se traza con los colores de la vida y el pincel de la astucia”. Vaya trazo el que pasaba ante mí cuando decía esa frase (increíblemente al escucharla inmediatamente pensé que decía la verdad). Un día le pregunté: “¿por qué tienes dos definiciones de la mentira?, ¿eso no te delata como un mentiroso?” Él me miró y con una sonrisa satisfecha me contestó: “olvidaba que eras de aquellos que creen que la verdad está en las definiciones”. Supuse que sólo le gustaba divertirse al mentir, que era un vanidoso que se satisfacía al hacer dudar a los demás;  no sufría al saberse mentiroso como aquellos que entregan su voluntad a la falsa adulación y tienen que mentir para ganar.

Si el arte es la mejor expresión del alma humana, pues enseña y destaca lo que distingue al hombre, sus pasiones, aspiraciones, miedos, anhelos, vicios e inmundicias, así como su relación con lo divino, la mentira no puede ser un arte. El mentiroso va volviéndose más astuto, dañando con cada paso que parece dar, pero nunca vuelve a lo que verdaderamente le gusta y lo hace feliz, por eso sólo le queda consolarse pensando que su actividad es un arte.

Yaddir

Gazmoñerismo Castroso

Y ahí estaba su muerte, tan intrascendente como todos los comentarios que sobre ella se escribiron en el mundo de la revolución cibernética.

Gazmogno

Compensación

Derrotado y con la nariz rota yacía el asaltante que unos minutos atrás había amenazado la vida de Raul con un desarmador. ¡Dame tu teléfono y tu cartera! Dijo en voz baja poniendo el arma en contra del cuerpo del pobre muchacho, quien dando un grito de miedo, golpeó el rostro de su asaltante sin querer. Libre de toda amenaza, con el malhechor derrotado, se quedó mirándolo desde las alturas y sin el menor escrúpulo, le cobró por el susto robando la cartera y los zapatos del abatido asaltante. Luego se fue silbando admirado de su buena suerte.

Amistad en pena

Amistad en pena

 

How we break each other’s hearts

and cause each other pain

How we take each other’s love,

without thinking anymore

 

Pensamos a futuro nuestras amistades. Suponemos, las más de las veces, que las amistades envejecen junto con nosotros, que la vida de nuestros amigos transcurre paralela a la “vida” de la amistad. Creemos, para decirlo popularmente, que la vida y la amistad pasan como el tiempo. Y no es de extrañar: el tiempo de los modernos es una constante en que se diluye la vida, un caudaloso cauce en que se pierden los arroyuelos de la amistad. Pero la imagen hidráulica falsea lo mismo el tiempo que la experiencia de la amistad y la vida. No toda vida es un impetuoso transcurrir: hay vidas pausadas y sosegadas, así como débiles y discretas. Algunas vidas, si nos aferráramos a la imaginación hídrica, son inoportunas como charcos o desesperantes como goteras; las hay tan breves y tenues, casi insignificantes, que sólo persisten en la memoria como una mancha de humedad. La amistad, si seguimos insistiendo, podría semejar la vitalidad del agua por festiva, pero en ocasiones también se podría reducir la humedad a las lágrimas por el amigo incomprendido o teñir de nostalgia la llovizna sobre un pasado ya imposible de reverdecer. El agua no es suficiente para contener la amistad y la vida. Hay vidas tan áridas que nos empolvan las palabras, como amistades desérticas que nos dificultan respirar; hay amigos que duelen como un silencio incómodo, vidas que cualquiera quisiera abandonar. Todo esto rebasa la fluida felicidad del agua.

         Tan poca vida [Lumen, 2016] de Hanya Yanagihara [1975] presenta la aridez y el desierto de una vida pequeña en medio de una extensa amistad. Tan poca vida podría ser la novela contemporánea sobre la amistad y la vida. A primera vista, el libro narra las historias de cuatro amigos y presenta el panorama de toda una vida de amistad. El lector encuentra a cuatro jóvenes amigos que, entre ires y venires, conservan la amistad al paso del tiempo. ¿Qué pasa con los amigos de juventud cuando se es adulto? ¿Cómo se conservan las amistades cuando la vida laboral distancia a los amigos y la diferencia de intereses traza caminos distintos? ¿Acaso sobreviven las amistades a la formación de un hogar propio, a la vida en pareja, al amor por esos otros que no son los amigos? Todo eso se responde a lo largo de las mil páginas de la novela. Yanagihara, además, nos presenta a la amistad contemporánea, a la amistad masculina y a los accidentes que confluyen en ella: aquí, el amigo cuya sexualidad es un misterio; ahí, el amigo exitoso; allá, el eterno adolescente que afirma seguir siendo tan amigo como siempre. Bancarrotas, celos, bodas, enfermedades, adicciones, disgustos y malentendidos; todo el espectro de la amistad se delinea en la obra. Pero Tan poca vida es más que eso.

         En una segunda mirada, Tan poca vida es una profunda reflexión sobre el amor homosexual en nuestros días. Yanagihara contrapone claramente el amor concupiscente y el amor casto entre hombres, al tiempo que bordea el abismo de la clandestinidad y el engaño para mostrar el riesgo de la incomprensión. Frente a ello, la autora nos ofrece el más elocuente argumento para fundar un hogar homosexual y, quizá, el más tierno modo en que la comprensión exhibe la falsedad de lo clandestino. Sin consignas, la segunda novela de Hanya Yanagihara hace más por la felicidad gay que muchas marchas. Pero Tan poca vida es más que eso.

         En una tercera mirada, Tan poca vida es la novela del desprecio por la vida: la incapacidad para amar y la intención del suicidio. Más allá de los suicidios clásicos (Werther, Anna Karenina y Kirillov), la intención del suicidio en la obra tiene el tono del suicidio estético (véanse Ryonosuke Akutagawa, Carta a un amigo, 1927 y Clara Guelfenbein, El resto es silencio, 2008), al tiempo que lo emplaza como un modo del arte de vanguardia. O en otros términos: el suicidio es la constante tentación de quien no se satisface con el arte de vivir. No es el camino de quien no encuentra sentido, tampoco es la opción del desadaptado o el recurso final del solitario; sino que el suicidio torna anhelo cuando se reconoce a la propia vida como un terrario, como un desierto artificial perfectamente logrado, admirable, incluso bello, pero imposible de amar. Mientras los suicidios clásicos siguen al amor, la intención del suicidio en Tan poca vida se funda en la incapacidad para amar. Yanagihara nos enseña que la condición posmoderna del desprecio por la vida se funda en la incapacidad para amar. Tan poca vida nos permite entender por qué suicidarnos por nuestros amigos… Pero Tan poca vida es más que eso.

         En una cuarta mirada, Tan poca vida exhibe al poder permeando la debilidad de la vida, a la vida destruida por el poder. La vida, nuestras vidas, se conforma por el poder: el pasado se traza sobre las cicatrices del poder, la memoria se orienta por la imposición del poder, la nostalgia y la alegría son los recuentos de la suerte ante el poder ajeno. La vida es el producto del poder y por ello, precisamente por ello, la vida es el residuo del poder. La amistad, así vista, recuerda la definición nietzscheana de la felicidad: el sentimiento más vivo del poder (Aurora, 113). Por ello, precisamente por ello, son los jóvenes quienes más disfrutan la amistad. Por ello, precisamente por ello, la nostalgia por la amistad es el residuo del poder. Por ello cabe suicidarnos por nuestros amigos. La amistad posmoderna es el ejercicio del poder: a unos produce, a otros destruye… ni al solitario deja tranquilo. Al descubrirnos sometidos al poder ya no podemos mostrar tan poca vida. El poder descubre a la amistad en pena.

 

Námaste Heptákis

 

De vista al horizonte. Ha dicho Yoani Sánchez: “unos lo despiden con dolor, otros con alivio… la gran mayoría con cierto toque de indiferencia”. El futuro es tuyo, Cuba. Todos a seguir 14ymedio.

Escenas del terruño. 1. Hoy se cumplen 26 meses de la desaparición de los normalistas de Ayotzinapa. Sobre el caso hay que comentar dos cosas. Primero, que el pasado 23 de noviembre un grupo de padres de los desaparecidos fue recibido en comisiones de la Cámara de Diputados. En entrevista radiofónica el abogado de los padres sintetizó que fue una reunión gris, pues para los diputados no es importante resolver el caso. En segundo lugar, destaca la entrevista psicológica a uno de los implicados en la desaparición, entrevista divulgada por Héctor de Mauleón. 2. Ojo con la discusión legislativa sobre las facultades castrenses en el combate a la delicuencia. El reportero José Cárdenas considera que es un autogolpe de Estado. 3. Semana importante para la libertad de prensa en el país. Primero, el gobernador panista de Querétaro, Francisco Domínguez, acusa al periodista Joaquín López-Dóriga de ser la instancia por la que el gobierno filtra información y rumores para desprestigiar a los políticos de oposición. Como es de esperarse, Domínguez acusa sin presentar pruebas. Como es de esperarse, como se trata de Joaquín los políticamente correctos se quedan callados. Ya lo hemos dicho, la indignación es selectiva. Segundo, la revista de chismes TVyNotas dio a conocer que el pasado domingo 13 de noviembre un grupo de cinco personas entró a las instalaciones de Aristegui Noticias y robó una computadora. Al día siguiente, la reconocida periodista que dirige la empresa confirmó el dato y añadió que la computadora contenía información de la Unidad de Investigaciones Especiales. En tercer lugar, el reportero Víctor Hugo Arteaga confirma que fue presionado por funcionarios de alto nivel del gobierno de Javier Duarte para retractarse del reportaje de Animal Político sobre las empresas fantasma del ahora prófugo. Y confirma, como dije entonces, que el gobierno de Veracruz estaba en plena campaña de descalificación del medio. 4. La semana pasada señalé que confluían los intereses de algunos políticos importantes en la propuesta de un gobierno de coalición realizada por Manlio Fabio Beltrones. Esta semana, en un foro del diario El Financiero, se confirmó la versión. 5. El pasado lunes el diario Reforma dio a conocer que por recorte presupuestal el Fondo de Cultura Económica cerrará cuatro de sus librerías. No es sorpresa, sobre todo cuando su director no está ahí por los libros, sino por un capricho presidencial.

Coletilla. Termino con esta entrada una serie de 36 reflexiones sobre la amistad contemporánea, su crisis y su posibilidad, iniciada en enero pasado. Resistí a la tentación de dedicarla a los amigos; yo cargo mis errores, ellos se harán responsables de sus éxitos. Te agradezco, lector, que soportes mis obsesiones.

La resurrección como verdad

La resurrección como verdad

No sé si sea un equívoco. La medicina y todo conocimiento de lo natural nos obligan a dudar de que la cura de los leprosos y de los ciegos sea algo que pueda creerse sin caer en la ingenuidad. La reacción de la mayoría ante la palabra milagro, ante la lectura de un hecho milagroso es la perplejidad. De ahí que se considere como un salto a los poderes de lo natural. Una muestra de que la prueba de la religión no proviene de este mundo. Como la resurrección, el lector que quiere ser prudente se orilla a interpretar la palabra con un tono alegórico de lo que significa la misericordia. Como la resurrección, no las creemos más que como dogmatismo en torno al valor de la creencia o como expresión de lo hermético. Casi nunca se piensa que, por más hermético que pueda llegar a parecernos el caso del milagro, en verdad tenga que ser creído, como la resurrección, pues, como señala San Pablo, no existe el cristianismo sin la verdad de la resurrección.

Si se basa en la resurrección, el milagro como prueba es algo que prueba sus limitaciones para todo lector escéptico: el drama de Tomás. Los ojos no dan crédito a lo nunca antes visto. El escepticismo se perpetúa si creemos que eso es algo que todos hemos de ver alguna vez. No hay regreso de la muerte: la materia es corruptible. Ahí entra el dogmatismo en una pugna intelectual y de voluntades: las ideas modernas en torno a la inmortalidad del alma se contagian de orientalismo, maniqueísmo y nihilismo. Ninguna de esas sirve para abordar la fe, por lo que ninguna de ellas sirve para hablar sensatamente de la resurrección: en el fondo se considera como una convicción personal. Eso no es religión. Renuncia a la razón a la que apela el apóstol cuando intercede por la resurrección como pilar para la existencia y verdad del cristianismo. Se trata, en el mejor de los casos, de la fe de la que hablaba Tolstói al confesársele a su lector, partícipe de la queja en medio del silencio.

Como alegoría producto del hermetismo evangélico es sólo una hipótesis de un prejuicio hermenéutico. No es problema del hermetismo, sino del lector que sitúa al cristianismo como un problema que, en su mayor parte, es hermenéutico, cuando la hermenéutica necesaria para el Evangelio no separa de manera moderna los actos del lógos como verbo, vistos en la encarnación y en la Trinidad. La labor de una exégesis es aclarar pedagógicamente el sentido que al descuido escapa, sin trivializar la educación, y eso no es posible confiando únicamente en la hermenéutica moderna. San Pablo se hizo todo para todos.

La importancia tan crucial de la resurrección no está en el poder terreno de Cristo. Si así fuera, el amor sería una contradicción para el dogma. La resurrección es crucial porque la cruz y el sacrificio lo son. El cristianismo no puede ser eutanasia para la felicidad. Por eso lo crucial en el cristianismo no es creer y callar. Lo crucial no es que la resurrección se convierta en última prueba de una verdad que en vida fue un fracaso. Así lo milagroso es, otra vez, recurso último de la desesperación ante la necesidad de la mentira. Pero el apóstol también enseñó que, para los que no creen, es el evangelio una necedad completa, como también lo ha de ser la resurrección.

Tacitus

Disertación en torno al narcotráfico como cultura

Disertación en torno al narcotráfico como cultura

Pretendo ser tajante en lo que voy a exponer, no por violento o por desesperado, sino por sus contrarios, es decir, por civilizado y esperanzado. El narcotráfico no es cultura, es barbarie, incluso animalidad. Debemos comenzar a tratar a este fenómeno humano como lo que es, no como lo que jamás podrá ser. La confusión está en lo que llamamos hábito, identidad nacional y una retorcida interpretación de la lucha de clases.

Comencemos por el inicio. El narcotráfico, como su nombre lo indica, es el tráfico ilegal de narcóticos. Como todo asunto que quebranta la ley, necesita armas y violencia, por lo que el tráfico no es sólo de estupefacientes, se añade a la lista el armamento. Digámoslo de otro modo, hasta aquí, la seguridad y la salud ya están puestas en jaque. La seguridad está enferma, la salud desprotegida. Afirmo esto último porque el trasiego de la justicia a sed de poder, sólo se da cuando se piensa más en el lujo, el placer y la fama que en la felicidad que puede proporcionar la ley (confróntese con casi cualquier gobernador o autoridad). Las consciencias también se venden. El tránsito de armas, sustancias y almas –tanto de inocentes, como los desaparecidos, secuestrados o simplemente alcanzados por una ráfaga de balas, como de traidores a la paz– se vuelve asunto diario. Se sabe, por ejemplo, que en algunos lugares estos grupos han llegado a imponer su ley a través de la fuerza. Ahí es imposible hacer algo, pues, o las autoridades se les unen o agachan la cabeza por seguridad. Huir es la última alternativa para la población, cuando luchar ya no se puede más o jamás se pudo. Además, la ley de esa gente no está sujeta a pactos, sino a caprichos sanguinolentos, lo cual pone en peligro a cualquiera. Huir, aunque doloroso, es lo mejor.

Hasta aquí podrán darse cuenta de que la constancia y el aumento de la acción no justifican el hecho cuando éste es malo. Cuando atenta contra la vida, la dignidad y la paz de un lugar, eso no es hábito, es un salvajismo. El hábito político trata de conservar lo que se ha reconocido y elegido como lo mejor para la conservación de la buena vida de la mayoría, y lo que el narcotráfico propone es que sólo un puñado de ellos gozaran de la vida, mientras que han de desechar a los demás (véase el desplazamiento de familias o de grupos étnicos a causa del narcotráfico, así como la trata de personas). El hábito de la destrucción sólo trae sangre.

Ahora bien, si todo está destruido ¿quién podrá distinguir a este país? Los que lo hagan dirán: ‘He ahí el cementerio donde los muertos gobiernan a los vivos, ¡qué peste!’ Otros dirán con pesar, ‘Cuidado, no vayas a ensangrentarte, ése río se ha desbordado y ni los buenos pueden salvarse, ¡qué tristeza!’. México es irreconocible. Nuestro país dejó de ser el de las tradiciones mágicas, el de los pueblos coloniales, el de la hospitalidad al viajero para convertirse en una herida que duele en todo el mundo. Dejó de reírse de esa tierna niña blanca a la cual respetaba, para entronarla como señora y temerle, dejó que sus pueblos y ciudades se convirtieran en cuevas de demonios, dejó de ser cordial para ser desconfiado. La injusticia llena nuestros ojos, constriñe nuestro corazón, queremos gritar en este cuarto obscuro, pero el enemigo dispara. Apretamos los dientes, los puños, las lágrimas caen junto al hermano asesinado y por el recuerdo de la madre que jamás volverá. Pero una voz insufriblemente sardónica nos dice con una autoridad que nunca le dimos: ¡No llores!, ¿no ves que ahora somos más chingones que los gringos, que los nipones, que los rusos?…  Ahora nos respetan. Ahora nos llaman señores. ¡¿Quién que no nos conozca?! nuevas risas…  Su maldita carcajada delinea la situación de todo el país… Pienso que la cultura es diversión por la vida, no un desgraciado chiste sobre ella.

Esta impotencia por querer hacer algo se vuelve una enfermedad en los corazones más sinceros, que suelen ser los más valientes también. ¡Ya no! gritan enfurecidos. Si lo que los sustenta es el poder, lo que hay que buscar es poder. La lógica de los capos convierte todo en tautología, y en doctrina para los incautos. Pero como todo retórico, parten de principios aparentes: ‘Los otros nos han hecho ser así.’ ‘Nosotros merecemos más ese dinero, esas casas, esas mujeres u hombres, porque nosotros somos del pueblo, nosotros somos de rancho, los que nos partimos el lomo. Esos riquillos qué van a saber.’, básicamente es lo que cantan los narcocorridos. El hombre pobre y oprimido por el hambre y la desesperación no encuentra ayuda en quien puede dársela. ¡Qué injusticia! Mientras ellos duermen en camas mullidas y al despertar manjares los esperan, que el pueblo se joda ¿no? Pues ya no, ríen otra vez, porque ahora tenemos plata y potestad… Venga, valga sólo un punto: la injusticia es cruel. Pero su solución es falsa, porque terminan haciendo lo que tanto odian. Pero no se piense que me uno a las filas de los cantantes que ensalzan el mal, ya que estos casos no son las tragedias de los héroes clásicos, no son sólo hombres que queriendo hacer lo justo, terminan haciendo un daño irreparable. Estos hombres jamás llegan a sentir el dolor que sintió Edipo al saber sus crímenes. Incluso hay algunos que sabiéndolo se enorgullecen y dicen riendo: ‘Chingue a su madre, vamos a matar a alguien’ (Véase, Marca de sangre, de Héctor de Mauleón). Me pregunto, –y ojalá el tiempo no me responda–  ¿si después de obtener el poder que deseaban, ahora los corridos dirán cómo lo conservan y cómo lo acrecentarán? Esta doctrina de lo nacional junto a la indignación que causa la injusticia es quizá lo más peligroso del asunto.

Ser personajes de cantos dedicados a las balas y la destrucción, no es Poesía, pues en nada ayuda al hombre injuriado que se le avive más el odio, si ha de terminar odiando a todos.  Esto perjudica a la civilización al tiempo que denigra el alma de los hombres. La injusticia es cruel, sí, pero veamos quiénes somos y para lo que hemos nacido en el ejercicio público de la cultura que es justa… Otro punto a nuestro favor: su cultura es más bien un ritual obscuro que debe ser practicada en casas de seguridad o en camionetas a toda velocidad, ¿ahí cómo puede haber convivencia? Digo, por todo esto, que el narco no es cultura, porque la cultura nos ayuda a convivir y a bienvivir.

Javel